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Análisis
Las claves del delicado pulso entre India y Pakistán
Nueva Delhi busca cómo defenderse de una alianza Pekín-Islamabad que percibe como altamente peligrosa.
Protestas en India contra la masacre en Cachemira. Foto: EFE
El mes pasado, pistoleros islamistas –dos de los cuales han sido identificados como ciudadanos pakistaníes– masacraron a 26 civiles en la parte de la dividida Cachemira istrada por India. Fue un ataque brutal, en el que turistas hindúes, entre ellos uno de Nepal, fueron escogidos para ser masacrados. Y, sin embargo, no fue sorprendente para nadie: los grupos terroristas llevan mucho tiempo operando libremente desde suelo pakistaní, con el apoyo tácito o explícito del ejército de Pakistán.
Lo que podría ser diferente esta vez es que la India puede haber encontrado finalmente una manera de contraatacar. En primer lugar, a través de ataques militares contra campamentos terroristas pakistaníes, ataques que los funcionarios indios afirmaron que eran “medidos, responsables y diseñados para ser de naturaleza no escalatoria”.
Residentes se reúnen mientras personal policial inspecciona un lugar acordonado en Pakistán. Foto:AFP
Sin embargo, la amenaza a la que se enfrenta India no procede únicamente de Pakistán. China ha proporcionado sistemáticamente cobertura diplomática y estratégica a este vecino de India que patrocina el terrorismo.
Por ejemplo, el Gobierno chino ha bloqueado repetidamente las sanciones de Naciones Unidas contra los principales terroristas pakistaníes. Tras el último atentado, alabó los esfuerzos antiterroristas de Pakistán, calificando al país de socio estratégico “de todos los tiempos”.
Esto deja a la India atrapada entre dos potencias nucleares estrechamente alineadas, que reclaman franjas considerables de territorio indio. Las crisis recientes –desde los brutales atentados terroristas pakistaníes hasta las descaradas apropiaciones de tierras chinas en las regiones de Doklam y Ladakh– han puesto de manifiesto la grave amenaza que supone para India el eje estratégico sino-pakistaní.
Durante sus 11 años en el poder, el primer ministro indio, Narendra Modi, ha mantenido, en gran medida, una postura de seguridad reactiva tanto hacia China como hacia Pakistán, con poca disuasión estratégica a la vista. El enfrentamiento militar chino-indio que se desencadenó en 2020 por las invasiones chinas en las tierras fronterizas indias de Ladakh aún no se ha resuelto del todo.
Narendra Modi, primer ministro indio. Foto:AFP
Pero esta vez, Modi ha ofrecido una respuesta doble: de un lado, con ya la mencionada respuesta militar contundente pero calibrada, y por el otro, jugando una poderosa carta al poner en pausa el Tratado de Aguas del Indo (IWT, por su sigla en inglés): el pacto de reparto de aguas más generoso del mundo, que concede a Pakistán, río abajo, a más del 80 por ciento de las aguas de la cuenca del Indo.
Este tratado, negociado en 1960 por el Banco Mundial, ha sido considerado durante mucho tiempo un modelo de cooperación transfronteriza que China no ha emulado. (Aunque su anexión en 1951 de la meseta tibetana, rica en agua, le dio el control de las cabeceras de los principales ríos de Asia, China se ha negado a firmar un tratado de reparto de aguas con alguno de sus 18 vecinos aguas abajo).
Pero los tratados se basan en la confianza mutua y la buena fe o, como dice el preámbulo del Tratado, en “un espíritu de buena voluntad y amistad”. Y mientras la India se ha adherido firmemente al tratado durante 65 años –incluso cuando ello significaba comprometer el desarrollo de sus regiones por escasez de agua–, Pakistán ha actuado sistemáticamente de mala fe.
Por ejemplo, ha utilizado los mecanismos de resolución de conflictos del tratado para arrastrar a India en repetidas ocasiones a arbitrajes internacionales por diferencias menores de ingeniería y obstruir la capacidad de India para utilizar la parte de agua que le corresponde.
El año pasado, cuando India solicitó formalmente una actualización del Tratado para tener en cuenta factores imprevistos como el cambio climático, el agotamiento de las aguas subterráneas y el crecimiento demográfico, Pakistán se negó a negociar.
Así pues, aunque India está imponiendo costes a Pakistán, en un intento de responsabilizar a sus dirigentes del terrorismo patrocinado por el Estado, no está castigando al pueblo pakistaní.
Mientras tanto, Pakistán ha librado lo que es en la práctica ‘una guerra por poderes’ mediante el terrorismo contra India. La masacre de Bombay de 2008 (que dejó 173 personas muertas y 327 heridas) sigue grabada en la memoria nacional de India. De hecho, las últimas matanzas se produjeron poco después de que Estados Unidos extraditara a India a un conspirador clave en los hechos de Bombay.
Y los mensajes que llegan del otro lado de la frontera no son positivos. El jefe del ejército pakistaní, el general Asim Munir, avivó recientemente el fuego del conflicto al instar a los pakistaníes a enseñar a sus hijos que los musulmanes son “diferentes de los hindúes en todos los aspectos posibles”.
Tratado en suspenso
El derecho internacional es claro: cuando las condiciones fundamentales de un tratado se derrumban, o una de las partes las viola persistentemente, la otra parte tiene derecho a suspender o retirarse del acuerdo. Por ahora, India no ha llegado a hacer saltar por los aires el IWT, sino que ha dejado el tratado “en suspenso”, un término que no está definido en el derecho internacional. Modi ha mantenido así la ambigüedad estratégica, al tiempo que ha enviado un mensaje decidido: el reparto de recursos viene con condiciones. Se trata de una advertencia, no de una ruptura.
Paquistaníes muestran signos de victoria mientras celebran el alto el fuego entre Pakistán e India. Foto:AFP
Sin duda, Pakistán afirma que suspender el IWT equivale a un “acto de guerra”, y ha tomado represalias suspendiendo todos los acuerdos bilaterales, incluido el tratado de Simla de 1972, que regula la resolución pacífica de disputas. Pero esta respuesta no solo ignora las razones de la decisión india, sino que también tergiversa su impacto.
India está interrumpiendo el intercambio de datos, las aprobaciones de diseños y las inspecciones en virtud del IWT, al tiempo que abre el camino a acciones que las objeciones pakistaníes han obstruido, como la descarga de los embalses y el desarenado de los cauces fluviales. Pero en ningún caso interrumpe los flujos de agua actuales.
De hecho, India no tiene infraestructura para desviar los principales ríos que fluyen hacia Pakistán, y su capacidad de almacenamiento en esos ríos es insignificante. Así pues, aunque India está imponiendo costes a Pakistán, en un intento de responsabilizar a sus dirigentes del terrorismo patrocinado por el Estado, no está castigando al pueblo pakistaní.
Los seis ríos de la cuenca del Indo han sustentado civilizaciones locales durante milenios, y pueden seguir haciéndolo. Pero no se puede esperar que ningún país mantenga un tratado en tiempos de paz mientras sufre las consecuencias de una guerra no declarada. Si Pakistán no quiere que India cierre sus grifos construyendo nuevas infraestructuras hídricas, debe demostrar un compromiso verificable con la paz, detener a los líderes terroristas, cerrar los campos de entrenamiento de terroristas y poner fin a su apoyo a la violencia transfronteriza.
BRAHMA CHELLANEY (*)
Project Syndicate
Nueva Delhi
(*) Profesor emérito de Estudios Estratégicos en el Centro de Investigación Política de Nueva Delhi y miembro de la Academia Robert Bosch de Berlín, es autor de nueve libros, entre ellos ‘Water: Asia's New Battleground’ (Georgetown University Press, 2011), por el que obtuvo el Asia Society Bernard Schwartz Book Award 2012.