Suena como una gran contradicción. Justo el 31 de diciembre, cuando el mundo registró su cifra más alta de casos de covid-19 hasta ese entonces –con más de 744.000 positivos en una jornada–, varios de los principales mercados de valores cerraron en máximos históricos y el avance promedio de los índices a nivel global fue del 14 por ciento para el año que acaba de terminar.
En Tokio, Seúl, Fráncfort o Nueva York, el ánimo de los inversionistas bien podría describirse como eufórico.
Aunque en América Latina el balance es distinto, lo cierto es que los precios de las acciones que se transan en la región experimentaron una notoria recuperación en los últimos meses, algo que también sucedió en Colombia.
Semejante comportamiento sorprende a la luz de la peor recesión de las últimas nueve décadas, que afecta a nueve de cada diez países según el Fondo Monetario Internacional.
A lo anterior se suma que los esfuerzos para contener la pandemia son todavía la norma en los cinco continentes, en donde los confinamientos impidieron que las multitudes de siempre salieran a la calle para celebrar la llegada de 2021.
No obstante, los especialistas señalan que las bolsas no necesariamente reflejan el presente, sino que muestran las expectativas respecto al futuro. Y estas apuntan a un repunte significativo en la actividad económica, por causa de un azote que tendría los días contados.
Sin desconocer que las vacunas aprobadas apenas comienzan a aplicarse y que la cifra de fallecidos atribuibles al coronavirus continuará ascendiendo de manera vertiginosa en las semanas que vienen, la apuesta de los observadores es que para finales de este semestre buena parte de quienes viven en el hemisferio norte habrá sido inoculado, comenzando por los grupos poblacionales de mayor riesgo.
En consecuencia, las muertes empezarán a caer en forma notoria y las cosas retornarán paulatinamente a la normalidad.
Un auge previsible
Para quienes habitan en el resto del planeta hay igualmente una esperanza, si el número de vacunas exitosas aumenta y mecanismos de distribución como Covax operan en forma adecuada.
Aun con cierto rezago, es muy factible que el panorama empiece a ser muy distinto antes de que concluya el nuevo calendario, incluso si la meta de la inmunidad generalizada todavía está lejos. Dejar atrás la amenaza, posiblemente acabará derivando en un gran auge del consumo cuando disminuyan los niveles de alerta.
Aquellos hogares que no perdieron fuentes de ingreso tendrán una capacidad de gasto significativa que se irá para saciar antojos largamente aplazados, muchos de ellos asociados a los viajes y al esparcimiento.
A lo anterior se suma que las tasas de interés se mantendrán bajas durante un buen
tiempo debido a las estrategias de los principales bancos centrales, con lo cual endeudarse será fácil y barato.
Aunque no faltarán las voces que hablen en favor de la moderación, una mirada al comportamiento de la humanidad en circunstancias similares en épocas pasadas sugiere que habrá más de un exceso.
En el mejor de los casos, la ola de compras servirá para poner en marcha un círculo virtuoso de inversiones productivas, creación de puestos de trabajo y más recaudos de impuestos que ayudarán a pagar los créditos que se contrataron con el fin de enfrentar la emergencia.
Los optimistas hablan igualmente de mayor creatividad e innovaciones, apoyadas en una revolución tecnológica cuya marcha se aceleró por cuenta de la pandemia.
Quienes buscan establecer paralelos citan lo visto cien años atrás, cuando la gripa española quedó atrás y las heridas de la Primera Guerra Mundial empezaron a cerrarse. Durante la década de los veinte del siglo pasado hubo saltos significativos en campos como la industria y las finanzas, al igual que en las artes.
Bajo ese punto de vista, es entendible lo que pasa con las bolsas de valores. La mezcla de dinero abundante y a bajo costo, junto con una promesa de sólida reactivación, justificaría plenamente el entusiasmo de ahora.
Sin embargo, vale la pena mirar el epílogo de la historia. En octubre de 1929 tuvo lugar la debacle en Wall Street, que se tradujo en un desplome en los precios de las acciones, el cual acabaría dando paso a la gran depresión que borró los sueños de toda una generación.
Y en el campo político, basta recordar que los desequilibrios que se crearon prepararon el terreno para la llegada al poder del nazismo en Alemania, el fascismo en Italia o la inestabilidad que desembocó en la guerra civil española.
Incluso, en América Latina, una tímida primavera democrática acabaría siendo sepultada por regímenes de corte militar en diferentes capitales. Por ese motivo, las lecciones del pasado deberían servir para evitar los mismos errores, pues no basta con superar la emergencia en el campo de la salud.
Más allá de que el covid-19 acabe siendo un pésimo y doloroso recuerdo, es fundamental entender que hay peligros evidentes. Muchos venían de atrás, pero su progresión se aceleró y exige respuestas a tiempo.
La otra pandemia
El desafío más de fondo es la desigualdad, una de cuyas expresiones es el tamaño de las fortunas más grandes. Tan solo en Estados Unidos, el número de personas con patrimonios que superan los mil millones de dólares se incrementó en 56 hasta llegar a un total de 659, en el período comprendido entre marzo y diciembre pasados.
Según un cálculo hecho por el Instituto de Estudios de Política, los integrantes de ese grupo vieron crecer su riqueza en un billón de dólares (un trillón, en inglés), hasta llegar a cuatro billones en 2020.
La cifra equivale al doble de los que poseen en conjunto la mitad de los estadounidenses de menores recursos, que son 165 millones. El asunto es mucho más complejo, pues no hay duda de que aquellos que están en la parte de arriba de la pirámide de ingresos han llevado la situación mejor que el resto.
Las estadísticas en el mundo desarrollado y el emergente muestran que los que se enferman gravemente y mueren pertenecen en forma desproporcionada a los más pobres.
Es incuestionable, por ejemplo, que alguien que puede teletrabajar desde su casa cumple con mayor facilidad los preceptos del distanciamiento social. En cambio, el operario de una fábrica o el dependiente de un almacén se exponen mucho más a caer enfermos porque están obligados a salir a la calle.
Diversos estudios revelan que en el primer grupo se ubican las personas con más años de educación e ingresos más altos. Muchos en este segmento redujeron gastos no esenciales y aumentaron sus ahorros, los mismos cuya rentabilidad viene en alza.
Dicha circunstancia apunta a ampliar la brecha entre los que más y los que menos tienen, algo que se hará más evidente en la era de la pospandemia. Una parte de la población comenzará la etapa que viene en mejores condiciones que cuando estalló la crisis, mientras millones son víctimas de la inseguridad económica.
En las discusiones que hacen los académicos se escucha con más frecuencia un nuevo término: el ‘precariado’, compuesto por aquel segmento de la fuerza laboral que apenas logra sobreaguar, sin esperanzas de cambio.
En este grupo se ubican los proveedores de servicios que van desde la salud hasta la seguridad, pasando por la mensajería y el comercio virtual o presencial.
Y aunque no faltará quien considere ese desenlace como aceptable, sería ingenuo pensar que las tensiones crecientes en sociedades dispares no traerán consecuencias.
Dentro de los sistemas democráticos crecerán las presiones en favor de una mayor equidad, algo que en teoría debería favorecer a las propuestas más incluyentes, orientadas en favor de políticas redistributivas que garanticen una mayor igualdad de oportunidades.
En la práctica, el desenlace puede ser diferente. Tal como lo demostró Donald Trump, el terreno se encuentra abonado para candidatos que buscarán polarizar y no unir, apoyados en soluciones de corte populista que pueden ahondar los males existentes.
No hay duda de que el triunfo de Joe Biden en las elecciones estadounidenses sirvió para mostrar que los votantes son capaces de enmendar la plana, pero hay múltiples ejemplos de conductas irregulares en las más diversas latitudes.
El profesor de la Universidad de la Ciudad de Nueva York Branko Milanovic habla del surgimiento de un capitalismo autoritario y demagógico, como norma de los nuevos tiempos.
Por lo tanto, no se trata necesariamente de terciar en el antiguo dilema sobre izquierda y derecha, sino de hacer respetar los principios de la democracia liberal que comprenden la independencia de poderes y un sistema de pesos y contrapesos adecuados.
Preservar las fortalezas del esquema pasa por entender que la desigualdad atenta contra la calidad de las instituciones y que sale costosa en muchos sentidos.
Los otros males
Tales consideraciones son válidas en Colombia, en donde los desafíos abundan. Aquí, como en tantos otros países, la pandemia exacerbó las inequidades y deja un costo social que no puede desconocerse.
Aparte del aumento en los índices de pobreza, está la contracción de la clase media a la cual pertenecía el 30 por ciento de los hogares en 2019. En términos prácticos, el retroceso equivale a devolverse a la situación de hace quince años, por lo menos.
Basta con mirar los datos más recientes del Dane respecto al mercado laboral para darse cuenta de que la crisis golpeó de manera desproporcionada a jóvenes y mujeres, además de aquellas personas con bajo nivel de educación.
De no existir intervenciones puntuales que deberían incluir programas de ocupación masiva, todo apunta a que la informalidad seguirá ganando la partida y que los integrantes del ‘precariado’ crecerán en número.
Tal perspectiva aumenta la probabilidad de que en la campaña electoral que se avecina sea mayor el número de candidatos que busquen pescar en el río revuelto del descontento.
El populismo es ahora más tentador, sobre todo porque se nutre de las frustraciones de la gente que está cansada de hacer sacrificios.
Cuando llegue el momento de candidatos y propuestas, los observadores tenderán a dividir a unos y a otros a la izquierda o la derecha, dependiendo de dónde se ubican en los extremos del espectro ideológico.
Sin embargo, tal vez sería más importante que la línea de corte diferencie entre aquellos que respetan las reglas del juego establecidas y los que se inclinan por hacerse un traje a la medida con las instituciones, echando por la borda el buen manejo de los asuntos públicos.
Especialmente clave resulta abogar por el bien común, a sabiendas de que una sociedad que progresa y reduce las inequidades es el mejor negocio colectivo que existe.
De ahí que buscar ganancias inmediatas a costa de la sostenibilidad de largo plazo sea un error mayúsculo.
Por eso es fundamental identificar las secuelas que dejará la pandemia y buscar la respectiva vacuna a tiempo.
De lo contrario, el sentimiento de euforia cuando caigan los contagios y las muertes acabará siendo efímero, pues se podrían desatar fuerzas con un poder destructor muy superior al del propio coronavirus.
En último término, se trata de entender que el propósito de vencer al covid-19 no es volver a la realidad de antes. Un buen proceso de reconstrucción comienza por un refuerzo estructural con el indeclinable propósito de ofrecerles una vida digna a los colombianos de hoy y de mañana.
Nada más, pero tampoco nada menos.
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RICARDO ÁVILA PINTO
Analista Sénior de EL TIEMPO