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El rastro perdido de Enrique Márquez, secuestrado y desaparecido por las Farc

Han pasado 23 años desde que las Farc se lo llevaron. ‘Romaña’,  reconoció que estaba muerto.

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Amalia Díaz e Ismael Márquez estuvieron casados 58 años y seis meses. Se conocieron cuando trabajaban en la Caja Agraria. “Fue amor a primera vista”, confiesa Amalia, hoy, a sus 86 años.
Fueron una pareja irable, de esas que despiertan envidia por el amor y respeto que se profesaban, de las que se ponen como ejemplo; tanto así que Amalia no se siente sola, pese a que Ismael, agobiado por el paso de los años y por la ausencia irreparable de su hijo Enrique, falleció hace 7 meses.
"Yo no lloro porque no quiera llorar, es que se me secaron las lágrimas de tantos años de llorar esperándolo".
“Donde estaba el uno, estaba el otro. Siempre estuve acompañada de mi esposo. Éramos el uno para el otro”, relata con nostalgia Amalita, como la llaman cariñosamente sus familiares y amigos. Esta pareja se hizo fuerte, además, por el gran dolor que compartieron; un sentimiento que solo pueden sentir los que han vivido el secuestro de un hijo.
A mi Kike del alma me lo secuestraron y me lo mataron en cautiverio”, relata Amalita, a quien la voz se le trata de quebrar; baja la mirada y guarda silencio mientras entrelaza sus manos.“Yo no lloro porque no quiera llorar, es que se me secaron las lágrimas de tantos años de llorar esperándolo”, dice, toma aire y continúa su relato.
Los esposos Márquez tuvieron dos hijos: Fernando y Enrique, de quien su mamá destaca: “fueron muy buenos estudiantes, cariñosos, querendones y detallistas. Los mejores hijos del mundo”.
Los hermanos siguieron los pasos del papá y estudiaron Derecho, se graduaron de la misma Universidad que el patriarca: el Externado. “Enrique se ganó la beca por sus notas”, afirma orgullosa Amalita, quien lo describe como “un lector incansable, de muchos amigos”, a quien le gustaba cocinar. “Su plato preferido para preparar era la pasta”, señala.
El apartamento de Amalita es su reflejo. Está lleno de porcelanas, cuadros y piezas decorativas que ella elabora —pese a su artritis— y que la hacen recordar una anécdota: Kike le regalaba todas las colecciones que publicaba EL TIEMPO sobre manualidades.
De inmediato menciona a su nieta de 17 años, hija de Fernando y a quien califica como una artista en potencia. A través de su celular enseña los dibujos y cuadros que ha elaborado la joven. Y esboza una sonrisa generosa. Por un instante parece olvidar los 23 años de dolor por la ausencia de su hijo. Aterriza en su realidad y lamenta que tampoco tiene un lugar a donde llevarle flores.
Amelita agradece la compañía de la Virgen.

Amelita agradece la compañía de la Virgen. Foto:Néstor Gómez - EL TIEMPO.

Se lo llevaron las Farc

A Enrique Márquez Díaz lo secuestraron a las 6:30 de la mañana del 11 de febrero de 1999 frente a su lugar de trabajo: la cooperativa Conalcreditos, ubicada en el norte de Bogotá. Entonces, tenía 30 años.
Amalita evoca la fecha y hora con perfecta claridad. Su rostro se endurece y recuerda que unos trabajadores —de una obra de construcción— vieron que a Enrique se lo llevaban en su propia camioneta. Fueron ellos los que avisaron sobre su secuestro.
Revive en sus memorias que Fernando estaba en Villavicencio y que, entonces, era jefe del Cuerpo Técnico de Investigación (CTI) de la Fiscalía y que viajó a Bogotá de inmediato para apoyarlos en las denuncias y demás diligencias. Para esa época, el comandante ‘Miller Perdomo’ , de las Farc, era el amo y señor de la región del Sumapaz.
Ese día, Enrique hizo dos llamadas. A las 8:30 de la mañana habló con su papá y le aseguró que iba para una reunión. “Nosotros sabíamos que era mentira, pero no lo cuestionamos en ese momento”, señala Amalita, quien apresuradamente relata que la segunda llamada la hizo a las 9:20 de la noche. Y fue ella la que respondió el teléfono: “mami, no se angustie, a mí me tienen las Farc. Necesitan es al gerente; por favor, llámalo y dile que conteste”. Esa fue la última vez que esta madre habló con su hijo, quien tenía 30 años en ese momento.
Con la mirada extraviada, como evitando el pasado, Amalita asegura que “nunca les pidieron plata por liberar a su hijo” y que todo indica que la guerrilla se lo llevó por un tema directo con la cooperativa donde trabajaba.
“Esto es una entrega total, siempre le pedimos a la Virgen que lo protegiera. Seguro, pronto nos reuniremos con él”.
Pasan los días más amargos, más largos. Las noches son eternas, eso solo lo entendemos los que hemos pasado por una situación así”, dice la mujer y aclara que, pese a su inconsolable angustia, nunca cuestionó su fe y mucho menos a Dios.
“Uno acata sus designios, no pregunta ni por qué ni para qué”, asegura y agacha la cabeza mientras busca la foto de Enrique. La contempla fijamente y dice: “esto es una entrega total, siempre le pedimos a la Virgen que lo protegiera. Seguro, pronto nos reuniremos con él”.
Amalita cuenta que fue, junto con su esposo, a toda institución, organización y entidad gubernamental y estatal que les abriera la puerta; también a programas radiales como Voces del Secuestro o Las Voces de la Libertad, para enviar un mensaje a su hijo, o con la fe de recibir alguna noticia de él.

Fueron 28 los liberados que le hablaron de su hijo

Una foto del hijo que perdió.

Una foto del hijo que perdió. Foto:Néstor Gómez - EL TIEMPO.

En ese ir y venir conocieron a muchas familias que atravesaban por la misma incertidumbre y tristeza. “ar a las Farc para saber de mi hijo era muy difícil en esa época”, detalla Amalita.
Y poco a poco fueron conociendo detalles del secuestro de Enrique, a través de 28 personas que fueron secuestradas y posteriormente liberadas por la guerrilla y que de una u otra manera compartieron tiempo con él.
Como Enrique no fumaba —según le contaron— logró que las Farc le cambiaran las cajetillas que les ofrecían a los secuestrados por cuadernos y lápices. “Llevaba un diario”, sigue la mujer y lamenta que nunca se los entregaron. De hecho, entre los mensajes que Enrique le enviaba, con los liberados, les contaba que estaba bien y les pedía que no se preocuparan por él ni se dejaran asustar.
Así pasaron 19 años, hasta el 21 de abril de 2018. Ese día Gustavo Gómez, director del noticiero matutino de Caracol Radio, en una entrevista le preguntó a Henry Castellanos, alias Romaña, por la suerte de Enrique Márquez. Y él respondió: “lamentablemente él ya no se encuentra entre nosotros”.
Esa era la afirmación que la familia Márquez, pese a todo, no esperaba escuchar: que Enrique estaba muerto. Ese día, la angustiada madre no estaba escuchando la radio. “Mi esposo llevaba más de seis años enfermo y en ese momento lo estaba atendiendo el médico”.
Relata que sonó el teléfono. Era Gustavo Gómez, quien al enterarse de que ella no estaba escuchando la emisora, le confesó: “se me parte el alma, me duele el corazón pero tengo que decirle que Enrique ya no está con nosotros.”
Hasta ese momento, tras 6.935 días de dolor y esperanza, Amalita comprendió que jamás volvería a ver a su hijo. “Es que yo siempre guardé la ilusión de que un día iba a aparecer vivo”.
Recuerda que abrazó a su esposo y le dijo: “Kike murió”. “Nos abrazamos y lloramos, ese día fue el que las lágrimas se me secaron”.
Reconoce que no tiene la ilusión de recuperar los restos de su hijo. “Desde que supe de su muerte, de la que no conozco la fecha o las circunstancias, estoy tranquila, me importa su alma y sé que ahora está mejor que nosotros”, confiesa al mirar la imagen de la Rosa Mística, una virgen de la que se dice que es la custodia de los secuestrados o desaparecidos.
Reconoce que no tiene nada que perdonarles a las Farc, “porque el que perdona es Dios”. Y relata que junto a su esposo Ismael prometieron que, cuando murieran, no se llevaría a cabo ninguna velación para así rendirle tributo a la memoria de ese hijo que jamás volvió y que no tuvo un entierro. Esa es su última voluntad y sabe que será respetada.
ALICIA LILIANA MÉNDEZ
Subeditora sección Justicia
En Twitter: @AyitoMendez

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