El Hay Festival de Cartagena, el Carnaval de las Artes en Barranquilla, la Fiesta del Pensamiento en San Jacinto (Bolívar) y el Encuentro Nacional de Investigadores de la Música Vallenata, en Valledupar, son, para mí, el verdadero empuje de la cultura en la costa Atlántica, sobre todo la popular.
En el Hay Festival, edición 2014, tuve el honor de ser entrevistado por ese maestro, escritor, periodista y gran exponente de la crónica Daniel Samper Pizano. Al preguntarme sobre la influencia negroide en mis canciones como 'El Mochuelo', 'Cuando lo negro sea bello', 'Lamento zambo', 'Ella no es negra, es morena' o 'Sabor de gaita', respondí: “Cuando comenzó en Bogotá mi pobreza absoluta por la separación definitiva de mi casa, cierta vez con hambre y convencido equivocadamente de que no era delito, me dirigí con pocas monedas a un restaurante chino, Monte Blanco, y pedí una comida más que especial, abundante; perseguido en mi fuga por un ágil mesero, lo burlé entrando a El Espectador de la 19 y me refugié en el baño de las damas; se apareció una joven y, extrañada por mi presencia, con un sonoro grito me increpó: ‘Negro malparido’. Yo me respondí, ¿cómo, negro y, de ñapa, mal parido?”.
En Bogotá yo era el moreno y para los palanqueros era el “desteñido”; me dije también “ñerda”..., soy negro; y ahí mismo adquirí conciencia de ello.
Investigando, por lo anterior, mi ancestro, encontré que Crucita Estrada, mi bisabuela, fue esclava negra y hacedora famosa de bollos; se unió con el ocañero ‘ojo de grillo’ y pecoso Silverio Pacheco, que con una recua de mulos llegó a San Jacinto en 1850, atraído por la fiebre del tabaco. No me informaron si la buscó por la plata o por el sensual movimiento de cadera que le vio al moler el maíz o bailando en la rueda de gaitas. De esa unión nació Laureano Antonio, que casó con la blanca ojiazul Isabel Blanco y luego mi padre Miguel Pacheco, que se unió con la trigueña Mercedes Anillo Herrera, mi madre.
Comencé con mis canciones la reivindicación del negro. Mi padre Miguel, con segundo elemental, se vinculó a la Casa Matera, exportadora de tabaco, cueros y mantequilla. Por su eficiencia, su dueño, Pascual, lo fue ascendiendo hasta convertirlo en cajero pagador, pues sabía escribir en máquinas, tenía buena caligrafía y era autodidacta contable.
Muerto el viejo Pascual, heredó su hijo Rafael la empresa y lo escogió como coordinador general de los mercados del Guamo, Zambrano y su pueblo base, San Jacinto.
Muy perequero y mamador de gallo Rafael, le hacía chanzas pesadas y así fue que cierta vez lo invitó para Barranquilla y lo llevó socarronamente al Club Barranquilla, cuando la discriminación racial estaba en su apogeo y las balotas del Club solo elegían gentes blancas, aunque hubiera plata de por medio. Mi papá llegó impecablemente vestido de kaki con camisa manga larga, zapatos marrones y sombrero de fieltro.
Se extrañaron, desde el gerente hasta los meseros; así, cuando Rafael salió al baño, se le fueron lanza en ristre y le espetaron: ¿Qué hace usted aquí?, ¿quien es usted? Mi papá se paró de la silla y con voz solemne de orador, que en ese tiempo estaba de moda, les dijo: “Soy el cónsul de Haití”. Inmediatamente cambiaron de actitud y fue el propio maître el que lo atendió con venia y todo, ofreciéndole como huésped distinguido café cargado, tabaco habanero y champán francés.
Adolfo Pacheco Anillo