Se llama Elda Neyis Mosquera y tiene 59 años. Más de la mitad de su vida la pasó en la guerrilla de las Farc, donde su alias, ‘Karina’, se convirtió en sinónimo de terror y muerte en todo el noroccidente del país, de Urabá hasta la carretera entre Medellín y Bogotá.
Esta semana, Colombia volvió a saber de ella porque Justicia y Paz, que fue la primera experiencia del país en justicia transicional –o sea, menos cárcel (incluso, nada) a cambio de paz, verdad y reparación para las víctimas de los grupos armados–, está a punto de emitir la condena en contra de ‘Karina’ y otros 8 ex-Farc por al menos 3.358 crímenes que dejan 2.172 víctimas.
Vestida de traje azul y atenta a la lectura de las casi 6.000 páginas de su sentencia –que aún no termina–, la ‘Karina’ que volvimos a ver los colombianos está lejos de esa mujer dura, a la que un balazo en combate obligó a usar un ojo de vidrio de por vida y a la que los camioneros que se movían por el occidente rezaban para no encontrarse en un retén ilegal hasta hace apenas 15 años.
A diferencia de sus jefes del secretariado y de sus pares en otros frentes de la guerrilla que terminaron en la JEP, ‘Karina’ pagó condena privada de la libertad y durante varios años –hasta la desmovilización de las Farc– estuvo en la lista de ‘objetivos militares’ de esa guerrilla porque decidió no volver a la guerra y empezar a confesar la barbarie de la que fue protagonista en la peor época del conflicto.
Por supuesto, nadie está diciendo que para esos centenares de familias que lloran los muertos que dejó este triste ícono de la violencia sea sencillo verla hoy a la cara. Pero la actitud de ‘Karina’ frente a sus actos en las audiencias de Justicia y Paz se ve muy diferente de la tan lejana del espíritu de enmienda, incluso soberbia, que hemos visto de otros ex-Farc responsables de gravísimos crímenes; estos en sus audiencias ante la JEP.
En esa tarea fundamental de ayudar a cerrar las heridas de medio siglo de guerra en Colombia, la Justicia Especial para la Paz debe alejarse de arrogancias y mirarse en el espejo de Justicia y Paz, donde a los secuestros los siguen llamando secuestros y no ‘retenciones’ y donde los victimarios, mal que bien, han tenido que cumplir al menos parte de sus compromisos para recibir las penas alternativas.
La instancia judicial que le permitió al país destapar la ‘parapolítica’ y recuperar más de 7.000 cuerpos de víctimas desaparecidas por los ‘paras’, y que ahora está contándole al país el horror de los crímenes de ‘Karina’ y el Bloque Noroccidental, no puede seguir siendo mirada por su clon nacido del proceso de paz con las Farc por encima del hombro, como ha sucedido hasta hoy.
JHON TORRES
Editor de EL TIEMPO