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Europa: así es como la extrema derecha ha logrado ganar terreno en el continente
Si la derecha radical populista gana elecciones en Italia, confirmará una tendencia que gana fuerza.
El líder del partido Liga, Mateo Salvini, saluda a varios seguidores durante un acto de campaña en Bérgamo. Foto: EFE
El domingo, las elecciones generales en Italia pueden marcar un antes y un después en la historia de la democracia de ese país y de Europa. Si las encuestas aciertan, la líder del partido Hermanos de Italia, Giorgia Meloni, de 45 años, puede convertirse en Presidente del Consejo –cargo equivalente al de primer ministro– y llevar a la extrema derecha a gobernar la península por primera vez desde la caída del dictador Benito Mussolini, en 1943.
Sería el segundo triunfo en línea de la derecha radical populista en Europa, tras las elecciones en Suecia –fortaleza histórica de la izquierda socialdemócrata– donde el partido nacionalista Demócratas, liderado por Jimmie Akesson, de 43 años, obtuvo el 20 por ciento de los votos y 73 de los 349 escaños del Parlamento. Se convirtió así en factor decisivo para la formación del nuevo gobierno de derecha del jefe del partido Moderados, Ulf Kristersson, quien reemplazará a la saliente primer ministra, la socialdemócrata Magdalena Andersson.
Desde Italia en el sur hasta Suecia en el norte, los europeos asisten al embate de los partidos de la derecha extrema: lo mismo en Francia, donde el Rassemblement National (Reunión Nacional, RN) de Marine Le Pen puso en riesgo, hasta la segunda vuelta a fines de abril, la reelección del presidente centrista Emmanuel Macron, que en España, donde los nacionalistas antiinmigración y antimatrimonio igualitario de Vox, pueden resultar decisivos para la formación de gobierno cuando se celebren elecciones generales el año entrante.
Giorgia Meloni, líder del partido Hermanos de Italia. Foto:Bloomberg
“Por doquier en Europa, los pueblos aspiran a retomar el destino en sus manos”, proclamó hace pocos días, en tono triunfante, la sa Le Pen.
Desde 2010 y con esa misma línea derechista, en Hungría manda con mano de hierro el autocrático primer ministro, Víktor Orban, líder de la Unión Cívica. Lo hace con tan poco respeto por la oposición que un detallado informe del parlamento europeo concluyó, a inicios de mes, que los húngaros ya no viven en democracia.
La Unión Europea también ha sido crítica con el régimen derechista de Polonia, dominado por el partido Ley y Justicia, del presidente Andrzej Duda, aunque en los meses recientes ha frenado esos cuestionamientos debido al alineamiento de Duda con el resto de Europa, en la condena contra Rusia, tras la invasión de Ucrania ordenada hace siete meses por Vladimir Putin.
En Austria, la extrema derecha es socia del gobierno desde 2017. En Finlandia, no ha hecho más que crecer y ya es el principal grupo de oposición. En Dinamarca y los Países Bajos son la segunda fuerza política, y en Grecia, la tercera. En Bélgica, el partido VB, nacionalista flamenco y aliado del RN francés, pasó de 12 por ciento en las elecciones de 2019 a 22 por ciento en las encuestas actuales.
La creciente ola de votantes que se inclina hacia estos sectores, mezcla de nacionalismo, populismo y derechismo radical, preocupa a muchos analistas del Viejo Continente que hasta hace pocos años veían a estas tendencias como fenómenos marginales, contra los cuales los partidos tradicionales –que van de la izquierda a la derecha moderada– habían establecido “cordones sanitarios” que les impedían pesar en los parlamentos y, aún más, entrar a hacer parte de coaliciones de gobierno.
Las razones del crecimiento de la extrema derecha hay que buscarlas en los efectos de una inmigración que, para muchos, se ha salido de madre y que, a ojos de amplios sectores de opinión, es causante de la inseguridad de las ciudades europeas.
El caso sueco es ilustrativo: otrora un remanso de paz y tranquilidad, el país nórdico lleva registrados 234 tiroteos en lo que va del año, y con cuatro homicidios con arma de fuego por millón de habitantes, más que duplica la media europea de 1,6.
Un porcentaje alto de estos tiroteos tiene como protagonistas a bandas criminales vinculadas al tráfico de drogas ilegales. Según cifras de la policía sueca, en torno a la mitad de los líderes de esas bandas son inmigrantes o hijos de inmigrantes procedentes de Oriente Próximo y África.
Para cabalgar sobre esos datos, el líder derechista Akesson sentenció durante la reciente campaña electoral: “Los inmigrantes musulmanes constituyen la mayor amenaza extranjera desde la Segunda Guerra Mundial”.
Este escenario se repite en los cinturones más pobres de los extramuros de París, así como en zonas deprimidas de Niza, Marsella y muchas otras ciudades sas y de toda Europa como Berlín, Milán o Ámsterdam.
Banderas de la Unión Europea Foto:EFE/EPA/STEPHANIE LECOCQ
Si a ello se agrega la inflación, en especial en los servicios públicos y los alimentos, y la crisis económica por los coletazos de la pandemia del covid-19 y de la guerra en Ucrania, el caldo de cultivo resulta ideal para el discurso populista de la extrema derecha que, en un mensaje simplista, quiere achacarle todas las culpas a la inmigración.
Se suma a ello que, entre los más jóvenes y en amplias franjas de votantes de las clases media y popular, que ven el sistema político y económico tan cerrado que les impide mejorar su vida, se ha instalado una desconfianza –por momentos, odio– hacia las élites.
Ese rechazo también se enfoca en las instituciones de la Unión Europea, que lucen lentas y pesadas a la hora de buscar soluciones y llevar a cabo urgentes reformas.
Pero, a la vez, para entender el alza electoral de esta renovada extrema derecha populista resulta fundamental analizar cómo, tras años de insuflar en sus huestes el odio a los inmigrantes, a los homosexuales y a la izquierda y los moderados, en tiempos recientes sus líderes se han esforzado por parecer menos radicales.
En Francia, Marine Le Pen dejó atrás la monserga antisemita de su padre Jean-Marie y, en la pasada campaña presidencial, suavizó su discurso y se permitió hablar de sus sentimientos y de sus esfuerzos por salir adelante como madre divorciada.
En Suecia, los Demócratas de Akesson cambiaron la antorcha de su bandera por una flor, adhirieron a la Declaración Universal de Derechos Humanos, hicieron una proclama de cero tolerancia frente al racismo y respaldaron la decisión del Ejecutivo socialdemócrata de integrar a Suecia en la Otán, la poderosa alianza militar de Estados Unidos y Europa que poco gustaba a los nacionalistas.
La creciente ola de votantes que se inclina hacia estos sectores, mezcla de nacionalismo, populismo y derechismo radical, preocupa a muchos analistas
Como sostiene la analista Anne-Françoise Hivert, del diario francés Le Monde, la clave del ascenso ha sido el esfuerzo de Akesson “por volver a su partido respetable”.
Según Thibault Muzergues, del International Republican Institut, con sede en Roma, “asistimos al avance de partidos que estaban muy a la derecha, pero que ahora optaron por insertarse en el juego democrático”. Muzergues habla de “pospopulismo”.
Para él, los líderes de esos grupos ya no actúan como payasos y ahora “lucen más serios”: en dos palabras, agrega, “se normalizaron”.
Al igual que otros analistas, Muzergues destaca que, en los programas de muchos de estos partidos, salirse de la Unión Europea dejó de ser una propuesta.
El avance de Giorgia Meloni en Italia parece confirmar ese diagnóstico. A diferencia de Mateo Salvini, líder de La Liga –otro partido de extrema derecha hoy desplazado por el de Meloni–, ella apoya que Italia siga en la Otán y, más importante aún, ha dado su voz de respaldo “a la resistencia ucraniana” y está de acuerdo con las sanciones económicas impuesta por Occidente a Rusia. El esfuerzo por moderar sus propuestas llevó a su partido a pasar de 7 por ciento de intención de voto en las encuestas de 2019, a 24 por ciento para este domingo.
La postura frente a Rusia y la guerra de Ucrania son un asunto crucial: el gran temor de los líderes de los partidos tradicionales es que la extrema derecha –como lo ha hecho Víktor Orban en Hungría– se ponga del lado de Vladimir Putin, y eso lleve a romper el bloque de apoyo a Ucrania que se ha consolidado en Europa en estos meses.
En la campaña presidencial sa salió a relucir cómo, en años anteriores, el partido de Marine Le Pen recibió cerca de 20 millones de euros de un banco ruso, cuyos dueños son cercanos a Putin, y de un banco húngaro, cercano a Orban.
Hace una semana, la inteligencia de los Estados Unidos reveló un documento sobre cómo Moscú gastó 300 millones de dólares en tiempos recientes, en una campaña secreta de influencia política mundial para financiar partidos de ambas extremas en Europa y otras regiones del mundo.
Varios analistas señalaron como sospechosos a los movimientos que protagonizan esta ola populista de la derecha extrema en Europa.
No parece que sea el caso de los Demócratas de Akesson en Suecia, ni de los Hermanos de Meloni en Italia. Al menos en los discursos de campaña, se han alineado con la Otán contra Rusia. Pero habrá que ver qué pasa cuando Akesson haga sentir su influencia en el nuevo gobierno sueco y cuando Meloni, si en verdad gana el domingo, se instale como jefe del Ejecutivo italiano.
Quienes, no obstante su proceso de moderación, aún desconfian de Meloni, recuerdan que su discurso antiinmigrantes sigue siendo muy radical.
Además, mencionan su idea de promover que, en vez de resolver el problema de falta de mano de obra con inmigrantes, las familias italianas tengan más niños y reciban por ello una subvención, algo que recuerda los programas de Mussolini, a fines de la década del 20, para que las mujeres italianas se dedicaran a dar a luz y a criar hijos, con la meta entonces de elevar la población del país de 40 a 60 millones.
No es la primera vez que Meloni es acusada de nostálgica de Mussolini. Habrá que ver qué pasa en la realidad si llega a convertirse en la nueva gobernante de Italia. Lo que haga no solo marcará el destino de su país. También, y mucho, el de la nueva extrema derecha del Viejo Continente y el de Europa en su conjunto.