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El legado de Fabiola, la madre que luchó contra la desaparición forzada

Caso de su hijo, asesinado por el Ejército, fue el primero en llegar a CIDH, que condenó al Estado.

Fabiola Lalinde nació en Belalcázar, Caldas, en 1936. Tras la ejecución extrajudicial de su hijo se convirtió en una lideresa por los derechos humanos y de las víctimas de desaparición forzada en Antioquia.

Fabiola Lalinde nació en Belalcázar, Caldas, en 1936. Tras la ejecución extrajudicial de su hijo se convirtió en una lideresa por los derechos humanos y de las víctimas de desaparición forzada en Antioquia. Foto: Jaiver Nieto. EL TIEMPO

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Después de ese tercer sábado de noviembre de 1996 cuando, por fin, después de 12 años de búsqueda, logró recuperar los restos de su hijo Luis Fernando, Fabiola Lalinde se dedicó a acompañar a otras madres y familiares de personas desaparecidas. Y la criticaron por hacerlo. Le decían que por qué seguía en eso, si ya lo había encontrado, y su respuesta era tajante: “Resulta que tengo una experiencia que no puedo llevar a la tumba”.
No se equivocó. Siguió acompañando los procesos y exigiendo garantías para las víctimas de desaparición forzada hasta convertirse en uno de los íconos de la búsqueda en Colombia, aunque le costó la persecución y el encarcelamiento.
Compartió esa experiencia hasta el último de sus días, que también fue un sábado (el 12 de marzo pasado) y su legado invaluable seguirá dando pauta para una lucha a la que le falta mucho en el país: encontrar a los casi 100.000 desaparecidos que ha dejado el conflicto.
“Ella no concebía que un país que, supuestamente, era la democracia más antigua de América Latina, tuviera desaparecidos por razones políticas. Su legado es que en ninguna parte del mundo debe haber desaparición y que a las víctimas hay que buscarlas así no las encuentren”, dijo Mauricio Lalinde, el hijo menor de Fabiola.
El caso de su hermano Luis Fernando Lalinde Lalinde, asesinado y desaparecido por el Ejército en octubre de 1984, fue el primero en llegar a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que cuatro años más tarde condenó al Estado colombiano por la ejecución extrajudicial.
Luis Fernando, de 26 años, era estudiante de sociología, militante del Partido Comunista e integrante del Ejército Popular de Liberación (Epl). La última vez que su familia lo vio fue el 2 de octubre del 84, cuando salió hacia el municipio de Jardín, Antioquia. Un día después, contarían testigos, del Batallón Ayacucho lo detuvieron y torturaron tras señalarlo como miembro del Eln. Se lo llevaron y desde entonces no se volvió a saber de él.
Cómo será de dolorosa una desaparición, que el día que la Brigada me entregó el cráneo y 69 huesos de mi hijo, en una caja después de más de 12 años de búsqueda, le tuve que dar gracias a Dios
Ese fue el comienzo de un calvario que Fabiola transitó con armadura puesta. Se enfrentó, desde los primeros días, a altos mandos del Ejército, fiscales, jueces, procuradores y cuanto funcionario del Estado tuviera que responder por la desaparición de Luis.
La pusieron a dar vueltas, le dieron versiones distintas, la insultaron –a ella y a su muchacho–, la amenazaron, le allanaron su casa y la mandaron a la prisión de El Buen Pastor de Medellín con un montaje que se cayó en menos de dos semanas y obligó a que la dejaran en libertad. No descansó hasta saber qué había pasado con su hijo y recuperar sus restos.
“Cómo será de dolorosa una desaparición, que el día que la 8.ª Brigada me entregó el cráneo y 69 huesos secos de mi hijo, en una caja de cartón después de más de 12 años de búsqueda, le tuve que dar gracias a Dios de rodillas, y le sigo dando, por haber rescatado esos huesos plenamente identificados. La identidad es fundamento de dignidad, y le sigo agradeciendo cada día, porque la incertidumbre que se padece en la familia es peor que la propia muerte”.
Las palabras son de Fabiola y aparecen en el documental Operación Cirirí: persistente, insistente e incómoda, del Centro Nacional de Memoria Histórica, que retrata su lucha. Habla despacio, con ese acento paisa caldense (nació en Belalcázar) que nunca se le fue, y luce un blazer gris claro –del mismo color que su cabello–. Habla con el ceño fruncido y se le marcan las arrugas del rostro en su piel blanca. Habla de su hijo y del drama que significó su ausencia y la falta de respuestas sobre su paradero por 4.428 días.
Su legado es la búsqueda de la verdad, de la justicia. Ser absolutamente incansable en formular las preguntas adecuadas, insistir y no doblegarse frente al poder para hallar a su hijo
El nombre del largometraje no es gratuito. El sirirí, ese pájaro de 22 centímetros tan común en Colombia, es territorial y se enfrenta incluso a los gavilanes –que los doblan en tamaño– cuando se roban sus crías, hasta que los recuperan. Fabiola bautizó así, como ‘operación sirirí’, su lucha contra la desaparición forzada.
“Su legado es la búsqueda de la verdad, de la justicia. Ser absolutamente incansable en formular las preguntas adecuadas, insistir y no doblegarse frente al poder para hallar a su hijo, como representación mucho más amplia de los desaparecidos en Colombia”, dijo Óscar Calvo, profesor de la Universidad Nacional y coordinador de laboratorio de fuentes históricas, que guarda el archivo de Fabiola. Esa fue otra de las enseñanzas que les dejó a las víctimas: todo hay que llevarlo por escrito, ordenarlo y clasificarlo.
Su archivo tiene 100 cajas de manuscritos, libretas que reportan día a día el proceso de búsqueda, sus luchas, lo que veía y sentía, procesos judiciales, piezas de video de participación en medios, documentales y archivo de fotos. No son documentos de mediados de los 80, cuando desapareció Luis, sino desde la década de 1930, cuando ella nació, y retratan también cómo fue su crianza en un hogar de padre finquero y liberal y madre docente y conservadora extrema, cómo fue sobrevivir a la violencia bipartidista y tantas más que aparecieron con el tiempo y ella rechazó.
“Ese archivo es memoria de la Unesco, es patrimonio de la humanidad. Creo que Fabiola debe ser considerada dentro de las grandes pedagogas de los derechos humanos y las libertades. Además, era una persona que manejaba las palabras de una manera genial. Tenía una brillantez intelectual inmensa”, relató Calvo.
Fabiola ponía el dolor y la tragedia de las víctimas por encima, sin importar de dónde viniera. Cuando empezó a apoyar las luchas de las madres de militares y la criticaron, diciendo que fueron de ese Ejército quienes desaparecieron a Luis, se paró en la raya –como siempre– y dijo con firmeza que no iba a permitir que politizaran el dolor de una madre.
Y así con todo: su lucha fue por el respeto de las opiniones distintas, por acabar con el terrorismo de Estado, por esclarecer la verdad, por la dignidad y la memoria. De hecho, ayudó a crear el Museo Casa de la Memoria de Medellín.
Aunque pareciera una paradoja indescifrable, los últimos años de su vida los pasó combatiendo contra la demencia senil y el alzhéimer. Fue una lucha más contra la pérdida de la memoria.
A Fabiola no le gustaba revelar su edad, pero decía que era la misma del papa Francisco: quien supiera la de él, también conocería la suya. Tenía 85 años. Y dedicó casi la mitad a defender a las víctimas de desaparición forzada.
@julianrios_m

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