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La travesía por el Pacífico en defensa del folclor y el empoderamiento

Paola Andrea Navia, con su Red de Cantadoras del Pacífico Sur, logró reunir a unas 200 personas.

Hace unos años, en Timbiquí, Cauca, las cantadoras se reunieron para grabar un disco y hacerse más cercanas.

Hace unos años, en Timbiquí, Cauca, las cantadoras se reunieron para grabar un disco y hacerse más cercanas. Foto: USAID

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Fue como si los ancestros de Paola Andrea Navia Casanova se le hubieran metido en el corazón, bajando desde el lugar en el que se encuentran, para mostrarle el camino.
Ella les empezó a abrir la puerta cuando su director de tesis en la Universidad del Cauca, donde estudió Antropología, le dijo que hiciera un proyecto más cerrado. Navia le había hablado de un trabajo con artesanos de Tumaco, la mayoría adultos mayores y analfabetas, muchos invisibles.
Y fue aquí cuando los anuncios de esos ancestros se activaron más, dos específicos: recordar las historias que le contaba su mamá, Doris Casanova, de sus bisabuelos de esa ala, oriundos de Magüí Payán, Nariño, que iban a La Cueva del Sapo, en Tumaco.
Allí, Abel Palacios y Dolores Quiñones bailaban al son de la marimba de chonta, instrumento patrimonio de la humanidad y recuerdo de África en el Pacífico colombiano.
Navia cuenta que a esos bailes la gente iba elegante. Las mujeres, con sus faldas y blusas blancas, y los hombres, de camisa y pantalón del mismo color. Y que se bailaba mucho. Ellos, además, participaban en los arrullos y velorios, como manda la tradición en estas zonas, donde todo es tan lejano y sigue siendo obligación del alma atender a las embarazadas, recibir a los niños y alzar a los muertos a su nueva vida.
También le llegó su propio recuerdo de oír a las cantadoras de Tumaco, puerto sobre el Pacífico al que llegó a vivir con su familia a los 9 años, desde Popayán, donde nació.
Y en un velorio se acercó a estas cantadoras para hablar con ellas. Supo que tenían “su maravillosa voz, pero no voz real”.
Así lo explica esta mujer de voz fuerte pero muy dulce que ahora vive en Pasto y es hija de negra e indígena de Barbacoa, pues ese día nació, aún sin consolidarse, la Red de Cantadoras del Pacífico Sur, que reúne a unas 200 cantadoras, cantadores, niños y jóvenes de Cauca y Nariño, un árbol que ya tiene ramas (grupos musicales y gestores que ya hacen camino solos y son aliados de la Red) y sigue dando frutos.
Todo empezó hace 12 años, y ese primer día, Navia se dio cuenta de lo poco que se valoraba a las cantadoras. Por eso lo de “con voz pero sin voz”, pues, cuenta, “les pagaban su tradición con comida y bebida y a veces un poquito de plata”.
Pensando en su tesis, en primera instancia, empezó a reunirlas. Primero en Tumaco, donde encontró unas siete agrupaciones, y un dato y otro la fue llevando a las otras cantadoras.
“Me doy cuenta de que hay muchos adultos mayores guardando la tradición y además les empecé a hablar de asociación. Ellas, por supuesto, no tenían medios para autogestionar, pero yo pensé que era algo muy práctico aportarles pensando en que se organizaran, dar ideas, hacer algo más allá del canto”, dice.
Porque además todo estaba relacionado con hechos que superaban la música misma, los arrullos, los alabaos y los gualíes, algunos de los cantos tradicionales que vienen de tiempos inmemoriales y que ellas no solo han conservado, sino que también han creado nuevos, inmortalizando sus historias.
Con este inicio de proyecto y habiendo dado pasos importantes, Navia se ganó una beca, cuyos recursos le permitieron trasladarse a otros municipios para hacer más trabajo de campo.
“Iba con mi mamá y mi hermana Kelly, llegábamos y había 20 personas, 40, 60, y fueron en aumento, hasta llegar a una jornada con 86. Nosotras les dábamos algo de comida y yo les decía que no les prometía nada aún, que quería conocerlas, que todavía era una estudiante y que cuando me graduara arrancábamos”.
Le creyeron, y en 2008, cuando la exministra de Cultura Paula Marcela Moreno empezó a organizar la ruta de la marimba de chonta para que fuera patrimonio inmaterial de la humanidad, Navia logró reunirse con ella en un viaje a Tumaco y le dijo, en primera instancia, que las voces de las cantadoras eran lo más importante pues sin ellas no hay danza ni música. “Y le ratifiqué que ellas no habían tenido voz”.
Paola Andrea Navia Casanova, de la Red de Cantadoras

Paola Andrea Navia Casanova, de la Red de Cantadoras Foto:Cortesía

Trabajo ‘con toda’

En ese momento, en ese Tumaco de sus amores, del que se siente hija también, hubo gente a la que no le pareció que una “medio blanca hiciera este trabajo, pero saqué a relucir todos mis ancestros negros y la necesidad de que esas mujeres tuvieran pago justo por su trabajo como cantadoras, porque esa labor debía ser parte de la cadena de valor”.
Moreno la oyó y la felicitó, y en ese trabajo conjunto con el ministerio salió oficialmente la Red de Cantadoras del Pacífico Sur, “para que ellas pudieran conectarse y salvaguardar la tradición musical, así como la idea de organizar el tema de la declaratoria, ya en la mesa”.
A finales de ese año, Navia se tiró al ruedo “con toda” y empezó a viajar por ese andén Pacífico. Buenaventura, Guapi, El Charco, Timbiquí... Su esposo, Iván Banguera, la ayudó con os en esos municipios, y esos os, con otros.
Con una amiga empezó el recorrido, duro, largo, difícil, pues aunque para muchos una ruta de una ciudad a otra en otra región del país puede ser de cuatro horas por carretera, para ir a Buenaventura, Navia tuvo que ir a Cali en avión y de allí al puerto por carretera (dos horas), y de este, en barco o lancha a Guapi o Timbiquí. O de Tumaco a Pasto en un cupo de taxi, viaje de seis horas. Otros parámetros de ruta, muy costosos por esas formas.
Pero se hizo, y todo desde las bases, con un trabajo adicional: acercarlas. “Esta es una zona de mucho chisme, de que yo canto mejor, en fin...”. Aun así, se logró hace unos años un encuentro en Timbiquí para grabar un disco. Allí, todas juntas, lograron acuerdos, crearon objetos para apoyar el video (muñecos, canastos con frutas, tejieron, hablaron). Al lado del río grabaron, aprendieron de conocedores de la música que fueron a aportarles y generaron lazos.
“Hay un poder transformador desde lo personal. Todas tienen grandes talentos: cosen, cocinan, saben de medicina tradicional, han estudiado, había mucho que dar de las unas a las otras y eso era parte de mi labor social también, con mayor razón porque es una zona que tiene sectores con mucha hambre”, así como lugares en los que ellas son todo: mamás, abuelas, hijas, hermanas y proveedoras porque muchos hombres se fueron a la guerra y no volvieron, o a la minería ilegal o a la O no están. Incluso, cuenta Navia, hay mucho abuso físico.
“Se ha logrado no solo el componente estético de la música, sino el social y el pedagógico. Y en la parte tradicional, que entendieran que la cantadora tiene un gran papel, que con su voz es líder, que convoca, y que eso lleva a un componente político porque transforma, blinda el territorio, se convierten en líderes”.
Hoy, esta Red de Cantadoras del Pacífico Sur es muy diversa. No solo tiene adultas mayores, sino que han llegado muchas jóvenes a ayudar, a entender, a hacer un trabajo conectado. “Además de presentarse en tarimas y en fiestas locales, hacen una construcción de sociedad en sus comunidades. Han mejorado desde lo personal y lo colectivo”.
Navia, por su parte, ha aprendido que cuando estas personas cantan un alabao entran en una especie de trance, “porque ese canto les sale desde la matriz, en una perfecta comunicación con la tierra. Y desde mi lado le es he quitado un poco eso de que un alabao solo es para la muerte, así que a muchas les pido un pedacito de uno, porque es sublime”.
De paso, no solo ha aprendido a tomar curao, esa bebida ancestral que es curadora física y que además hace parte de la fiesta como viche, sino que se ha sanado como persona, dejando atrás situaciones, pues esas mujeres, que están en su corazón, le han enseñado a ser más agradecida.
Sus ancestros deben estar muy contentos con esta hija haciendo realidad la tradición del Pacífico con sus cantos, sus bailes, sus sonidos, su legado. Un lugar de esta Colombia nuestra con muchos municipios, veredas, corregimientos y comunidades en ese andén, llenos de necesidades, pero vitales para la conservación de la memoria.
Y sigue trabajando, sin parar. Se lo debe a sus ancestros, esos que le mostraron el camino que debía seguir.
OLGA LUCIA MARTÍNEZ
EL TIEMPO
@CulturaET

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