Mientras los ánimos estallaban una noche reciente en un distrito de vida nocturna en Auckland, la ciudad más grande de Nueva Zelanda, Joanne Paikea sintió que se avecinaba un altercado —o incluso un arresto.
“Hermano, sabes que la policía está detrás de nosotros”, dijo, describiendo sus esfuerzos por calmar la creciente tensión entre dos grupos. “Así que escuchas o te arrestan. Es tu elección. ¿Qué deseas? ¿Ir a casa y comer o terminar en las celdas?”.
Paikea es una custodio maorí, una de aproximadamente mil voluntarios indígenas en toda Nueva Zelanda que atienden a los vulnerables, calman a los enfadados e intervienen con los violentos, trabajando independientemente de la policía, pero a la par con ella.
La actividad policial ha estado recientemente bajo el microscopio en Nueva Zelanda, donde historias de crímenes escabrosos han dominado los titulares. Tiroteos, tensiones entre pandillas y decenas de ataques con embestida —cuando malhechores impactan tiendas con autos para saquearlas— han sacudido a la pacífica nación y se han convertido en un tema importante en las elecciones de octubre.
Christopher Luxon, el nuevo Primer Ministro y líder del Partido Nacional de centroderecha, propuso a los electores una nueva era de sentencias más severas, incluyendo prometer enviar a jóvenes delincuentes a campamentos de entrenamiento y dar marcha atrás a los esfuerzos por reducir la población carcelaria.
“Restauraremos la ley y el orden”, dijo Luxon en su discurso de victoria.
Los expertos han cuestionado la necesidad de un cambio así, al igual que las tácticas más contundentes del partido de Luxon, diciendo que los problemas subyacentes seguirían sin resolverse. Muchos Custodios Maoríes, la mayoría de quienes son mujeres mayores de 40 años, los conocen de primera mano: dificultades económicas, alienación y adicción.
En los últimos meses, una crisis del costo de vida ha golpeado fuertemente a los neozelandeses. Los precios de los alimentos en octubre aumentaron 6.3 por ciento interanual.
Esto ha creado un mercado negro para algunos productos. Los cigarrillos robados, que se venden al menudeo a unos 35 dólares neozelandeses (más de 20 dólares) el paquete, se pueden canjear por otros artículos valiosos. “Algunas personas cambian ocho paquetes por un trozo de carne”, dijo Paikea, que dirige la Asociación de Custodios Maoríes Akarana, en Auckland.
Muchos países están lidiando con interrogantes sobre la aplicación de la ley, incluyendo la amenaza de la brutalidad policial, los daños del encarcelamiento y los factores que impulsan a los delincuentes. Los custodios maoríes, que han estado activos en Nueva Zelanda durante aproximadamente un siglo, “están a medio camino entre la policía comunitaria formal y los trabajadores sociales, y son bastante esenciales en la forma en que operan ciertas áreas de Nueva Zelanda”, dijo Fabio Scarpello, politólogo en la Universidad de Auckland.
Los custodios ayudan en lo que pueden, pero las condiciones sobre el terreno han ido cambiando. Los custodios maoríes dicen que prefieren el respeto y la compasión por encima de una coacción más contundente. Pero muchos electores respaldaron el enfoque más punitivo del Gobierno entrante hacia el crimen.
“Los delincuentes parecen no temer a la policía ni a ser atrapados”, dijo Sunny Kaushal, presidente del Dairy and Business Owners Group, que representa a las pequeñas empresas operadas por sus propietarios.
Las estrategias del Gobierno anterior, incluyendo la tipificación de un nuevo delito penal para los ataques con embestida y la subvención de cañones de niebla para cegar a los infractores, habían sido deficientes, afirmó.
Paikea dijo que no querer criminalizar a los jóvenes era la razón principal por la que la gente confiaba en los custodios, cuando tal vez no en la policía. “Sólo estamos aquí para ayudarlos”, dijo.
Por: NATASHA FROST
The New York Times
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