AWENDO, Kenia — Las historias que cuentan las madres cuando se reúnen periódicamente en el Centro de Salud de Awendo, en el oeste de Kenia, son un catálogo de pequeños fracasos, oportunidades perdidas y consecuencias devastadoras. Lo que une al grupo de mujeres son sus hijos: todos tienen VIH.
Han pasado 20 años desde que los esfuerzos por prevenir la transmisión del VIH, el virus que causa el Sida, de madre a hijo durante el embarazo y el parto comenzaron en serio en el África subsahariana. Sin embargo, unos 130 mil bebés aún resultan infectados cada año debido a problemas logísticos, como la escasez de medicamentos, y otros más perniciosos, como el estigma que hace que las mujeres teman hacerse pruebas o recibir tratamiento.
Luego, muchos de los niños que contraen el virus se ven defraudados por segunda vez: mientras que el esfuerzo por dar tratamiento VIH a los adultos ha sido un gran éxito en toda la región, muchas infecciones infantiles no se detectan ni se atienden. El 76 por ciento de los adultos con VIH están en tratamiento en el África subsahariana, reporta ONUSIDA, un programa de las Naciones Unidas. Pero sólo la mitad de los niños lo están. Se estima que 99 mil niños murieron en el África subsahariana por causas relacionadas con el Sida en el 2021. Otros 2.4 millones de niños y adolescentes de la región viven con el virus, pero poco más de la mitad han sido diagnosticados. El Sida es la principal causa de mortalidad entre los adolescentes en 12 países de África Oriental y Meridional.
“Los niños no van a propagar el VIH, así que cayeron en la lista de prioridades”, dijo Anurita Bains, quien encabeza los programas globales de VIH/Sida para UNICEF. “Casi han sido olvidados”.
Evitar que una mujer transmita el VIH a un niño al nacer es, en teoría, relativamente sencillo. La política en todos los países del África subsahariana con una alta prevalencia de HIV estipula que las mujeres embarazadas que dan positivo, pero no están en tratamiento, deben recibir medicamentos para bloquear la transmisión. Sus bebés deben recibir otro medicamento durante las primeras seis semanas de vida. En más del 90 por ciento de los casos, este protocolo es suficiente para evitar que un niño se infecte.
Laurie Gulaid, asesora regional sobre VIH/Sida de UNICEF en Nairobi, dijo que el problema en Kenia y más allá era el abismo entre la política escrita y lo que el Gobierno realmente financia, prioriza y pone en práctica.
“Las intenciones son buenas, pero la infraestructura, los recursos, la capacitación, el personal —esos todavía no están ahí, no de la forma en que necesitan estar”, dijo.
En Migori, un condado que tiene una de las tasas más altas de prevalencia de VIH en Kenia, muchas clínicas públicas tienen varios años de no tener pruebas VIH para aplicar a las mujeres embarazadas. Dependiendo de a quién le pregunte, esto se debe a trastornos en la cadena de suministro, disputas con los donadores o mala planeación por parte de los funcionarios.
Si las mujeres saben que tienen VIH, a veces sus bebés están tomando medicamentos antirretrovirales. Pero a veces esos medicamentos también están agotados. Para comenzar a medicar a los niños, los trabajadores de salud deben saber que tienen el virus, y ahí es donde falla el sistema, dijo Tom Kondiek, funcionario clínico pediátrico del principal hospital público en Migori. Los niños pueden ser llevados a una clínica una y otra vez, pero nunca ser sometidos a la prueba porque el personal no piensa en eso para un niño de 4 o 5 años, o porque no hay pruebas disponibles.
Aún cuando las mujeres son diagnosticadas, los sistemas de salud a menudo no piensan en sus familias, dijo Gulaid. Como rutina, los niños típicamente son vistos a las 6 semanas de nacidos, pero sólo se realizan pruebas VIH si se sabe que quedaron expuestos al virus.
Nancy Adhiambo, madre de cinco hijos, se enteró durante su tercer embarazo que tenía VIH. Comenzó el tratamiento, pero batalló para continuar tomando los medicamentos mientras se mudaba al dejar una relación caótica, y no pudo conseguir el medicamento consistentemente para su bebé.
A esa niña, que ahora tiene 8 años, no se le practicó la prueba de VIH durante años, a pesar de que a menudo padeció neumonía cuando era pequeña. No fue sino hasta el año pasado, cuando Adhiambo estaba viviendo cerca de una clínica en Migori y se unió a un grupo muy unido de madres, que sometió a todos sus hijos al examen y descubrió de que su tercer retoño estaba infectada. También lo estaba su último hijo, un niño de 1 año.
Hoy en día, el VIH de la niña está bien controlado, al igual que el de Adhiambo.
Pero cuando Adhiambo fue a la farmacia por los medicamentos para los niños, escuchó la misma respuesta que le habían dado durante semanas: las píldoras gratuitas estaban agotadas. Dijo que no podía pagar las que estaban a la venta en la Ciudad, por lo que repartiría sus tabletas restantes entre los niños.
“La pobreza complica las cosas”, dijo. “Sólo podemos tener fe”.
Por: STEPHANIE NOLEN
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