Donald J. Trump llegó al poder con campañas políticas que atacaron en gran medida objetivos externos, incluyendo la inmigración procedente del sur de la frontera entre Estados Unidos y México.
Pero ahora, en su tercer intento presidencial, algunos de sus ataques más feroces se han dirigido a sus oponentes nacionales. En un discurso el mes pasado, Trump utilizó un lenguaje que hacía eco de los líderes autoritarios que llegaron al poder en Alemania e Italia en la década de 1930, degradando a sus adversarios políticos como “alimañas” que necesitaban ser “extirpadas”.
“La amenaza de fuerzas externas es mucho menos siniestra, peligrosa y grave que la amenaza interna”, dijo.
Este giro hacia adentro ha hecho sonar nuevas alarmas entre los expertos en autocracia, quienes durante mucho tiempo han estado preocupados por los elogios de Trump a los dictadores extranjeros y su desprecio por los ideales democráticos. Dijeron que el enfoque cada vez más intenso del expresidente en los enemigos internos percibidos era un sello distintivo de los peligrosos líderes totalitarios.
“Hay ecos de la retórica fascista”, dijo Ruth Ben-Ghiat, profesora en la Universidad de Nueva York que estudia el fascismo. “La estrategia general es obvia: deshumanizar a las personas para que el público no proteste tanto por las cosas que se quieren hacer”.
El cambio de Trump se produce mientras él y sus aliados idean planes para un segundo mandato que trastocaría algunas de las normas arraigadas desde hace mucho tiempo de la democracia estadounidense. Estas ambiciones incluyen utilizar al Departamento de Justicia para vengarse de sus rivales políticos, planear una vasta expansión del poder presidencial e instalar a abogados ideológicamente alineados en puestos clave.
Los aliados de Trump descartan las preocupaciones como alarmismo y ataques políticos cínicos.
Algunos expertos en autoritarismo dijeron que si bien el lenguaje reciente de Trump ha comenzado a parecerse más al utilizado por líderes como Hitler o Benito Mussolini, no refleja del todo a los líderes fascistas del pasado. Aun así, dicen, exhibe rasgos similares a los de los hombres fuertes actuales como Viktor Orbán, de Hungría, o Recep Tayyip Erdogan, de Turquía.
Las opiniones relativamente aislacionistas de Trump van en contra del hambre de imperio que caracterizó el Gobierno de Hitler en Alemania y Mussolini en Italia.
“Es demasiado simplista referirse a él como neofascista o autócrata o lo que sea —Trump es Trump, y no tiene una filosofía particular que yo haya visto después de cuatro años como Presidente”, dijo Chuck Hagel, el ex Secretario de Defensa y un republicano.
Aun así, dijo, el estilo de campaña de Trump es “muy peligroso”.
En este ciclo electoral, Trump enfrenta más presión que en sus últimas campañas. En parte, su decisión de lanzar una candidatura anticipada a la Casa Blanca fue un intento para protegerse de múltiples investigaciones, que desde entonces han resultado en la mayor parte de los 91 cargos por delitos graves que ahora enfrenta.
Si recupera la Casa Blanca, ha dicho Trump, “no tendrá opción” que encarcelar a sus oponentes políticos.
En julio, durante una celebración del Día de la Independencia en Carolina del Sur, Trump prometió represalias contra el Presidente Joseph R. Biden Jr. y su familia.
Biden ha tratado a menudo de retratar a Trump como un extremista y recientemente dijo que el expresidente estaba usando un lenguaje que “hace eco de las mismas frases utilizadas en la Alemania nazi”.
Jennifer Mercieca, profesora en la Universidad Texas A&M que ha investigado la retórica política, dijo que Trump había utilizado el lenguaje para socavar las normas democráticas. “Normalmente, un Presidente utilizaría la retórica de guerra para preparar a una nación para la guerra contra otra nación”, dijo. “Donald Trump utiliza la retórica de guerra en casa”.
PO MICHAEL C. BENDER Y MICHAEL GOLD. THE NEW YORK TIMES
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