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Fernando de Magallanes, el navegante que logró lo que parecía imposible

El portugués descubrió un paso entre el océano Atlántico y lo que hoy es el océano Pacífico.

Grabado de 1807 de la nao Victoria, en la que Magallanes hizo su expedición. La nave fue la primera en darle la vuelta al mundo.

Grabado de 1807 de la nao Victoria, en la que Magallanes hizo su expedición. La nave fue la primera en darle la vuelta al mundo. Foto: Getty Images

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Logró una de las mayores hazañas de su tiempo, selló su nombre en la historia y le demostró a quien le había dado la espalda, el rey Manuel I de Portugal, de lo que era capaz: el 1 de noviembre de 1520, Fernando de Magallanes, que de él se trata, descubrió un paso que unía por agua al océano Atlántico y al mar del Sur (bautizado por él con el nombre de océano Pacífico). A sus 40 años, había alcanzado la gloria y lejos estaba de terminar su exploración, pero en poco menos de seis meses terminaría muerto en una playa de lo que hoy se conoce como Las Filipinas.
Fernando o Hernando, como también se lo llamaba, nació el 3 de febrero de 1480, en Sabrosa, en el norte de Portugal (hay ciertos autores que ubican su lugar de nacimiento en Oporto). Pertenecía a una familia hidalga, por lo que pudo educarse en la corte lusitana, donde aprendió dos materias fundamentales en plena edad dorada de las expediciones marítimas: geografía y náutica.
Cumplidos los 25 años, participó en diversas expediciones portuguesas al África oriental, a la India, a Sumatra y a Malaca. En la India estuvo ocho años y formó parte de varias acciones militares. De regreso a Portugal, emprendió la lucha contra los musulmanes, en Marruecos, donde fue herido en una pierna y quedó cojo de por vida.
Cuando volvió a Lisboa, se dedicó a estudiar las cartas más recientes, para encontrar un pasaje hacia el mar del Sur por el Atlántico Sur. A partir de 1514 pidió más de una vez al rey Manuel I de Portugal que le diera carabelas para iniciar su expedición, aumentos de su pensión y ascensos de grado. El rey se mostró muy hosco con él y le dijo a todo que no.
Pero Magallanes tenía un as bajo la manga: despechado, obtuvo permiso para cambiar su ciudadanía y se trasladó unos kilómetros hacia el gran imperio del momento, España. Una vez allí, le dijo al rey Carlos I de España y V de Alemania que, si lo financiaba, él encontraría un paso hacia el Pacífico y llegaría a las Islas Molucas.
La propuesta de Magallanes era muy interesante para Carlos I porque, de tener éxito, permitiría a los españoles proveerse de especias (abundantes en las Islas Molucas) sin necesidad de pasar por territorio portugués (que había sido entregado mediante el Tratado de Tordesillas, con el cual Portugal y España se habían repartido parte del Nuevo Mundo).
El soberano español aprobó la idea el 22 de marzo de 1518 y dispuso que la corona corriera con los gastos de la expedición, que estaría compuesta por cinco naves. Pero no solo eso: nombró a Magallanes capitán general de la flota y gobernador de todas las tierras que encontrara. Finalmente, el 10 de agosto de 1519, los cinco barcos partieron de Sevilla y el 20 de septiembre de 1519 se hicieron a la mar rumbo a las Islas Canarias y desde allí, a las costas de Brasil.
Las vicisitudes de esta aventura están detalladamente narradas en el libro 'Primer viaje alrededor del mundo. La crónica en vivo de la expedición Magallanes-Elcano 1519-1522', escrito por Antonio Pigafetta y editado por Benito Caetano para la Fundación Civiliter. El autor de esa obra fue un caballero italiano que partió de Sevilla con Magallanes y volvió a la ciudad el 8 de septiembre de 1522, con el marino español Sebastián Elcano y el puñado de supervivientes de la nao Victoria.
Pigafetta narra que, una vez en las costas de Verzino (nombre dado por los italianos a Brasil), emprendieron la navegación hacia el sur, bordeando el continente. Pero apenas fondearon en el puerto de San Julián (en la actual provincia argentina de Santa Cruz), se produjo un motín. Pigafetta lo describe así: “Habíamos apenas fondeado en este puerto cuando los capitanes de las otras cuatro naves formaron un complot para matar al comandante en jefe. Estos traidores eran Juan de Cartagena, veedor de la escuadra; Luis de Mendoza, tesorero; Antonio Coca, contador, y Gaspar de Quesada”.
Finalmente, Magallanes descubrió el complot y lo desbarató: dos de los amotinados fueron ejecutados, uno murió en la revuelta y Cartagena fue abandonado en tierra. Pero ese no fue el único contratiempo que se le presentó a Magallanes en su travesía, puesto que el rey Manuel I intentó por todos los medios boicotear la expedición: primero interponiéndose ante España para que se le quitara poder y después con el envío de barcos para que lo interceptaran.

Un hombre imparable

Pero nada de eso detuvo al empecinado explorador, que siguió firme rumbo al extremo sur hasta llegar a la boca de un estrecho jamás visto. Una vez ahí, entre el 21 y 22 de octubre de 1520, Magallanes concretó una de las mayores hazañas de su tiempo: atravesó ese estrecho, al que llamó ‘De todos los santos’, y desembocó en el mar del Sur, al que, por la quietud de sus aguas, bautizó como ‘océano Pacífico’.
El estrecho, que años después fue nombrado ‘estrecho de Magallanes’, es el principal paso bioceánico natural del mundo. Su descubrimiento cambió la historia de la navegación, al facilitar el paso entre los dos grandes océanos.
Sin detenerse en su inmenso logro, Magallanes enseguida ordenó poner proa hacia las codiciadas islas Molucas. Su cálculo era que estaban más cerca de lo que realmente estaban, pero de todos modos logró llegar a ellas. Poner un pie ahí era equivalente a conquistar una mina de oro, puesto que el lugar rebozaba de especias (por eso se las conocía como islas de las Especias), algo tan valioso como el mineral dorado.
Poco a poco dominó a las tribus originarias que habitaban las distintas islas que formaban el archipiélago, dentro de lo que hoy se conoce como Indonesia. En todos los casos, lo hizo bajo el nombre del rey de España y bajo la impronta de la religión católica.

El último viaje

En ese punto, Magallanes estaba en su mejor momento: había descubierto un paso entre dos océanos que cambiaría la historia de la navegación, había garantizado la provisión de especias a España y había cumplido la promesa hecha al rey más poderoso de su tiempo. Por todo esto, solo le quedaba recibir honores, tierras y tesoros. Pero... siempre sucede algo que lo arruina todo.
El 26 de abril de 1521 Magallanes recibió un mensaje: el reyezuelo de una de las islas, llamada Matán y ubicada en lo que hoy es Filipinas, le envió un mensaje en el que le decía que él no reconocía al rey de España. Esto solo significaba una cosa: había que izar velas hacia allí y entrar en combate.
Esa misma noche Magallanes navegó hacia Matán decidido a terminar con la rebelión, pero subestimó a su enemigo y no llevó hombres suficientes (eran solo 60 y no todos bajaron a tierra). Pigafetta, otra vez, fue testigo de lo que sucedió al alba: “Encontramos a los isleños en número de mil quinientos, formados en tres batallones, que en el acto se lanzaron sobre nosotros con un ruido horrible, atacándonos dos por el flanco y uno por el frente”.
Cuando cayó y se vio rendido por los enemigos, se volvió varias veces hacia nosotros para ver si habíamos podido salvarnos.
El 27 de abril, superado por los nativos, Magallanes comprendió que la batalla estaba perdida. “Una flecha envenenada vino a atravesar una pierna al comandante, quien inmediatamente ordenó que nos retirásemos lentamente y en buen orden; pero la mayor parte de los nuestros tomó precipitadamente la fuga, de modo que quedamos apenas siete u ocho con nuestro jefe”, relata Pigafetta.
Su momento final también fue pintado al detalle por el fiel caballero italiano: “Un isleño logró al fin dar con el extremo de su lanza en la frente del capitán, quien, furioso, le atravesó con la suya, dejándosela en el cuerpo. Quiso entonces sacar su espada, pero le fue imposible a causa de que tenía el brazo derecho gravemente herido. Los indígenas, que lo notaron, se dirigieron todos hacia él, habiéndole uno de ellos acertado un tan gran sablazo en la pierna izquierda que cayó de bruces; en el mismo instante los isleños se abalanzaron sobre él. Así fue cómo pereció nuestro guía, nuestra lumbrera y nuestro sostén. Cuando cayó y se vio rendido por los enemigos, se volvió varias veces hacia nosotros para ver si habíamos podido salvarnos”.
De este modo, en una playa olvidada y lejana, se apagó la vida de uno de los más grandes exploradores de la historia.
CARLOS MANZONI
LA NACIÓN (ARGENTINA) - GDA

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