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El misterio de los pájaros gigantes no voladores, conocidos como aves del terror, y el importante hallazgo de un colombiano

Perdomo, un campesino colombiano, recolectó hace varios años atrás  un tibiotarso, o hueso medio de la pierna, de un pájaro. Un pájaro enorme y poderoso.

César Perdomo, cazador de fósiles veterano en el desierto de la Tatacoa en Colombia, con un fósil de ave del terror.

César Perdomo, cazador de fósiles veterano en el desierto de la Tatacoa en Colombia, con un fósil de ave del terror. Foto: Federico Rios para The New York Times

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La Tormenta, el pequeño museo paleontológico de César Perdomo, es una labor en progreso. Los fósiles están dispuestos en mesas y estantes. El resto de la colección de Perdomo yace en cajas apiladas hasta el techo.
Perdomo, de 44 años, es un campesino veterano que ha recolectado fósiles toda su vida. El desierto de la Tatacoa, en Colombia, alberga ricos depósitos de fósiles de hace unos 13 millones de años, el apogeo de la época del Mioceno Medio.
En ese entonces, Sudamérica era un continente insular, aún no conectado con Norteamérica. Pertenecía a mamíferos ungulados de gran tamaño como los toxodontes, parientes lejanos de los rinocerontes y tapires actuales; criaturas parecidas a armadillos con armadura gruesa llamadas gliptodontes; y pájaros gigantes no voladores conocidos como aves del terror, con patas poderosas y picos desgarradores de carne.
Fue un momento singular en la historia geológica en el que las aves eran los máximos depredadores. Se han identificado alrededor de 20 especies de aves del terror a partir del registro fósil. Los más pequeños no eran más grandes que perros, mientras que otros alcanzaban los 3 metros. Algunos cazaban emboscando a sus presas, mientras que otros la perseguían.

Fósiles de aves del terror

Se han encontrado fósiles de aves del terror en el cono sur de Sudamérica, principalmente en Argentina, y también en Florida y Texas. Sin embargo, pese a un siglo de exploraciones paleontológicas, nunca habían sido encontrados entre esos dos puntos. Sus movimientos y paradero eran un misterio hasta que Perdomo decidió construir La Tormenta.
Perdomo comenzó a coleccionar fósiles cuando era niño en las décadas de 1980 y 1990. Continuó de adulto, y hace unos 10 años hizo amistad con Andrés Link, de la Universidad de Los Andes, en Bogotá.
Link y Perdomo decidieron organizar, catalogar y exhibir la creciente colección de Perdomo en un museo, abriéndolo a los científicos y a cualquier persona que quisiera verla. La Tormenta aún no estaba terminada en noviembre pasado cuando Rodolfo Salas, un especialista en cocodrilos de Perú, acudió con Link para revisar los huesos de Perdomo.
Link recordó que un espécimen grueso, de unos 12.5 centímetros de largo, llamó la atención del investigador visitante. Salas aseguró a sus anfitriones que el fósil, que Perdomo había recolectado 15 años antes mientras reparaba una cerca, era el tibiotarso, o hueso medio de la pierna, de un pájaro. Un pájaro enorme y poderoso.
En el desierto de la Tatacoa, los yacimientos de fósiles conocidos como los depósitos de La Venta ofrecen una rara instantánea de la vida en Sudamérica antes de que los animales de este mundo anteriormente aislado se encontraran con los de Norteamérica en el Gran Intercambio Biótico Americano. Esto ocurrió hace unos 5 millones de años, cuando los animales comenzaron a moverse en ambas direcciones vía el Istmo de Panamá. Las aves del terror resistieron varios millones de años más antes de extinguirse, probablemente superadas por los grandes felinos y caninos.
Link envió imágenes tridimensionales del espécimen de Perdomo a Federico Degrange, paleontólogo de la agencia científica argentina CONICET, que es la autoridad mundial en aves del terror. Degrange determinó que el fósil procedía de un ave al menos 10 por ciento más grande que las dos especies de aves del terror corredoras más grandes conocidas a la fecha: Titanis walleri, de Norteamérica, y Kelenken guillermoi, de la Patagonia.
Degrange no estaba seguro de si se trataba de un Titanis extragrande o de un Kelenken, o si se trataba de una especie nueva —aunque sospechaba que era nueva.
“Este era un superdepredador”, dijo Degrange. “Prefería las áreas abiertas. Antes de este descubrimiento, la mayoría de los restos de La Venta indicaban que era un ambiente de bosque tropical. Esto sugiere que era más bien una mezcla de áreas abiertas, arbustos y bosques”.
Siobhan Cooke, paleontóloga en la Universidad Johns Hopkins, en Maryland y autora con Degrange, Link y Perdomo de un estudio publicado en la revista Papers in Paleontology, dijo que el hallazgo “confirma que las aves del terror fueron parte de la comunidad faunística en La Venta durante algún tiempo, no algo transitorio”. Es decir, los fósiles encontrados en Texas y Florida “no eran aves de la Patagonia que decidieron caminar 8 mil kilómetros al norte”.
El enorme tamaño de esta ave “también nos habla de los niveles tróficos” —o cadena alimentaria— “presentes en La Venta y las presiones selectivas que permitirían un tamaño corporal cada vez mayor”, añadió Cooke.

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