Si se creen los reportes de la época, la Polonia del siglo 17 estaba inundada de resucitados: no vampiros, sino protozombis que acosaban a los vivos bebiendo su sangre o provocando un alboroto en sus hogares. En un relato, de 1674, un hombre muerto se levantó de su tumba para atacar a sus familiares; cuando abrieron su tumba, el cadáver estaba conservado de forma antinatural y tenía rastros de sangre fresca.
Reportes así eran lo suficientemente comunes como para que se utilizara una amplia gama de remedios para evitar que los cadáveres se reanimaran: quitarles el corazón, clavarlos en sus tumbas, clavarles estacas en las piernas, atorarles las mandíbulas con ladrillos (para evitar que a mordidas salieran de la tumba).
Cuatro siglos después, arqueólogos en Europa han descubierto la primera evidencia física de un niño sospechoso de reanimarse. Mientras excavaban un cementerio masivo anónimo en las afueras de la aldea de Pien, Polonia, investigadores de la Universidad Nicolaus Copernicus, en Torun, desenterraron los restos de lo que ha sido ampliamente descrito en reportes noticiosos como un “niño vampiro”. El cadáver, que se cree que tenía unos 6 años en el momento de su muerte, fue enterrado boca abajo, con un candado de hierro debajo del pie izquierdo, en un probable esfuerzo por atar al niño a la tumba y evitar que ascendiera para atormentar a los vivos.
“El candado habría estado sujeto al dedo gordo del pie”, dijo Dariusz Polinski, el arqueólogo principal, a través de un traductor.
Hasta ahora, se han descubierto unas 100 tumbas en el lugar, incluida una a sólo un metro de la del niño que albergaba el esqueleto de una mujer con el dedo gordo del pie encerrado con candado y una hoz de hierro sobre el cuello. “La hoz estaba destinada a cortar la cabeza de la mujer si intentaba levantarse”, dijo Polinski.
Al Ridenour, un folclorista radicado en Los Ángeles, dijo que la naturaleza turbulenta de la Contrarreforma en Polonia permitió que persistieran las creencias paganas hacia los no-muertos. “En reacción a los protestantes, la Iglesia Católica aumentó el drama y la emoción, como se puede ver en el arte barroco, en las pinturas de memento mori y cosas similares”, dijo. Los sermones avivaban el miedo al diablo y a los demonios, que se tradujo en miedo a los reanimados.
Hacia finales de la Edad Media, colocar candados en las tumbas se convirtió en una tradición en Europa Central, particularmente en Polonia. En un cementerio judío del siglo 16 en Lublin, candados de hierro fueron colocados sobre sudarios, alrededor de la cabeza del difunto o, en ausencia de un ataúd, sobre una tabla que cubría el cadáver. Hasta ahora, un sitio en Lutomiersk es el más prolífico: de mil 200 tumbas investigadas, casi 400 contenían candados.
Aunque el significado de este ritual ahora es desconocido, un término talmúdico para tumba es “un candado” o “algo cerrado”, lo que ha llevado a algunos expertos a concluir que la costumbre simbolizaba “cerrar la tumba para siempre”. La costumbre continuó en las comunidades judías de Polonia al menos hasta la Segunda Guerra Mundial. Kalina Skora, investigadora del Instituto de Arqueología y Etnología de la Academia Polaca de Ciencias, en Lodz, dijo que el objetivo, según los practicantes de mediados del siglo 20, era “evitar que el muerto hable, hable cosas malas o más bien hable de este mundo en el otro mundo”.
En medio de una epidemia, a veces se buscaba en los cementerios un “paciente cero”. Se podrían desenterrar hasta una docena de cadáveres, dijo Skora, y participarían comunidades enteras. “Algunos aldeanos participaban en descubrir quién era la causa de las muertes, mientras que otros, en su mayoría hombres adultos, a veces acompañados por un sacerdote, desenterraban a los fallecidos y buscaban al culpable”, dijo Skora. La falta de descomposición se consideraba evidencia de un reanimado.
Para citar a Bela Lugosi en “Drácula”: “Morir, estar realmente muerto, eso debe ser glorioso”.
Por: FRANZ LIDZ
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