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Noticia

¿Quién fue Esther Ballestrino, la mujer clave en la formación política del papa Francisco?

Hasta el día de su muerte, el pontífice mantuvo en su despacho de la Casa de Santa Marta un retrato de esta mujer.

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Esther Ballestrino y sus hijas. Foto: La Nación

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En el laboratorio Hickethier-Bachmann de la calle Azcuénaga, en Buenos Aires, la química Esther Ballestrino, de 35 años, tenía la tarea de verificar los resultados que le entregaban los jóvenes técnicos.
Jorge Mario Bergoglio, de 16 años, a quien le faltaban tres para empezar su camino religioso en el seminario y seis décadas para convertirse en el papa Francisco, era uno de ellos.
–¿También hiciste aquella prueba? –le preguntó ella con desconfianza debido a la velocidad con la que aquel estudiante le había entregado el último informe.
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Esther Ballestrino y Jorge Bergoglio se conocieron en Buenos Aires en 1953. Foto:La Nación

–No, pero no creo que sea necesario porque todas las que hice antes demuestran que el resultado es correcto –respondió él.
–No, así no. Haz la prueba de vuelta –le indicó Esther–. La escrupulosidad y la precisión lo es todo en nuestro trabajo. Las razones de la ciencia deben sustentarse de manera empírica.
Al escuchar esas palabras, él entendió la “cultura del trabajo”, y que el rigor es un requisito imprescindible para hacer bien las tareas, relató el papa Francisco en su autobiografía “Esperanza” (2025).
“Pero aquella gran mujer hizo mucho más: me enseñó a pensar. Me refiero a pensar la política”.

La vida en Paraguay

De padre uruguayo y madre paraguaya, Esther Ballestrino nació en 1918 en Fray Bentos, en Uruguay, pero siempre se sintió paraguaya, país donde vivió gran parte de su vida.
Después de pasar los primeros años en Uruguay, Esther se mudó con su familia a Encarnación, en el sur de Paraguay, y más tardé a Asunción, donde se graduó en Ciencias Químicas.
“Ella era una de las pocas mujeres en la universidad. Fue una mujer de avanzada para su época”, le dice a BBC Mundo la menor de sus tres hijas, Ana María Careaga, de 64 años, directora del Instituto Espacio para la Memoria de Argentina de 2006 a 2012.
Ya en Asunción, poco a poco, Esther se acercó a las ideas de izquierda.
Primero, integró las filas del Partido Revolucionario Febrerista y después formó la rama femenina del mismo, siendo una de las fundadoras de la Unión Democrática de Mujeres de Paraguay.
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Esther (primera mujer a la derecha) era química de profesión. Foto:La Nación

Pero no eran tiempos para la política.
El país pasaba por el régimen militar de Higinio Morínigo (1940-1948), el cual proscribió los partidos políticos y empujó al exilio a líderes y militantes, entre ellos, Esther.
Cuando en 1947 se vio forzada a dejar el país para exiliarse en Argentina, ya era una importante referente de la izquierda paraguaya.
En Buenos Aires se casó con Raimundo Careaga, nacido en Caaguazú, Paraguay, también dirigente del movimiento febrerista y exiliado en Argentina, con quien tuvo tres hijas: Ester, Mabel y Ana María.
“En nuestro matrimonio soy yo el que ha tenido el honor de ser su esposo”, le escribió Raimundo en una carta.
Ana María recuerda haber crecido en una familia de puertas abiertas, en un casa donde las paredes estaban cubiertas de libros y siempre recibían a perseguidos políticos de otros países de América Latina.
Esther amaba Paraguay y lo extrañaba cada día.
“Mucho tiempo después supimos que ella siguió entrando al país de manera clandestina para formar cuadros políticos y participar de reuniones mientras estaba exiliada en Argentina”, cuenta su hija.

El despertar político

En 1953, el mundo miraba horrorizado el escándalo del matrimonio Julius y Ethel Rosenberg, una pareja estadounidense condenada a la silla eléctrica acusada de entregar secretos nucleares a la Unión Soviética en plena Guerra Fría.
La ejecución de los Rosenberg fue la primera condena a muerte a civiles implicados en un caso de espionaje en la historia de Estados Unidos, lo que lo convirtió en uno de los más polémicos de la época.
“Recuerdo que fue uno de los primeros temas de debate con Esther, que me lo contaba y me daba su versión de activista”, escribió el papa Francisco en “Esperanza”.
Ella lo invitaba a leer y a discutir las ideas que no compartían.
“Era una mujer respetuosa, en absoluto fanática, dotada de un gran sentido del humor”, agregó Francisco, quién años antes de su libro ya había definido a Ballestrino como “mujer de mucho humor”.
En aquel entonces, Juan Domingo Perón era el presidente de Argentina (1946-1955).
“En mi casa todos eran antiperonistas”, contó el Papa en su libro.
Nacido en una casa simpatizante de la histórica Unión Cívica Radical (UCR), un partido de origen socialdemócrata enfrentado con el peronismo, el tema desataba acaloradas discusiones políticas en los almuerzos familiares del domingo.
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Esther Ballestrino con su familia. Foto:La Nación

“[Era] Una familia paradójicamente elitista, porque no éramos ricos, sino pobres que habían ascendido en la escala social hasta la clase media”, describió Francisco.
Con el tiempo, identificó que le habían empezado a interesar las reformas sociales que llevaba adelante Perón hasta “inspirarle cierta simpatía”.
Incluso recordó una pelea con su tío Guillermo, un empresario antiperonista, a quien Francisco le respondió: “Eres rico, ¡qué sabrás tú de los pobres y de sus tribulaciones!”.
“Aquel fue en cierto modo el bautismo público de mi pasión política. Por otra parte, la primera formulación de que la doctrina peronista tiene un nexo con la doctrina social de la Iglesia”, dijo Francisco en su autobiografía.
“Fue mi primera reacción clara en defensa de los pobres –agregó–. Una tensión, una inquietud social que más adelante he buscado y he vuelto a encontrar cada vez más en la Iglesia”.
Francisco contó que le gustaba ir a la Unidad Básica, sede del movimiento peronista en cada barrio, así como al Comité Radical y las sedes socialistas como lugares de cultura política, muy incentivada por entonces.
“La política siempre me ha interesado. Siempre”, aseguró.
En ese despertar político, que llegó antes que el religioso, Esther Ballestrino ocupó un lugar central.
“La personalidad de mi madre debe haber contribuido a ese lazo tan fuerte que hubo entre ellos”, arriesga Ana María, quien define a su madre como una mujer “amplia y plural, todo lo contrario a una persona sectaria”.
En una carta que le dedicó a sus hijas, Raimundo les recordaba que la casa familiar en la que se criaron había estado siempre abierta a las distintas personas sin importar su identidad política ni signo partidario.
Ya como Papa, mantuvo siempre en su despacho de la Casa de Santa Marta, en el Vaticano, un retrato de Esther hasta el final de sus días.
En palabras de Francisco: “Era una mujer extraordinaria, la quería mucho”.
Fotos Eduardo Longoni- Madres de la Plaza de Mayo

Fotos Eduardo Longoni- Madres de la Plaza de Mayo Foto:Cortesía de Eduardo Longoni

Madres de Plaza de Mayo

En septiembre de 1976, el régimen militar argentino encabezado por Jorge Rafael Videla avanzaba con represión, secuestros y desapariciones forzadas que apuntaban principalmente a los militantes comunistas, peronistas y socialistas.
Habían pasado seis meses desde el golpe de Estado, y Esther buscaba al marido desaparecido de una de sus hijas. Para eso, acompañaba a la madre del joven secuestrado para presentar hábeas corpus y reunirse con otros familiares.
Hasta que el 13 de junio de 1977 la dictadura militar se llevó a Ana María.
“A partir de mi secuestro, mi madre empezó a reunirse todos los días con otras madres de desaparecidos. En una carta me dejó escrito que andaba como una autómata, pensando en mí, ideando recursos para encontrarme”, cuenta Ana María, que en ese momento tenía 16 años y estaba embarazada de menos de tres meses.
Fue así que este grupo de madres –muchas de ellas mujeres dedicadas al trabajo del hogar y sin formación política– empezó a organizarse para recorrer cárceles, cuarteles y comisarías preguntando por sus hijos.
“Las madres hicieron de la desaparición y la ausencia una presencia permanente. Lo que hicieron no existía. Inventaron un modo de resistencia inédito en el mundo”, dice Ana María.
Así nació la reconocida organización argentina Madres de Plaza de Mayo.
Francisco definió en su autobiografía: “A una madre que ha sufrido lo que sufrieron las Madres de Plaza de Mayo, yo se lo permito todo. Puede decir lo que quiera, porque el dolor de esa madre es inconcebible”.
Durante los casi cuatro meses que estuvo desaparecida, Ana María recuerda ser víctima de las peores torturas.
“Me llevaron a un lugar que ellos llamaban Quirófano. Era una sala de tortura”, relató Ana María, en un documental realizado por Huella Digital, sobre su paso por el centro clandestino de detención “Club Atlético”.
“Tenía una mesa de metal, en la que me ataron desnuda, con los brazos y piernas abiertas. Me pusieron en el dedo meñique un pedacito de metal y me mojaron para que pasara mejor la corriente [de las descargas eléctricas]”, añadió.
Finalmente, el 30 de septiembre de 1977, Ana María, con casi siete meses de embarazo, quedó en libertad. Entonces, Esther decidió sacar tan rápido como pudo a sus hijas de Argentina: primero se fueron a Brasil y después a Suecia, donde nacería la hija de Ana María, Anita.
Pero ni Esther ni Raimundo dejaron el país.
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Esther Ballestrino, amiga del papa Francisco. Foto:La Nación

Esther, que había escapado 24 años antes de la dictadura en Paraguay, decidió quedarse para seguir peleando contra la represión en Argentina. Decisión que, unos meses más tarde, terminaría por costarle la vida.
En ese contexto, Ballestrino llamó a su viejo amigo, el sacerdote Bergoglio.
“Che, podés venir a mi casa que mi suegra está mal y quiero que le des la extremaunción”, recordó Bergoglio que le dijo Esther en un llamada corta, tras haber quedado liberado a Ana María.
“Me pareció raro porque ellos no eran creyentes -aunque su suegra sí-, pero me pareció raro”, añadió Francisco, quien al llegar a la casa de Ballestrino entendió que lo que quería no era la extremaunción sino que la ayudara a esconder los libros políticos de su biblioteca “porque estaba vigilada”.

El “ángel de la muerte”

Dos meses después de la liberación de Ana María, el 8 de diciembre de 1977, Esther fue a la iglesia de la Santa Cruz, en Buenos Aires.
El lugar había quedado como punto de encuentro de un grupo de familiares de desaparecidos para coordinar acciones de denuncia contra el régimen militar y pedir por sus hijos.
Ese día, Esther estuvo encargada junto a otras mujeres de juntar firmas y dinero para publicar una solicitada en los diarios reclamando por la aparición con vida de las personas desaparecidas.
Pero una vez terminada la reunión, un grupo de militares integrantes del Grupo de Tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) secuestró a Esther.
Ese fue el último día que sus familiares la vieron con vida. Tenía 59 años.
El operativo terminó dos días después, el 10 de diciembre de 1977, con el secuestro de un total de 12 personas.
La participación de Alfredo Astiz, apodado años después el “ángel de la muerte”, fue clave en el operativo.
El joven oficial de la Marina –condenado a cadena perpetua en 2011 y 2017– se había presentado unos días antes con el nombre falso de Gustavo Niño y había dicho tener un hermano desaparecido.
El día del operativo, Astiz besó en la mejilla a cada una de sus víctimas, que eran las que lideraban los grupos de familiares de desaparecidos, para marcarlas en medio del operativo de secuestro.
Los 12 secuestrados, entre ellos Esther, fueron llevados a la ESMA, lugar que terminó siendo el centro clandestino de detención y tortura más grande de Argentina. Unos días después fueron lanzados vivos al mar desde aviones militares en lo que se conoce como los “vuelos de la muerte”.
El 20 de diciembre de 1977, las mareas del Atlántico acercaron a las costas argentinas el cuerpo de Esther y de otros desaparecidos de la iglesia de la Santa Cruz.
Los restos fueron enterrados en el cementerio municipal de General Lavalle de la provincia de Buenos Aires como N.N. (ningún nombre).
“En Argentina no solo secuestraron a una joven generación comprometida con la realidad de su tiempo, sino que se apropiaron de sus hijos y además secuestraron a las madres que los buscaban”, afirma Ana María.
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Dos años antes de su muerte, Francisco dejó un testamento sobre dónde quería tener su sepultura. Foto:(EPA) EFE

Más allá de la muerte

La historia de vida de Esther no termina con su muerte.
A mediados de 2005, casi tres décadas después de su desaparición, el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó mediante la exhumación de los cuerpos enterrados en el cementerio General Lavalle los restos de siete personas.
Una de ellas era Esther Ballestrino de Careaga.
El equipo de especialistas comprobó también la identidad de otras dos fundadoras de Madres de Plaza de Mayo: María Ponce de Bianco, quien había salido de la iglesia junto a Esther en el momento del secuestro; y Azucena Villaflor, secuestrada dos días después cerca de su casa.
“El mar se negó a ser cómplice y devolvió los cuerpos de nuestras compañeras”, dijo la reconocida defensora de derechos humanos Nora Cortiñas, de la organización de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora.
La identificación de los restos, por medio de estudios de ADN y huellas dactilares, permitió que la justicia comprobara la existencia de los “vuelos de la muerte” y así pudiera condenar a los militares implicados en estos crímenes.
“De esta manera, pudimos cerrar el circuito de cómo se deshicieron de los cuerpos de los 12 desaparecidos de la iglesia de la Santa Cruz: los arrojaron con vida al mar”, explica Ana María.
Una vez identificados, los restos de Esther, sus dos compañeras y las religiosas sas fueron enterrados en la iglesia de la Santa Cruz, el mismo lugar donde habían sido secuestradas varias décadas antes.
Para eso, fue necesario pedir una autorización a las autoridades eclesiásticas de la Iglesia católica en Argentina y la aprobación llegó del entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio.
“Yo di permiso para que fueran sepultadas en la iglesia de Santa Cruz”, dijo unos años más tarde ante la justicia argentina.

Hasta los últimos días

Dos años antes de ser elegido Papa, el 8 de noviembre de 2010, el entonces cardenal Bergoglio se presentó ante la Justicia para declarar como testigo en la llamada “Megacausa ESMA”, por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino de detención más grande del país.
–¿Qué recuerda de los tiempos en que trabajaron juntos? –le preguntaron a Bergoglio en su declaración.
–Una mujer que me enseñó a trabajar, a ser exacto en los análisis. Una mujer que me inició en el conocimiento de la política. Ella era del Partido Febrerista paraguayo. Me hacía leer cosas. Le debo mucho a esa mujer –respondió Bergoglio. La recuerdo como una gran mujer.
Esperanza, el libro autobiográfico del papa Francisco

Esperanza, el libro autobiográfico del papa Francisco Foto:Editorial

Al año siguiente, el Tribunal Oral Federal número 5 condenó a 16 de los responsables del secuestro, tortura y asesinato de los “12 de la Iglesia Santa Cruz”.
La mayoría de ellos recibió la pena de cadena perpetua.
El 13 de marzo de 2013, Bergoglio fue elegido Sumo Pontífice de la Iglesia católica.
Dos años después, el primer Papa latinoamericano visitó la región de la que provenía.
En el encuentro que empezó en Ecuador, pasó por Bolivia y terminó en Paraguay, Ana María tuvo la oportunidad de reunirse con Francisco en el país que su madre tanto amó.
“Francisco repasó toda la vida de mi madre. Él se acordaba de todo, incluso de lo que yo había vivido en el campo de concentración a partir del relato que mi madre le había hecho a Bergoglio. Fue muy impactante”, recuerda la hija de Esther, quien ahora dirige la asociación civil Instituto Espacio para la Memoria.
En las palabras del Papa, en su discurso a favor de los más pobres, Ana María sintió cómo la mirada “solidaria y humanista” de su madre se mantenía intacta.
“Mi madre ha tenido la capacidad de abrir el pensamiento, que es lo que termina por enriquecer a una persona. Hay algo de todo eso que ha sido importante en el recorrido del Papa”, dice.
En agosto de 2024, Anita Fernández, de 47 años, hija de Ana María y nieta de Esther, nacida en el exilio unos meses después del secuestro de su madre, se reunió con Francisco en el Vaticano.
Lo hizo en medio de una polémica desatada en Argentina tras la visita de un grupo de diputados de La Libertad Avanza, partido del presidente Javier Milei, a los militares condenados y detenidos por crímenes de lesa humanidad cometidos durante el último régimen militar.
Anita dijo después del encuentro que fue el propio Francisco quien quiso hablar del tema durante su conversación.
“La niña que llevaba [Ana María] en su vientre cuando la secuestraron, Anita, vino a verme al Vaticano. Ya es una mujer. No se rindan, le dije. Conserven la memoria”, comentó Francisco.
Como su madre, como su abuela, cuyo rostro destaca en un retrato que tengo colgado en mi pequeño estudio de Santa Marta, como las demás madres de Plaza de Mayo que mostraron el camino, [Anita] sigue luchando por la justicia”, dijo Francisco, 70 años después de haber visto por primera vez a Esther Ballestrino en el laboratorio de la calle Azcuénaga.
Desde el lunes se prevén nueve días de exequias por la muerte del papa Francisco. Expertos explican cómo se organiza un Cónclave con 135 cardenales electores, encargados de elegir a un sucesor.

Expertos explican cómo se organiza un Cónclave. Foto:

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