Algún día entenderemos que la violencia solo destruye la naturaleza, que, de suyo, provee los recursos para una vida digna para todos. Entretanto, seguiremos autoflagelándonos, creando pobreza y desorden.
Antes del aislamiento de Italia, Bloomberg estimaba que las pérdidas globales “por el coronavirus” podrían llegar a US$ 2,7 billones, el PBI del Reino Unido. Por su parte, la Ocde bajó sus previsiones de crecimiento global desde el 2,9 por ciento hasta el 1,5 por ciento.
Ahora, esto no es culpa del virus, sino de las medidas preventivas de los gobiernos, como prohibiciones de trabajar y viajar, implementadas de manera policial —violenta—, coartando libertades personales como si la actividad privada no fuera más eficiente incluso en el control de epidemias. Y, como toda violencia, la represión estatal solo destruirá y agrandará el mal.
El estrés resultado del pánico —provocado por los Estados al exagerar la pandemia— afecta las defensas del cuerpo para combatir el virus, según expertos como Ryan Landau, y la gente, asustada, ante el mínimo síntoma acude a las guardias, y estas terminan colapsando.
Y falta lo peor. Mientras que el total de personas que mueren cada año en el mundo debido a que las aplasta un mueble ronda los 100.000 y por accidentes de tránsito supera los 1,3 millones, si bien es imposible un cálculo exacto, para tener una idea de la magnitud, recordemos que hace 20 años morían 15 millones de personas por desnutrición, lo que fue disminuyendo, hasta llegar a 8 millones, al ritmo del crecimiento del PBI global. Podría estimarse que si el PBI dejara de crecer 1,4 por ciento, en 2020 morirían de hambre 112.000 personas más por causa de las medidas ‘anticoronavirus’, o sea, al menos 28.000 en el mismo tiempo en que el virus mató unas 5.000.
El totalitarismo ha logrado idiotizar a la opinión pública y una enorme y miedosa masa pide que coarten libertades básicas como la de trabajar, viajar y aun salir de sus casas. El Partido Comunista chino se jacta de controlar el virus gracias a su autoritarismo, e Italia lo sigue. Las redes sociales estallan con personas que perdieron su empleo o a las que les faltan alimentos. Recibí un mensaje de una italiana (y su madre) terriblemente angustiada porque su padre (y esposo) muere en la clínica —no por coronavirus— y no puede despedirse debido a que la policía bloquea el ingreso a la institución médica. No imagino la angustia del hombre al morir así.
Por cierto, es importante que cuando se descubra una vacuna no se cree un monopolio debido a una ley de patentes que impida su rápida difusión en el mercado natural —el pueblo, las personas—, que es un ámbito de trabajo y cooperación pacífica para beneficio individual y social, en contraposición con el Estado, que se impone coactiva, violentamente. Augusto y Michaela, padres de Lorenzo Odone, afectado con adrenoleucodistrofia, descubrieron un remedio para esta enfermedad ‘incurable’, aun contra la opinión de los médicos ‘legalmente’ aceptados.
El padre de Lorenzo —que murió a los 30 años— aseguró: “Mi implicación en la enfermedad (...) no viene del amor a la ciencia, sino a mi hijo… Debía haber muerto a los 13 años y hoy tiene 24”. La historia se popularizó por la película Lorenzo’s Oil y Phil Collins compuso la canción Lorenzo, con un poema de Michaela.
Corolario: parafraseando lo que recomiendan en los vuelos —que, en caso de accidente, primero se ponga usted la mascarilla antes que a sus hijos—, cuídese antes del ‘virus’ Estado y luego ocúpese de los otros.
Alejandro A. Tagliavini
@alextagliavini
Asesor sénior en The Cedar Portfolio y miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California
www.alejandrotagliavini.com