Nos seguimos equivocando en Bogotá: el pico y placa no es la respuesta, ni hoy ni nunca, a los trancones que sufrimos. Y es algo que ya deberíamos saber. Esta antitécnica disposición, que ha estado vigente por cerca de 25 años, ha traído pocos beneficios a la ciudad.
Por el contrario, las políticas de restricción han promovido el crecimiento de la flota vehicular. Desde que se inició este experimento, el número de carros en Bogotá se ha multiplicado por cinco y las motos se han multiplicado por 10. No obstante la existencia del pico y placa, y en parte como consecuencia de este, hoy hay más carros y más motos.
Aquí vale la pena preguntarse cómo es posible que después de tanto tiempo y tanta evidencia, los técnicos y expertos de la Secretaría Distrital de Movilidad insistan en medidas restrictivas para enfrentar los problemas de congestión.
Pareciera que pocos se han tomado el trabajo de entender los costos económicos y de competitividad de tales medidas. Y por ello no se enteran del balance negativo que resulta al contrastar dichos costos con los obvios pero efímeros beneficios.
Incrementar la prohibición del carro disminuye la congestión en el corto plazo, pero genera mayores dificultades en el largo plazo. Adicionalmente, jugar (no tiene otro nombre) con las reglas del pico y placa, buscando evitar que los s se adapten a las cada vez más ingeniosas restricciones, es un irrespeto con la ciudadanía.
Yo creo, además, que raya en lo absurdo que la principal discusión sobre ingeniería de transporte en la urbe más importante del país gravite alrededor de cuántos dígitos, horas y días aplican para las prohibiciones.
Jugar (no tiene otro nombre) con las reglas del pico y placa, buscando evitar que los s se adapten a las cada vez más ingeniosas restricciones, es un irrespeto con la ciudadanía.
Esta es una trampa que nos sigue distrayendo de las verdaderas prioridades, las cuales incluyen la expansión y el mejoramiento de la malla vial y de la infraestructura para el transporte público, intervenciones para lograr una mejor gestión de intersecciones (v. g., contar con más pasos a desnivel), continuar con la modernización de la red semafórica, avanzar en los modelos de cobro por congestión, y aspectos de autoridad y cultura ciudadana, entre muchos otros.
En este contexto, seguir considerando el pico y placa una acción legitima es equivalente a que durante los tiempos de pandemia hubiésemos aceptado que la mejor solución era mantener el encierro y las cuarentenas (sin importar su costo económico), en lugar de propender a resolver la causa real del problema, en tal caso a través de la invención de la vacuna.
Esto es, seguir dependiendo de las medidas restrictivas es lo mismo que claudicar en la búsqueda de soluciones estructurales con resultados de mediano y largo plazo. El pico y placa no es una política de transporte, sino la evidencia de que fracasamos en dichas políticas.
No es casualidad, entonces, que en ninguna ciudad importante de ningún país desarrollado (en donde las tasas de penetración del carro particular son mucho más altas que en Colombia) existan estrategias que prohíban el uso general del vehículo en función de horas y números de licencia.
Dado que en 2023 tendremos elección de nuevo gobierno distrital, mi aspiración es que logremos tener candidatos que sean serios en su apuesta por mejorar la movilidad. Quizás aparezca alguien valiente que en lugar de prometer nuevas artimañas con el pico y placa nos haga soñar con un plan para que en un tiempo razonable resulte posible eliminar tan equivocada estrategia.
Y de paso, un llamado al Congreso de la República. A lo mejor es hora de que tomen nota de las enormes consecuencias de las medidas draconianas que restringen el derecho a la movilidad. Puede ser tiempo de nuevos desarrollos legislativos para poner en cintura a los gobiernos locales y que estos estén obligados, como mínimo, a demostrar de forma rigurosa la costoeficiencia de sus ocurrencias.
EDUARDO BEHRENTZ