Tras la apariencia de una frágil figura corporal y de esa inalterable simpatía que irradiaba su faz de caballero gentil y decente, el doctor Hugo Gómez Gómez –el buen y noble amigo– agenciaba un patrimonio de sólidos conocimientos en ciencias jurídicas, económicas y políticas, y en Humanidades. Exquisito acervo cultural, adquirido en la omnívora asimilación de textos académicos y en la fluida interacción con eminentes maestros y condiscípulos suyos en la Pontificia Universidad Javeriana.
Este espacio de construcción del saber fue, desde entonces, rica y continuamente incrementado con el universo de los clásicos y el auxilio de científicos sociales, forjadores del pensamiento crítico, de los cuales extraía sus mejores tesis para traducirlas en amenas y brillantes argumentaciones, que muy pronto le enajenaron el prestigio, el reconocimiento y la confianza de importantes sectores de la sociedad quindiana, adonde había llegado procedente de Sevilla (Valle), cuna de su nacimiento en 1946.
La personalidad y las calidades humanas y profesionales de Gómez Gómez le abrieron el campo fértil y anchuroso de la amistad con los intelectuales coetáneos más lúcidos de la Armenia de los años setenta. Esta “barra bohemia”, de progresistas y demócratas de primera línea, dejaba oír los ecos de sus afiladas sentencias cargadas de teorías, de pasajes históricos, de sorna volteriana y de ácida ironía De Greiffeana, hasta las primeras luces del amanecer. En el curso de estas “tenidas”, Hugo se caracterizaba por la formulación de preguntas perturbadoras sobre la democracia local y la política nacional.
La potente figura intelectual del pensador de la izquierda liberal, entonces rector de la Universidad del Quindío, Ramón Buitrago, escribió en el 'Diario del Quindío': “Ese cuadro humano de eruditos, pedagogos y escritores reunidos con Hugo Gómez constituía `el rostro de la época´. En esas tertulias se tejían las relaciones de analogía que mostraban cómo se simbolizaban los unos a los otros en el estadio de la fraternidad; o cómo expresaban todos un mismo y único núcleo central”. Los aportes conceptuales de Hugo animaban la dinámica del diálogo culto y de la controversia civilizada.
Sus reconocidas credenciales morales y su espíritu solidario de conciliador y hombre de paz que trabajó arduamente al lado de su hermana –virreina nacional de la belleza Clarena Gómez– por la creación del departamento del Quindío como unidad istrativa autónoma, hasta entonces subordinada a Caldas y antes al Estado Soberano del Cauca, fueron las motivaciones que llevaron al gobierno seccional a designarlo alcalde de Armenia en 1980.
Esta posición la desempeñó durante un año con decoro y eficacia istrativas, a la altura de los mejores, los más probos –muy pocos, por cierto–, como Diego Moreno Jaramillo, Hernán Palacio Jaramillo, Fabio Arias Vélez, César Hoyos Salazar, Alberto Gómez Mejía, y Álvaro Patiño Pulido, estadistas de equipamiento mental moderno que la ciudadanía recuerda con iración en la más que centenaria historia de la ‘Ciudad Milagro’.
Durante su mandato, Hugo Gómez ganó para su istración el respaldo político del senador de oposición y jefe de la izquierda liberal –entonces concejal de la ciudad– Horacio Ramírez Castrillón, un vibrante orador parlamentario y jurisconsulto de grandes audiencias. No era para menos: el joven alcalde había planeado y puesto en ejecución la solución a la más grave crisis de servicios públicos que había dejado sin la provisión de agua a la mitad de la ciudad. Para superar esta emergencia, desarrolló obras de mejoramiento, conducción, ampliación y optimización de la planta de tratamiento de la capital.
Al mismo tiempo, adelantó programas de renovación urbana con nuevos parques y la apertura y la pavimentación de numerosos sectores de la ciudad con el aporte del trabajo comunitario. Reformó y actualizo el código fiscal del municipio para optimizar los recaudos y agilizar el sistema de pagos e impulsó la idea de hornos crematorios como una acción laica de la istración local.
Fue gerente de la Caja Agraria regional y de la Lotería del Centenario de Armenia. En dos oportunidades ejerció como concejal de la capital quindiana. Espacio desde el cual presentó y sustentó iniciativas que fueron reconocidas y tomadas como ejemplo en otras capitales del país. Pero se nos ha ido. El cruel aletazo de la Parca marcó abruptamente el final de ese espíritu promisorio, con el dolor de los amigos y de amplios sectores de la sociedad quindiana que –dadas las circunstancias de aislamiento social obligatorio– no pudimos ofrecerle los honores públicos y el homenaje popular que su memoria digna y prestigiosa merece. Vayan estas sentidas letras, necesariamente supletorias, como testimonio de la iración que siempre le profesamos al amigo, al intelectual y al ciudadano ejemplar.
Alpher Rojas Carvajal