En sus nuevas memorias, Chita Rivera dice que nunca pudo identificarse con la canción “I’m Still Here”, la oda de Stephen Sondheim a la perseverancia. Le gustaba la canción pero, como profesional decidida, no había tiempo para la nostalgia —siempre estaba buscando el próximo proyecto. Entonces llegó la pandemia.
Incluso cuando la pandemia le presentó la oportunidad de hacer una pausa, su impulso de mirar hacia atrás nació del deseo de brindar algo a lo que vienen. “Realmente quería un libro de memorias que los chicos pudieran leer y aplicar”, dijo Rivera, de 90 años. “No es tanto un libro de memorias como una oportunidad para que los chicos se den cuenta de que si quieren esto, pueden tenerlo —pero tienen que esforzarse mucho”.
“Chita: A Memoir”, escrita con el periodista Patrick Pacheco, sigue la vida de la tres veces ganadora del premio Tony con claridad y despreocupación. La intérprete puertorriqueña-estadounidense, que se crió en Washington, recuerda con cariño sus primeras clases de baile, su mudanza a la ciudad de Nueva York para estudiar en la Escuela de Ballet Estadounidense de George Balanchine, su papel revelación como Anita en “Amor Sin Barreras” y su éxito continuo en Broadway (18 papeles en total).
Rivera, con su agilidad incisiva y sensual, ha sido una presencia habitual en el escenario, desde su debut profesional en 1952 como bailarina destacada en la gira estadounidense de “Call Me Madam” hasta su última caravana en Broadway en el 2015 con “The Visit”. Nunca ha pasado más de tres años sin una producción importante, regional o de gira, incluso cuando crió a su hija con Tony Mordente, Lisa, aunque su nacimiento retrasó el estreno en Londres de “Amor Sin Barreras” —y continúa presentando su espectáculo de cabaret.
Aparte de un leve dejo de atrevimiento al describir sus aventuras amorosas y su debilidad por los hombres italianos, la revelación más jugosa del libro podría ser que Rivera rechazó la solicitud del dramaturgo Arthur Laurents para interpretar a Rose en el estreno en Londres de “Gypsy” a principios de la década de 1960. Con 30 años de edad en ese entonces, Rivera escribe que sentía que era demasiado joven y distante de su interior “renegado” para interpretar a una madre dominante en el escenario. Ese renegado emerge en el libro como su alter ego, Dolores. (Su nombre de nacimiento es Dolores Conchita Figueroa del Rivero Anderson).
Mientras que Chita es la dulce “que trata de unir todo, resolver problemas y le gusta reír”, dijo, Dolores no se detiene y consigue sus trabajos. “Ella fue la que me protegió”, dijo Rivera.
Es Dolores quien proporciona la mayor parte del ingenio del libro y se encoge de hombros ante el hecho de ser pasada por alto para las adaptaciones cinematográficas, aunque ella originó los papeles en el escenario. “Siempre están ganando Óscares por papeles que he hecho, pero eso está bien”, dijo Rivera, refiriéndose a un comentario en el libro sobre las victorias de Rita Moreno y Catherine Zeta-Jones por “Amor Sin Barreras” y “Chicago”.
“Siento que no puedes reemplazar a la persona que origina un papel”, continuó. “Digo en mi espectáculo: ‘Catherine, quédate con tu Óscar, yo me quedaré con mi ostinato, que no es cualquier cosa’, dijo. “Lo prolongaría todo el tiempo que me permitieran las dos primeras filas”.
Recordó el ostinato —la introducción del compositor John Kander a “All That Jazz” de “Chicago”, una seductora cuenta de ocho que se puede prolongar eternamente— y cómo, al interpretarlo, miraba intensamente al público y “sólo pulsaba”.
“Cada vez que escuchas a ese ostinato, piensas en ‘Jazz’”, dijo. “¿Y quién cantó ‘Jazz’? Yo”.
“Siento que no puedes reemplazar
a la persona que origina un papel”.
Por: JUAN A. RAMÍREZ
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