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Con represión no se ordena, se desordena

‘Se engañan quienes se creen fuertes y vencedores quitando la vida a otros’.

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“¿Que no hay infierno? Sí, hay... (cállate, corazón, que esto bien por desgracia, lo sabemos tú y yo.)”, Rubén Darío.
En Venezuela donde un millón de litros de gasolina vale casi tanto como una lata de atún, el sueldo de una enfermera universitaria apenas supera un dólar al mes. Y aunque las Fuerzas Armadas tampoco tienen grandes salarios, están siendo privilegiadas por el Gobierno ya que la remuneración básica de un militar raso puede ser hasta 8,3 veces superior al de una enfermera y la de un coronel, hasta 24,8 veces.
Eso hace que Maduro se sienta seguro en el poder, lo mismo que Ortega en Nicaragua que enfrenta un levantamiento popular que se inició contra una reforma del sistema de pensiones que luego el Gobierno dejó sin efecto. Sin embargo, el hartazgo y el nepotismo del matrimonio presidencial provocaron una sangrienta protesta que dura ya tres meses. Frente a los 150 muertos que ha dejado la represión en Venezuela en todo el año, en Nicaragua ya van unas 350 en solo tres meses.
La oposición los acusa de ser dictatoriales y exige adelantar para marzo las elecciones del 2021. Los esfuerzos de la Iglesia católica por buscar un diálogo y que cesen los ataques a la población indefensa se estrellan contra un régimen que se resiste a perder el poder acumulado desde hace una década, y que usa a las Fuerzas militares, policiales y paramilitares con total impunidad contra los manifestantes, y que ni siquiera respeta los templos.
Independientemente de quién la ejerza, con qué objetivos, y si es mínima o máxima, la violencia siempre es contraria al desarrollo.
EE. UU. y 12 países latinoamericanos exigen el fin de la represión. “El número de muertos ya es un número totalmente inaceptable”, dijo el secretario general de la ONU –desubicado porque un solo muerto es inaceptable- en San José, Costa Rica, país que recibe cada vez más inmigrantes nicaragüenses que se declaran perseguidos.
La vicepresidenta y esposa de Ortega aseguró que el Gobierno actúa para liberar los bloqueos de carreteras y para ‘restaurar la paz’ y que las protestas responden a ‘un plan terrorista’, la excusa de moda hoy día para justificar cualquier guerra.
“Se engañan quienes se creen fuertes y vencedores quitando la vida a otros”, dijo el obispo auxiliar de Managua. En fin, el mundo se divide entre quienes quieren imponer un ‘orden’ y los que exigen respetar el preexistente. Unos suponen que no existe de suyo un ordenamiento natural en el cosmos y que, por tanto, debe ser diseñado e impuesto por un gobierno, y los otros simplemente exigen que se respete el orden natural que sí existe.
Ya los griegos, como Aristóteles, sabían de la existencia del orden natural. Lo que incluye un orden social basado en la cooperación voluntaria y pacífica, como el mercado natural. Y aquello que intenta desviar el desarrollo espontáneo de la naturaleza es violencia, y que independientemente de quién la ejerza, con qué objetivos, y si es mínima o máxima, es siempre contraria al desarrollo.
Por eso, el monopolio de la violencia (el Estado moderno) lejos de ordenar, desordena. Sin ser un caso perfecto, recuerdo que la policía de Islandia -país con 340.000 habitantes y una de las tasas de criminalidad más bajas del mundo- creada en 1778, mató por primera vez a un desequilibrado que disparaba contra sus vecinos en el 2013. Sus agentes de Policía utilizan sus armas de manera muy excepcional demostrando que no hace falta violencia para controlar la violencia ni para poner orden.
ALEJANDRO TAGLIAVINI
*Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California

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