En 1990, tres de cada cuatro estadounidenses (75 por ciento de la población) era de raza blanca. Desde entonces, y gracias a un crecimiento exponencial de hispanos y asiáticos, entre otras cosas, esos números han caído a los niveles más bajos de la historia del país. Hoy, solo el 57,8 por ciento se identifica como tal y ya se anticipa que en las próximas dos décadas, o antes dejarán, de ser la mayoría en este país.
Esa, al menos, es la radiografía que emergió esta semana tras conocerse los resultados del censo del año 2020, un conteo que se realiza cada década y que tiene profundas implicaciones políticas y económicas, pues de él depende la distribución del presupuesto, la asignación de curules al Congreso y los votos otorgados al famoso colegio electoral, que es quien elige al presidente.
Aunque muchas de estas tendencias ya se anticipaban, los resultados no dejaron de ser sorprendentes. “Si hace 20 años le hubiéramos dicho a la gente que esto iba a pasar, nadie lo habría creído. Este país está cambiando y de manera dramática”, decía esta semana William Frey, experto en demografía del Brookings Institute, un centro de pensamiento en Washington.
De hecho, y de acuerdo con Nicholas Jones, que trabaja en la oficina del Censo, el Estados Unidos que surge de estas estadísticas es el más diverso en términos raciales y étnicos de toda su historia. O al menos desde que se comenzaron a tomar este tipo de mediciones hace 230 años.
El declive de los blancos no solo ha sido pronunciado sino a todo nivel. De acuerdo con los resultados, este grupo dejó de expandirse por primera vez a lo largo de la última década y además se contrajo, pasando de representar el 63,7 por ciento de la población en 2010, a menos del 58 por ciento que ahora registra. Para ponerlo en contexto, la representación de blancos en el país se redujo en 35 de los 50 estados y en el 75 por ciento de todos los condados.
Pero, quizá el dato más diciente en esta transformación y que habla del futuro del país, es la composición demográfica de las personas menores de 18 años. Aunque este grupo solo representa un poco más del 20 por ciento de la población (73 millones de habitantes), más de la mitad (53,5 por ciento) está compuesto por personas “de color” o no blancas. Algo que nunca antes se había presentado. Ese dato tiene grandes implicaciones, pues se trata de una población que pronto entrará en su etapa de reproducción.
En contraste, el 75 por ciento de la población de 65 años o más es de raza blanca. Pero dado que este grupo ya no se multiplica, su peso en la composición demográfica del país será cada vez menor.
Según los analistas, son varios los factores que explican el “retroceso” de los blancos en este país. Entre ellas, las bajas tasas de natalidad, la disminución de la migración desde Europa y la epidemia de los opiáceos, que ha golpeado de manera particular a este grupo al incrementar los decesos.
Eso se ha conjugado con una expansión meteórica de los hispanos y los asiáticos. Volviendo al ejemplo de 1990, desde esa fecha al presente, ambos han duplicado su presencia en EE. UU. En el caso de los hispanos, pasando del 9 por ciento en esa época al 18,7 por ciento que se registra en 2020. Mientras que los asiáticos pasaron del 2,8 por ciento al 6,1 por ciento.
De hecho, gran parte del crecimiento de la población de EE. UU. en esta última década se registró entre estos dos grupos. Según los datos del Censo, el país se expandió en 7,5 por ciento desde el año 2010. De 309 millones de habitantes, a unos 330 millones. Y más del 50 por ciento de ese crecimiento se habría registrado entre los latinos. El otro porcentaje en este aumento -que de por sí fue el más bajo de toda la historia salvo por la década de 1930- llegó por la vía de los asiáticos y las personas que se declararon como multirraciales.
Este último “subgrupo” también registró un salto considerable, pues pasó de unos 9 millones que así se identificaban en el 2010 a 33.8 millones en 2020 (alza de un 276 por ciento).
Según los analistas, se trata de tendencias que crecerán como una “bola de nieve en bajada” durante las próximas décadas. De aquí al año 2060, se espera que los hispanos y asiáticos, que hoy son 62 millones y 24 millones respectivamente, se volverán a duplicar. En el caso de los multirraciales, se estima que el grupo se triplicará en este mismo periodo.
Curiosamente, el otro grupo que se ha estancado en estas tres décadas son los afroestadounidenses, que hasta el 2010 era la minoría más grande del país, pero desde entonces sigue representando el 12 por ciento de la población.
En su conjunto, la población no blanca de EE. UU. representa el 43 por ciento de la población. Para los expertos, el punto de inflexión, es decir cuando los blancos dejarán de ser la mayoría, llegará en 2040, si las tendencias actuales se mantienen.
No obstante, se trata de un auge que está cambiando desde ya la composición de muchos estados. El censo indica que ya son seis -más el distrito de Columbia (Washington D.C.)- donde las llamadas minorías son ahora las mayorías
Es más, por primera vez en la historia, los latinos son la mayoría en un estado del país. Y no cualquier estado, pues se trata de California, el más poblado de todos. Según el censo, los hispanos representan el 39,4 por ciento de la población y ahora superan a los blancos que equivalen al 34 por ciento.
“Es extraordinario que los latinos representen más del 50 por ciento del crecimiento total en EE.UU. y que uno de cada dos nuevos estadounidenses sea hispano. Eso habla muy duro del poder de esta comunidad, pero también de las decisiones que tendrán que tomar los políticos. El censo 2020 nos confirmó lo que ya sabíamos desde hacía algunos años: que el futuro del país es hispano”, decía esta semana Arturo Vargas, de la Asociación Nacional de Latinos Electos (Naleo).
La nueva tabulación de los estadounidenses trajo consigo a su vez otros datos con implicaciones importantes. Buena parte del crecimiento de la población se ha concentrado en grandes centros urbanos que se expandieron en un 10 por ciento, versus la población rural que cayó en 2 por ciento y se mantiene casi idéntica a lo que era hace cinco décadas. Así mismo, se registró un movimiento demográfico del norte hacia el sur y centro del país, con estados como Georgia, Florida, Arizona, Texas y Carolina del Norte y Sur presentando los crecimientos más elevados.
Se trata de un fenómeno con efectos políticos muy profundos. Muchos estados, que eran claramente republicanos dada la gran mayoría de blancos -que constituyen la base del partido- se han vuelto competitivos en términos electorales. De hecho Georgia y Arizona pasaron a las filas demócratas en las pasadas elecciones presidenciales, mientras que Texas y las Carolinas estuvieron cerca.
Una realidad que está provocando profundas fisuras en el país y que explica en parte la polarización actual.
“Muchas personas de raza blanca sienten que su relevancia, y por ende su cultura, está siendo amenazada por estos movimientos demográficos que tienden a favorecer a los demócratas, pues este partido se ha posicionado mejor frente a los nuevos inmigrantes que llegan de Latinoamérica, África y Asia”, afirma Frey.
En cierto sentido, eso explica el ascenso al poder de
Donald Trump en el 2016, que llegó a la Casa Blanca con un discurso nativista y antimigrante. Y probablemente, está detrás de la violenta toma del capitolio del 6 de enero, motivada en gran parte por un movimiento supremacista blanco que ha comenzado a crecer.
El resumen de esta teoría la expuso hace poco Newt Gingrich, expresidente de la Cámara de Representantes y figura del partido republicano. Según Gingrich, hay un plan de la izquierda radical que lo que busca es reemplazar a los estadounidenses por inmigrantes que no saben nada de las tradiciones del país. “Nos quieren diluir, esa es la estrategia”, decía.
Para el analista Frey, se trata de una explicación absurda. “El origen de la inmigración, que fundó a este país, es la búsqueda de nuevas oportunidades. Hoy día esas necesidades se originan en estas regiones del planeta y es algo que también se ve en Europa. Los republicanos ignoran esa realidad, siguen viviendo en un pasado que está dejando de existir y se resisten a evolucionar como partido para incorporarlos. Además, tampoco responden a las aspiraciones de grupos como los jóvenes y las mujeres. La respuesta, en lugar de adaptarse, ha sido la radicalización “, afirma.
Esta amenaza poblacional, por llamarlo de alguna manera, se ha visto reflejado en los resultados de las elecciones presidenciales desde 1992. En todas, salvo la reelección de George W. Bush en 2004, los republicanos perdieron el voto popular. Y si se han mantenido competitivos es gracias a un sistema electoral que no se basa en la voluntad de la mayoría y a una serie de maniobras que les permiten redibujar los mapas estatales (redistricting) para favorecer a sus candidatos.
Pero, como dice Justin Gest, profesor de política y gobierno de la Universidad de George Mason, ese status quo tiene una fecha de expiración. Según Gest, para el año 2030, el giro demográfico, que ahora confirma el censo, será tan severo que comenzarán a perder sus mayorías históricas en el sur y centro del país y se verán forzados a cambiar de enfoque.
Eso, siempre y cuando no surja un líder dispuesto a destruir los fundamentos de la democracia en aras de preservar el país que reclaman Gingrich o Trump.
SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal de EL TIEMPO
WASHINGTON
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