En estos días de celebración del orgullo gay vi un video publicado en X por “liberal” con muchos rechazos viscerales. Un hombre voluminoso, gordo, extravagante, desnudo, apenas ocultando sus genitales con un hilo dental, baila a ritmo de percusión repetitiva y frenética, emite algunos monosílabos, un sonsonete, a compás con su cuerpo sudado. Su panzota posee paisaje propio y se bambolea dejando ver tatuajes, quizá escritura cirílica, lleva botas negras de macho del Oeste americano, cachucha al revés, acaricia un micrófono. El gordo se mueve muy bien, da una vuelta coqueta para mostrar su trasero gigante. La audiencia sigue; hace los mismos gestos concentrados, como en un acto religioso. Pero los comentarios en la red iban por otro lado, sin piedad: “Qué inmundicia” “asco”, “maricón” y adjetivos así.
Por qué será qué todo lo woke es degenerado y horrible, dicen algunos cibernautas impactados por esta exhibición de la fealdad. Woke (verbo wake) significa ‘despertar’; ya en pandemia luego de la golpiza al afro George Floyd, asfixiado por un agente blanco en Minneapolis, se vuelve consigna “despertarnos contra la opresión”. Se puede asociar con cultura queer, lo raro, distinto a lo esperado, allí anidan los disidentes del género, lo transexual.
El incidente del video adjudicado al Presidente de Colombia en Panamá, en que apareció con una mujer, a la cual en redes sociales identificaron como una supuesta integrante de la comunidad trans, mereció críticas y también un post presidencial cuestionando la homofobia de los colombianos, pero se puede ver de otra manera: lo queer se abre a lo discordante, se exhiben contra lo dominante para provocar y atacar lo establecido. ¿Es el Presidente un queer?
Así que ese bailarín no solo es woke sino queer, arremete contra la idea de un perfeccionismo en las formas utilizando las pantallas... no todas las mujeres tienen que ser flacas. Esa interacción entre pantalla y libertades relaciona las democracias con ciberculturas. Para algunos (L. Baigorri, P. Ortuño), la pantalla permite relaciones horizontales, desjerarquizadas, “fuera de los modelos patriarcales”, mujeres lesbianas y trans volviendo a barajar las identidades. El cíborg como ¿una metáfora del ser contemporáneo? “Un ser que no es humano ni máquina, no es hombre ni mujer”, según D. Marchante.
En mi novela La mierda y el amor, el narrador se inicia con esta declaración: “Que mi novia se vuelva santa y yo pierda mi hombría para transformarme en mujer, me hizo escribir este relato, de frente a la época que me tocó vivir”.