Inundaciones en España: ¿culpa del cambio climático o mala planificación? / Análisis de Mauricio Vargas

El domingo 3 de noviembre, cuando los reyes de España, Felipe y Letizia, y el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, llegaron al municipio de Paiporta, en la Comunidad Valenciana, uno de los más azotados por la riada que el 29 de octubre barrió buena parte del área circundante de la ciudad de Valencia, las autoridades contaban 218 cadáveres, pero numerosos testimonios, sin confirmación, hablaban de decenas más en sótanos y parqueaderos subterráneos –hoy la cifra ya asciende a 223 muertos–.

Mientras Sánchez abandonaba la zona tras recibir insultos y bolas de barro lanzados por los desesperados habitantes que reclamaban por la tardanza de las ayudas, los reyes –que no tienen responsabilidad de gobierno– soportaron el desahogo de los damnificados, y se quedaron para escuchar sus quejas e intentar consolarlos. Muchos habían perdido familiares, viviendas, vehículos y pequeños negocios, en una zona donde los registros llegaron a marcar hasta 450 litros de agua lluvia acumulada por metro cuadrado en unas cuantas horas, cifras no registradas desde hace décadas.

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Es verdad que el fenómeno de la dana (depresión aislada en niveles altos) se produce cada 30 o 40 años, desde que existen los registros y según relatos de la tradición popular. Y que, en el caso de la Comunidad Valenciana, hubo demoras en la alerta. Pero, según los expertos, la devastación tiene que ver mucho con que ahora las lluvias torrenciales son más intensas y duran más, a lo que se suman desarrollos urbanísticos en áreas inundables, todo lo cual multiplica la capacidad devastadora de la riada y de las inundaciones.

Así lo explicaba hace pocos días Antonio Aretxabala, doctor en Geología de la Universidad de Zaragoza y experto en catástrofes naturales, al diario parisino Le Monde. Para él, el aumento de las temperaturas en el Mediterráneo así como la urbanización a diestra y siniestra de zonas inundables explican la amplitud del desastre.

“La temperatura del Meditarráneo no deja de subir por cuenta del calentamiento global, y este verano batió nuevos registros, de modo que la atmósfera está más caliente y más cargada de vapor de agua”, detalló Aretxabala. “Cuando el viento del Levante, que viene del mar, caliente y húmedo, encuentra una masa de aire frío procedente del Polo Norte, como pasó el 29 de octubre, se produce una dana o ‘gota fría’, que provoca lluvias torrenciales”, agrega.

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“El fenómeno se hace mucho más extremo –dijo el profesor– por el aire cargado con toneladas de agua evaporada debido el aumento de las temperaturas, y por eso, cerca de Valencia y durante más de 8 horas, cayeron cerca de 500 litros de agua por metro cuadrado, lo que corresponde, en épocas normales, a un año de precipitaciones”.

Una nueva dana amenaza este miércoles 13 de noviembre a la provincia andaluza de Málaga, en el sur, y a la de Tarragona, en el noreste –miles de personas ya fueron desalojadas y clases y transportes ya fueron suspendidos puesto que podrían acumularse lluvias de entre 120 y 180 litros por metro cuadrado–, lo que confirma lo dicho por el meteorólogo de la BBC, Matt Taylor: “Estamos viendo más fenómenos de este tipo a medida que nuestro clima se calienta (...), tales eventos han sucedido en el pasado, pero se están volviendo más habituales”, señala.

El año pasado, agrega la BBC, un estudio de la Sociedad Meteorológica Estadounidense detectó que, desde 1960, las danas han tenido un significativo incremento a escala global. Así lo reconocen los más altos responsables políticos, como la presidenta de la Comisión Europea, el Gobierno de la Unión Europea (UE), Ursula von der Leyen. “En apenas unos meses, las inundaciones han golpeado Europa central y oriental, Italia y ahora España, y esa es la realidad del cambio climático...”, declaró la semana pasada.

Hace más de 20 años, en el verano de 2003, una asfixiante ola de calor mató a más de 70.000 personas en Europa. Cinco años después, a fines de abril e inicios de mayo de 2008, el pavoroso ciclón Nargis afectó el este de la India, Sri Lanka y, en especial, Birmania, donde mató a decenas de miles de personas y barrió comunidades enteras. Dos devastadores ciclones más, otras cuatro olas de calor asesino, huracanes como el Katrina –que arrasó Nueva Orleans–, lluvias torrenciales e inundaciones en la India y las costas mediterráneas, sequías sin precedentes en la zona subsahariana y el Cuerno africano han sembrado destrucción, miseria y muerte.

Investigaciones de la organización World Weather Attribution (WWA), que desde hace una década se encarga de contabilizar las víctimas y la devastación por fenómenos naturales, y de establecer cuáles son atribuibles principalmente al cambio climático, revelan que, en estos diez años, la incidencia de este tipo de desastres no ha hecho más que crecer, al igual que la mortalidad.

A propósito de la tragedia en el este de España, el semanario francés Le Point trajo a cuento cifras de la WWA, publicadas el 31 de octubre, para concluir que “las 10 catástrofes climáticas más asesinas de los 20 últimos años dejaron 570.000 muertos, y todas ellas resultaron intensificadas por el calentamiento climático causado por la actividad humana”.

La cifra no es el total de víctimas mortales atribuibles al cambio climático, solo el relacionado con los 10 mayores desastres.

Casi 140.000 fallecidos por el ciclón Nargis en Birmania en 2008, 258.000 víctimas mortales por la sequía en Somalia en 2011, 7.000 muertos por el tifón Haiyan en Filipinas en 2013 y 94.000 en las olas de calor de los veranos europeos de 2015, 2022 y 2023 son algunas de los guarismos más elocuentes.

La WWA da por hecho que las cifras que publica están “considerablemente subestimadas”, y explica que “millones de víctimas no han sido sumadas en las estadísticas oficiales”.

La organización pone como ejemplo de ello que “los muertos por las olas de calor no suelen ser contabilizados en decenas de países en desarrollo, altamente expuestos a temperaturas muy elevadas”.

“Nuestro estudio demuestra que el clima ya resulta increíblemente peligroso con 1,3 grados centígrados de calentamiento”, agrega el documento de la WWA, cuyos expertos advierten que “ningún lugar está a salvo del cambio climático”, que produce víctimas mortales “tanto en países ricos como en pobres”. ¿Qué pasará cuando el planeta supere la barrera de 1,5 grados centígrados de aumento en 2030, como indican las proyecciones, o cuando el alza sea de entre 2,6 y 3,1 grados a fines de este siglo?

Decenas de países han invertido miles de millones de dólares en obras de adaptación como canalizaciones y protecciones costeras, así como en costosos sistemas de alerta temprana y planes de evacuación y refugio. Pero, según advierte la WWA, “algunos eventos catastróficos se han vuelto tan extremos que es imposible adaptarse tan rápido como sería necesario”.

El recurso a los programas de adaptación comienza a agotarse porque, creen los expertos, al ritmo en el que las cosas se deterioran, adaptarse ya no va a ser posible, o en todo caso no va a ser suficiente. Según el Departamento Nacional de Planeación, después del pavoroso invierno 2010-2011 en Colombia, el país invirtió 28 billones de pesos en proyectos de mitigación y adaptación al cambio climático, a lo largo de una década, de 2012 a 2022. Y aun así, lejos está de encontrarse a salvo de las consecuencias catastróficas que tienen los desastres naturales, causados o agravados por el cambio climático.

A los límites de la adaptación como respuesta al cambio climático se suma el escepticismo de un sector de la población en el mundo –alentado por líderes populistas como Donald Trump y el brasileño Jair Bolsonaro– que, aunque no niega esa peligrosa transformación del clima en el planeta, rechaza la evidencia científica que demuestra que la acción del hombre es la principal causa, lo que complica la toma de medidas para frenar el calentamiento.

En Estados Unidos, donde el negacionismo trumpista ha hecho carrera, sondeos de la firma Gallup permiten medir la conciencia del público frente a lo que está pasando con el clima, y a sus causas y consecuencias. En una encuesta divulgada en abril de 2023, Gallup indagó sobre las causas del cambio climático: 62 por ciento de los estadounidenses lo atribuyen a la polución debida a la actividad humana, y 36 por ciento cree que se trata de cambios naturales en el medio ambiente.

En otra pregunta, el mismo 62 por ciento dice que se debe más a la actividad humana que a cambios naturales. Pero en 2017, cuando Donald Trump iniciaba su mandato, esa cifra rozaba el 70 por ciento, lo que quiere decir que el negacionismo ha ganado terreno desde entonces.

En Francia, el diario Le Monde reveló este fin de semana que, pese a la persistencia y el agravamiento de los desastres naturales, y no obstante la nutrida evidencia científica sobre sus causas, los escépticos frente al cambio climático (conocidos como ‘climatoescépticos’) van en aumento. Según diferentes encuestas, eran entre el 20 y el 32 por ciento en 2020, y hoy suman entre el 35 y el 43 por ciento.

La española Lara Lazo, doctora del London School of Economics e investigadora del Instituto Elcano, le dijo el viernes a El Mundo de Madrid que “una mayor experiencia personal con este tipo de fenómenos hará que la conciencia aumente”. Pero plantea dudas sobre si “esa conciencia se traduce en intenciones para actuar”. Con base en sondeos en España, asegura que “sigue habiendo una brecha bastante significativa entre conocimiento, preocupación, intenciones y acciones”.

“En nuestra última encuesta –agrega–, que publicamos este 2024, el cambio climático aparece como la segunda mayor amenaza a la que se enfrenta el mundo, después de los conflictos armados”. Agrega que al preguntar a los españoles “si el cambio climático existe, el 93 por ciento dice que sí (...), pero es clave resaltar que en nuestra encuesta anterior, en 2019, el dato era del 97 por ciento”. Y concluye: “El negacionismo climático es muy residual, pero ha aumentado”. La esperanza es que la destrucción y muerte dejados por la dana lleve a muchos a reflexionar e invierta la tendencia.

MAURICIO VARGAS - [email protected] - IG: @mvargaslinares

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