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Comisión de la Verdad: los duros relatos del conflicto en el informe final
Este es uno de los capítulos que integran el informe final que hoy presenta la Comisión.
En el evento de rendición de cuentas participaron comisionados, líderes de organizaciones y víctimas. Foto: Comisión de la Verdad
En un volumen de 515 páginas llamado 'Cuando los pájaros no cantaban' la Comisión de la Verdad recogió los testimonios de las miles de personas con las que los comisionados conversaron durante tres años para reconstruir qué fue lo que pasó en el conflicto armado en Colombia.
Este es uno de los capítulos que integran el informe final que este 28 de junio presenta la Comisión y que busca esclarecer las causas y patrones del conflicto.
El capítulo de las voces y testimonio buscó "componer una polifonía sobre la guerra desde las experiencias más íntimas de las personas que la vivieron", según se lee en el documento.
Se trata de un texto con las memorias de la violencia a partir de narraciones de un pasado que no ha quedado atrás, "un presente incierto y un «porvenir» que es imaginado desde esa incertidumbre y desde algunos esfuerzos que construyen «una paz en pequeña escala»: aquellos esfuerzos que en cierta medida pueden pasar inadvertidos", dice el capítulo.
Este relato corresponde al drama de una familia víctima de las Autodefensas.
"Acá en el municipio hay un sitio que se llama El Cerrito. Eso tiene una cruz, ahí los
sacerdotes oficiaban misa. Yo estaba embarazada. Esa tarde unas vecinas me dijeron «¿deja ir a Javier con nosotras a la misa?». «Llévenselo», les dije.
Con mi esposo teníamos un negocio, un caspete en el parque del hospital. Mi esposo se había ido para el parque. Cuando se devolvió al negocio, se bajó muy rápido de su bicicleta y me dijo '¡cerremos, cerremos, es que viene un grupo armado muy grande! No se sabe si es el Ejército o los paramilitares. Se cree que es el Ejército. Podrían ser los paramilitares. Es que mirá toda esa gente que viene allá'.
Cuando miramos, eso estaba plagado de esa gente, de los paramilitares. Yo estaba embarazada. Cerramos el negocio y nos fuimos para la casa. Vivíamos muy cerca del parque. Pero... pues yo me quedé muy intranquila porque Javier, mi hijo mayor, estaba en El Cerrito. Salí a buscarlo. En la esquina de mi casa, en un transformador de energía, había un paramilitar que me preguntó '¿para dónde va?'. 'A buscar mi hijo'. '¿Él cuántos años tiene?'
Grupos paramilitares, disidentes y de narcotráfico se disputan la droga en Valle, Cauca y Nariño. Foto:Archivo EL TIEMPO
'Once'. '¿Usted sí sabe que no puede salir?'. 'Pues usted verá si me detiene porque yo voy a ir a seguir buscando a mi hijo'. '¡Esta gonorrea qué!'. '¿Quiere que le meta un pepazo?'. 'Haga lo que quiera, usted es el que tiene el arma'. 'Yo voy a ir a buscar mi hijo', le dije. Mi esposo se había quedado con el niño pequeño, que tenía cuatro años. Me devolví a la casa y le dije lo que me había dicho una vecina: 'Se los llevaron al polideportivo'. Y que tenían una lista muy grande, que estaban con cédula en mano llamando a la gente. Esperamos un rato y cuando iban siendo las seis de la tarde, volví a salir por Javier, desesperada.
Un paramilitar de esos me confirmó que fuera al polideportivo. '¿Qué necesito llevar?'. 'La cédula', me dijo. 'Entonces
me tengo que devolver a la casa porque no la tengo'. 'Vaya pues tráigala'. Otra vez me fui para la casa, yo qué me iba a poner a ir al polideportivo. Preferí esperar, mirar por un hueco de la terraza a ver si Javier aparecía. Y sí, como a las siete de la noche: estaba muy golpeado. Resulta que a ellos se los trajeron de allá, de El Cerrito, y los entraron al templo.
Ahí les dijeron 'niños y mujeres se abren de aquí'. Entonces mi hijo pensó 'yo tengo once años, yo soy un niño', y arrancó a correr para la casa. Él se había llevado su bicicleta; no sabe en dónde la dejó. Me contó que corría con los ojos cerrados porque sentía que le iban a disparar. Se golpeaba con las ventanas de las casas, se daba con lo que fuera. Llegó a la casa muy golpeado. Llegó como casi a las siete de la noche. Cuando él llegó, yo empecé a sentir un dolor acá en el bajo abdomen, un dolor y un dolor y un dolor.
Esa gente se quedó en el municipio. Nosotros convivíamos con ellos. A las cinco de la tarde teníamos ventanas cerradas, puertas cerradas. Nos daba miedo ir al baño, nos daba miedo toser. Un perro ladraba y ellos le disparaban o lo encendían a culatazos para que se callara. Mi hijo de cuatro años volvió a orinarse en la cama.
Mi casa era muy pequeña y en ese entonces vivía Javier, mi hijo mayor, conmigo. Vivía mi mamá y un sobrino. Como en mi casa las paredes dan a la calle, no teníamos dónde resguardarnos. Nos metíamos en un espaciecito que queda entre el tanque del lavadero y las escalas, ahí nos arrumábamos todos. Todos eran: mi mamá, uno; mi sobrino, dos; mis hijos, cuatro; y mi esposo y yo, seis.
Yolombó (Antioquia), 1999. Un grupo de hombres sube por entre la niebla los últimos cadáveres encontrados después de una masacre paramilitar en la que fueron asesinadas, en total, 23 personas. Uno de ellos era el padre de las dos niñas que lloran en la siguiente fotografía. Foto:Cortesía: Jesús Abad Colorado.
Antes de morir, mi papá me dijo 'no llore por mí que yo no me voy a dar cuenta de todo esto. Lloren por ustedes, por lo que van a vivir sobre todo las mujeres que tienen hijos. Va a ser muy cruel, supremamente cruel. Va a haber momentos en los que ustedes tampoco van a querer estar vivos'. Así fue, completo, como mi papá me lo dijo. Mi papá murió el 1 de julio de 1999. Yo quedé en embarazo el 20 de julio del 1999. Los paramilitares ingresaron el 12 de agosto de 1999. El aborto se produjo el 25 de agosto de 1999.
En esa época ya no estaba en embarazo, no. Después de que me cogieron esos cólicos –ese dolor y ese dolor–, me llevaron al hospital. Estuve ocho días. No pudieron detenerme el aborto. Tenía muy poco, pero la niña estaba formada, Mariana estaba formada. Yo no había sentido ningún malestar de ninguna clase. Yo vislumbraba cosas muy feas. A veces pienso que no puse mucho de mi parte, que de todas maneras ella no iba a nacer. Me llené de rabia, me dije '¿pa qué traer hijos a la guerra?'.
Como que tampoco puse mucho de mi parte y tal vez por eso no me obraron los medicamentos. O así tenía que ser, no sé. Así tenía que ser. Así tenía que ser: menos mal la niña se libró de todo eso. Uno no podía contener el temblor de las manos. Mi esposo se llenó de pánico. Cuando llegaba alguien al negocio, él le servía y se volaba para la casa. Se sentaba en la cama en un solo temblor. No podía ni hablar, la boca se le secaba. Así que yo me tenía que ir para allá, a atender el negocio. Los niños se iban detrás mío. Como Javier ya tenía once años, yo olía que lo podían reclutar. Una tarde vinieron al negocio, lo miraban mucho.
Él era un niño fornido, muy bien presentado y tenía una capacidad asombrosa de hacer amigos y de llegarle a las personas. Era muy querendón. Yo vi que me lo miraban, que me lo miraban. '¡Dios mío bendito!', pensé, 'estos se están tramando quién sabe qué'. Una tarde que salí con él, con Javier, a hacer una diligencia en la calle, se nos acercó un paraco y me dijo 've, esta gonorreíta ya puede con un fusil'. 'Este perro hijueputa', le respondí, '¿a usted quién le dijo que el hijo mío nació pa cargar un fusil?'.
'¿Qué? ¿Estás muy alzadita, maricona?'. 'Pues venga, hijueputa, habla conmigo, pero con mi hijo no se meta. Es que él es un niño, él no nació pa hacer lo que usted hace. Él no nació para ser una porquería basura como usted». Llega un momento en que el miedo hace que uno no sienta más miedo. Tocaba cuidar mucho a los niños. Los recogíamos en el colegio porque en cualquier momento se prendían esas balaceras, se tiraban cilindros de gas. Nosotros en el medio.
El helicóptero encima toda la noche: tacatacatacatacataca. Pero esa era una buena señal. Uno dormía un poco más tranquilo pensando que nos estaban defendiendo. Lo maluco era que empezaban a caer esas vainillas en los techos de las casas. Aguantábamos tomando aguas aromáticas y charlando durante el día. En la noche nos encerrábamos y en la mañana íbamos a ver cómo habían amanecido todos, a ver quién faltaba.
De pronto muchas de esas cosas calan, se quedan en la cabeza. Luis, el menor de mis hijos, me ha dicho 'por mi lado no esperen nietos; tiene que ser que a mí se me rompa el condón. A mí los niños no me gustan porque no hay nada que ofrecerles. Si no está Mariana con nosotros, ¿pa qué más culicagados?'. Y esta es la hora en que Javier Alejandro, el mayor, todavía se culpa. Él dice que si ese día no se hubiera ido para El Cerrito, yo no hubiera perdido a mi niña.
Esa es una charla que tenemos pendiente y no se ha dado la oportunidad, pero en algún momento habrá que tenerla, porque él le dice a Marcela, su esposa, que él se culpa. Porque, es más: yo ese día le dije: 'Papi, no te lleves esa bicicleta, ¿eso para qué?'. Él le dice a Marcela, su esposa: '¿Yo por qué le desobedecí a mi mamá? ¿Por qué me fui para allá si a mí ni siquiera me gustaba rezar? Algo andaba buscando. Yo tengo la culpa de que Mariana no esté con nosotros'.
'Vivir en medio de la guerra'
Más de 20 casas quedaron destruidas en Caldono después de la incursión armada de las Farc en julio de 2005. Foto:Mauricio Dueñas. AFP
Este relato corresponde al drama de una familia víctima de las Farc
Eso a uno no lo dejaba dormir....
Allá comenzó así, todo era tranquilo, todo era tranquilo. Vivíamos en armonía, vivíamos felices en nuestro pueblo. Hasta un día que llegaron los guerrilleros, que nos dijeron: 'Comenzó la gente a hablar; se mira harto Ejército por ahí, hay Ejército'. En la noche atacaban las puertas. Que uno tenía que salir a reunión, que era la guerrilla. Eso sería por ahí el 88. De cada casa tiene que salir uno, por las buenas o como sea. A uno le da muchísimo miedo salir. La guerrilla decía que ellos iban a andar por ahí rondando, que todos ellos iban a estar.
Que los que robaban cosas, mejor dicho, que se compusieran o los componían. Pero el miedo era también con el Ejército. Cada nada caía el Ejército al pueblo y preguntaba que si habíamos mirado a la guerrilla por aquí, y a uno le tocaba decir que no porque si decía que sí, eso era peligroso, lo mataban. Y el Ejército se enojaba. 'Ni que no supiéramos que han salido a reuniones. Tal vez matando unos dos, tal vez así avisan'. Decían 'uno cómo va a creer que ustedes no iban a mirar guerrilla'.
Mejor no hablar nada ni con guerrilla ni con el Ejército. Esa zozobra, esa zozobra.
Mi esposo tenía un carrito. Por la noche llegaba la guerrilla y le decía 'tiene que hacernos un viaje'. Y eso sí era obligado, ¡obligado! Eso nos azaraba, nos azaraba. Un día mi esposo se enojó, dijo que no, que él ya no se iba a dejar de coger de madre. Que si era de él, que lo mataran.
Me llené de susto. Me tocaba acompañarlo porque me daba cosa que se fuera solo.
De pronto le pasaba algo por allá. Como mis hijos entraron a la escuela, comenzaron a jugar con los otros niños, que a los guerrilleros. Con el palo de metralleta ¡ta, ta, ta, ta! Se hacían grupos: unos el Ejército y otros la guerrilla, y se echaban así jugando. Era de juegos. De juego en juego eso les termina gustando.
Por eso pensamos que teníamos que salir del pueblo porque cuando crecieran uno no
sabía, ¿qué tal que les diera por no estudiar, por meterse a los grupos armados?
Uno no recuerda el nombre de los comandantes porque una vez iba uno, otra vez iba otro, otra vez otro. Era mejor no saber. 'Entre menos se sepa, más vive uno', decía mi esposo. Yo optaba por eso, por lo menos. Mejor no saber. Así era allá. Nosotros vivíamos donde pasa la gente pa arriba y pa abajo. Y cada que oía pasos eso era una palpitación, eso era una angustia. Por ahí andaban, y a uno eso no lo dejaba dormir.
El drama del reclutamiento
Según varios informes, el reclutamiento de menores de edad fue una práctica común en la guerrilla de las Farc. Foto:Juan Carlos Escobar / Archivo EL TIEMPO
En este relato no se específica el autor del reclutamiento.
No me quiso decir que era él.....
Eso siempre le decían a uno que vámonos, que allá vamos a estar juntos, cuando ya uno sabía que no era así. Yo tuve un amigo que lo conocí pequeño, que cuando lo volví a ver estaba uniformao. Llegué y le dije '¿venga, usté, qué pasó?'. 'No, eso es lo más de bien. Míreme, me doy los gustos que quiera cuando quiera, hago lo que quiera'. '¿En serio?'. Después me echó una historia que todavía me queda la duda de si era de él. Y me dijo 'vámonos, Negra, vea que eso allá es más chévere, mire que eso le pagan a uno'. O sea, yo no soy interesada en el dinero. Será por eso que nunca me motivó irme para las filas. Me decía que me fuera, que allá era muy chévere.
'¿Usté se acuerda de Pedro? Imagínese que la mamá se enfermó y él le estaba pidiendo permiso al comandante. O sea, para ir a verla a un sitio que se llama El Olvido. El comandante le dijo que no, que él no le daba permiso de ir. Él se quedó muy triste'. Yo le dije '¿sí mira? Y usted convidándome pa allá, que dizque allá es muy bueno'. 'Sí, qué pesar del chino'.
Entonces me fui con una amiga con que estaba. Había andado como dos cuadras cuando escuché como una mecha, como cuando usted revienta una mecha de esas de jugar tejo. Todo mundo empezó a correr. Y cuando me fui a mirar, era el amigo con el que yo había acabado de hablar hacía diez minutos. ¡Chino verraco! Se colocó el fusil acá y se disparó. Yo no lo podía creer y le dije a mi amiga: 'Era él, él era el que estaba viviendo la situación que me estaba contando. Era él, el de la situación. No era ningún Pedro'.