Para paliar el encierro forzoso impuesto por la pandemia en la que estamos, un dilecto amigo y colega, Evaristo Arrieta Pico, me hizo llegar un singular regalo de fin de año con dos componentes, el libro Álvaro, su vida y su siglo del prestigioso escritor y columnista de este diario Juan Esteban Constaín, y dos suculentos pasteles de manufactura costeña a la usanza de nuestras madres y abuelas, siguiendo además las reglas de su preparación recogidas en el libro Cartagena de Indias en la olla de Teresita Román de Zurek.
Este amigo y su esposa Ofelia suelen hacer cada año, para el once de noviembre, con motivo de la celebración de la independencia de Cartagena, un pantagruélico sancocho que recuerda a los que hacían el maestro Alejandro Obregón y García Márquez, al cual invitan a un grupo de amigos y allegados. Pero debido a la pandemia el de 2020 no se realizó, razón por la cual decidieron compensarnos con esa delicia culinaria que en la costa Caribe llamamos pasteles y en el interior del país tamales, pero obviamente con una composición y contenido diferentes, pues los ingredientes del costeño son más numerosos y diversos y su base principal es el arroz, con diversas carnes y vegetales bien adobados, empacados en hojas de bijao, lo que le da un sabor especial; mientras que el tamal tiene pocos ingredientes, con masa de maíz, quizás por ser un producto más comercial y su envoltura son hojas de plátano.
El libro de Constaín, de amplia aceptación en los medios académicos, investigativos y de opinión, ha causado la natural controversia, pues su tema central es la vida de un hombre de pensamiento y acción, cuyas ideas tenían la fuerza y contenido de estimular el debate inteligente sobre cuál sería el modelo de sociedad que necesitaba Colombia para transitar por el camino de la civilización y el desarrollo económico y social.
Como quiera que ya muchos analistas y académicos se han ocupado del contenido del libro, en esta columna solo quiero subrayar algunas ideas de las allí expuestas y anotar algunas carencias que, en una obra de tales dimensiones, son inevitables.
1. La violencia política cuya iniciación algunos destacan como responsabilidad de un partido, el Conservador, Constaín la ubica a partir de 1930, cuando el liberal Enrique Olaya Herrera ganó la presidencia, poniendo fin a la llamada hegemonía conservadora.
2. La imagen de un Laureano Gómez, feroz y sectario contradictor de los liberales, fue una falsa creación de sus enemigos políticos, pues la historia nos muestra que, precisamente, este caudillo inició su carrera política como un disidente de los gobiernos conservadores de la época, a los cuales combatió en coaliciones con sus amigos liberales Alfonso López Pumarejo, Eduardo Santos, Olaya Herrera, Juan Lozano y Lozano y otros. Pero, además, fue un contradictor acérrimo del Gobierno de los Estados Unidos, cuya intervención para la separación de Panamá de Colombia condenó y combatió abiertamente. También Laureano Gómez se enfrentó a las jerarquías de la Iglesia católica de la época, a las cuales combatió por su contubernio con la dirigencia conservadora de la época.
3. En su estadía en Europa, como embajador en Alemania, conoció de cerca a los personajes de la época durante la Segunda Guerra Mundial, como Stalin, Hitler y Mussolini, sobre cuyas ideas dejó testimonios de rechazo.
4. Otro aspecto poco conocido de la vida pública de Laureano Gómez fue su activo papel, en su calidad de joven ingeniero, como ministro de Obras Públicas del gobierno de Pedro Nel Ospina, sobre lo cual dice Constaín que, pese a haber sido opositor del acuerdo sobre la indemnización de Estados Unidos por la separación de Panamá, fue su beneficiario posterior como ministro, pues “esa plata descomunal que empezó a entrar al país y que el país no había visto nunca y que tanto el ministro Laureano como el presidente Ospina usaron a manos llenas para terminar una serie de obras que los hizo célebres en la prensa y con la gente, pues la imagen que proyectaban era la de dos sembradores de progreso y modernidad, que iban dejando a su paso carreteras, ferrocarriles, telégrafos” (página 106 del libro citado).
5. Volviendo al tema central objeto del libro, Álvaro Gómez, creo que el autor pasa por alto dos errores estratégicos en los que, en concepto de algunos, incurrió como uno de los máximos dirigentes del conservatismo de entonces. Me refiero a la convención que debía proclamar al candidato conservador en el último turno del acuerdo bipartidista del Frente Nacional, cuya organización estuvo a cargo de Mariano Ospina Pérez como presidente y Álvaro Gómez como vicepresidente. En una accidentada votación que Ospina presionó para que fuera pública, se llegó a un dramático empate entre Pastrana y Evaristo Sourdis, nombres que Ospina presentó a la convención liberal que finalmente optó por el nombre de Pastrana, decisión no aceptada por los partidarios de Sourdis, entre quienes figuraron Álvaro Gómez y sus amigos.
6. El otro error estratégico fue después de su secuestro, en el que prácticamente abandonó su militancia dentro del Partido Conservador, al no asistir a la convención que debía proclamar candidato a la presidencia y, una vez que fue proclamado Rodrigo Lloreda, lanzar la suya como independiente a nombre del Movimiento de Salvación Nacional.
Amadeo Rodríguez Castilla
Economista consultor