La economía colombiana ha sido siempre frágil. Ha dependido de su capacidad para exportar y para incrementar el ahorro interno. Es decir, del café y del petróleo como los principales productos de exportación en los últimos cien años, y de los flujos de capital a través de la inversión extranjera directa, de la ayuda internacional, del crédito externo y de la colocación de títulos de deuda del Estado y de las empresas privadas en los mercados de capitales en el exterior.
Por la insuficiencia endémica del ahorro propio, se ha necesitado el que viene de afuera para la inversión y el crecimiento. Es la historia. Cuando caía el precio del café y no había a recursos externos era necesario contraer las importaciones, devaluar la moneda y, en muchas ocasiones, acudir al Fondo Monetario Internacional (FMI), en búsqueda de divisas para efectuar pagos al exterior. Entre 1957 y 1973 el país hizo 16 acuerdos con el FMI, en 11 de los cuales hubo desembolsos efectivos para apoyar la balanza de pagos.
En la actualidad continuamos dependiendo de la exportación de un producto básico, el petróleo, y del ahorro externo. Existe un profundo desequilibrio macroeconómico medido por el déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos, 6 % del PIB, y por el déficit fiscal, 7,3 % del PIB. Los ingresos corrientes no alcanzan para cubrir los pagos al exterior, para lo cual se obtiene endeudamiento en el exterior. El desajuste en las finanzas públicas se financia parcialmente con esos fondos. La deuda pública está en la frontera de la sostenibilidad. El Comité de la Regla Fiscal le hizo precisamente un llamado al Gobierno y advirtió sobre el riesgo fiscal de la carga de la deuda.
Basta con una infortunada declaración del presidente Petro para que al día siguiente se disparen el costo de la deuda colombiana y la tasa de cambio.
Lo más grave del asunto es que, no obstante contar con un historiador de cabecera en la cartera de Hacienda, el Presidente y varios de sus ministros no parecen comprender la sensibilidad de afectar las exportaciones de petróleo y de asustar al mercado internacional de capitales hablando de controles a la salida de capitales. Tampoco de la importancia del ahorro interno, acumulado en muy buena parte en los fondos privados de pensiones que actúan, además, como compradores de la deuda emitida del Gobierno.
Los mercados son, en general, muy sensibles. Alguien decía que los mercados arrodillan a los mandatarios. Lo acabamos de comprobar en el Reino Unido, en donde unas medidas insensatas del gobierno de la señora Truss dieron al traste rápidamente con la libra esterlina, con la tasa de interés de los bonos del Tesoro y con la primera ministra, quien tuvo que renunciar a solo 44 días de su mandato. El Banco de Inglaterra intervino en el mercado de la deuda pública para evitar un descalabro económico mayor.
En Colombia, la indefinición sobre la exploración de petróleo, la absurda idea de cobrar el impuesto de renta sobre las regalías y el incremento enorme de la tasa efectiva de tributación del sector amenazan la producción y la exportación de petróleo, con lo cual se perdería el principal generador de moneda extranjera. Y, como lo demuestra la trayectoria reciente de las tasas de interés de los TES y de la tasa de cambio, basta con una infortunada declaración del presidente Petro para que al día siguiente se disparen el costo de la deuda colombiana y la tasa de cambio.
Las lecciones del pasado y del presente son muy claras. El sector de los hidrocarburos y de la minería es clave para la estabilidad económica del país, por lo cual es mejor no jugar con pólvora. Lo mismo que la atracción del ahorro externo y el cuidado del interno. Si esto no se entiende, podríamos terminar en un tiempo negociando un acuerdo de balanza de pagos con el Fondo Monetario Internacional.
CARLOS CABALLERO ARGÁEZ
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