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Opinión
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‘Si ve una bruja montada en una escoba...’ (Último tango, opinión)
Jorge Barraza escribe sobre el legado de Juan Ramón la 'Bruja' Verón.
Juan Ramón Verón falleció en Argentina. Foto: Oscae berrocal y TYC
Los esquiadores le llaman slalom. Es la prueba en que el intrépido se lanza desde lo alto de la montaña y baja esquivando árboles y vallas a toda velocidad hasta el pie del cerro. Resulta bello y excitante hasta para quien mira.
Salió un balón del área de Estudiantes y cayó en los pies de Juan Ramón Verón, unos diez o quince metros antes de la media cancha, por derecha, posición extraña para él (¿qué hacía allí el gran wing izquierdo?).
'Se gambeteó hasta los fotógrafos', alardeaban los hinchas.
La Bruja capturó la bola y en esa marcha suya que no era ni vértigo ni lentitud, porque los genios no son lerdos y tampoco se apuran, van a la velocidad justa, emprendió el slalom más armónico de su vida futbolera, el más poético, ortodoxo y grácil. Así, yendo de izquierda a derecha y viceversa, fue apilando brasileños hasta culminar dentro del arco. Se vino de una hebra.
El slalom terminó porque las canchas tienen un límite. Y porque no quedaban más contrarios.
“Se gambeteó hasta los fotógrafos”, alardeaban los hinchas. En materia de gambetas, la Bruja sí podía presumir diciendo “no pregunto cuántos son sino que vayan saliendo”. Pero de su cara buena y su espíritu manso, de su carácter sencillo nunca brotarían semejantes cacareos.
Juan Ramón Verón murió en Argentina Foto:Oscar Berrocal
Fue el 2 de mayo de 1968, en La Plata. Estudiantes caía de local frente al recordado Palmeiras de Ademir da Guía por la primera final de la Libertadores.
Era el tiempo en que las cuentas se sacaban así: gano en casa, pierdo afuera y en el desempate lo que Dios quiera. De allí la perentoria necesidad de una victoria; pero faltaban siete minutos, a Estudiantes no le salía nada y estaba 1-0 abajo. Era una multitud angustiada.
En la canchita estudiantil, donde debía entrar uno, había tres. Lo menos eran 35.000 hinchas compactados, metidos con calzador. Por primera vez un cuadro chico –pero lindo– se había entreverado hasta llegar a la final de América.
Y estaba perdiendo... ¡Qué pena! Hasta que Verón alumbró esa joya. Los héroes no tienen el pecho oprimido. En medio de un clima de honda tensión y nerviosismo, con su frescura y su indolencia casi, Verón pintó su cuadro inolvidable. Similar a la obra que haría Bochini ocho años más tarde ante Peñarol, después de dribblear a siete uruguayos; a la de Maradona en México, cuando dejó el tendal de ingleses y la clavó en la inmortalidad. O a la de Messi ante el Getafe.
Juan Ramón Verón murió a los 81 años. Foto:Oscar Berrocal
La gente explotó... Quería masticar el alambre de la emoción. Hombres grandes, de traje, trepados al tejido, cantaban con esa especie de rabia que sale del orgullo el tema del momento: “¡Si ve una bruja montada en una escoba / ese’s Verón, Verón, Verón que está de moda...! / ¡Si ve una bruja montada en una escoba / ese’s Verón, Verón, Verón que está de joda...!”.
Sudorosos, exhaustos, felices, los 35.000 amainaban; al rato volvían a cantar... Decenas de miles de platenses no pegaron un ojo aquella noche. La emoción y el insomnio caminan de la mano. Al día siguiente aparecieron en sus trabajos demacrados pero exultantes.
Y entre esos miles había panaderos, mecánicos, vendedores, oficinistas; también abogados, arquitectos, profesores. Todos los gremios que componen el universo humano. ¡Lo que puede generar un individuo en una cancha de fútbol…!
“Hay que ganar como sea porque solo se recuerdan los triunfos”, dice un hincha contrariado. Error: solo se recuerda lo épico. De toda esa ráfaga de títulos y gloria estudiantil, lo que se conserva intacto es aquel gol celestial de Verón. Lo demás se deforma entre las flácidas paredes de la memoria. O lo barre el viento del olvido.
Juan Ramón Verón murió a los 81 años. Foto:Oscar Berroccal
En la adolescencia, cuando la pasión incontenible por el fútbol iba abriendo picada en uno, la belleza de ese gol fue otro aluvión de entusiasmo. Como en los dibujitos, los ojos desbordaron sus órbitas y la exclamación fue unánime: "¡Dios mío! ¡Qué gol!". Tras la proeza de la Bruja, Estudiantes se agrandó y a los 87' el Bocha Flores puso el 2 a 1.
Catorce días después, tras perder en San Pablo y ganar en Montevideo, el aristocrático club estudiantil daría su asombrosa vuelta olímpica. En ambos volvió a marcar la Bruja, el Verón original. Así, hace 57 años, nació la epopeya de Estudiantes, cuatro veces consecutivas finalista (68-69-70-71) y primer tricampeón. Apenas unos meses más tarde, el Pincha daría su golpe inolvidable: campeón intercontinental en Old Trafford ante el formidable Manchester United de Bobby Charlton, Denis Law y George Best. Un cabezazo mágico de Verón hizo también ese milagro.
A sus 11 años murió su madre; su padre, albañil, se iba largas temporadas a trabajar a Corrientes, 1.000 km al norte de La Plata. Se formó casi solo, aunque con la guía de la severidad paterna. “A mi papá no le gustaba que jugara al fútbol, decía que era para vagos. Tuvieron que venir a mi casa dos delegados de Estudiantes a convencerlo. Le dijeron que tenía posibilidades de llegar”.
En esa rectitud se hizo Juan Ramón. Nunca una palabra de más o una declaración fuera de tono. Hasta los de Gimnasia lo respetaban. Y siempre la humildad. En 2010 lo entrevistamos en City Bell, el country de Estudiantes donde pasaba sus días. Le recordamos aquel gol inmortal del ’68, que lo vimos por tele. Como pudo, lo minimizó: “Me cayó la pelota, había campo por delante, fui avanzando y cuando me salió el arquero, definí”.
Ya estaba en Primera y seguía trabajando en el frigorífico Armour, de 9 de la noche a las 3 de la mañana. Ordenaba las medias reses. Y las 8, a entrenar. Zubeldía, otro genio, habló en Estudiantes: que le pagaran el sueldo del frigorífico y se dedicara de lleno a la pelota.
Juan Ramón Verón murió en Argentina. Foto:EL TIEMPO
Estudiantes le ganaba a Universitario, gol de Verón; pasaba el escollo de Racing, dos de Verón; finales con el Palmeiras, tres de Verón… Tocaba River, dos más del número 11. Así siempre. ¿Cómo se va a olvidar la gente? ¿Cómo no agradecerle tantos sublimes obsequios? En el partido más bravo emergía la zurda de oro. Pero ¿cómo era este fenómeno? Completo: armaba juego, hacía los goles, enloquecía al público, daba brillo a un equipo mañero y áspero como Estudiantes, lo tornaba amable con su zurda aterciopelada.
Es jueves 4 de agosto de 2005, Estudiantes de La Plata cumple cien años, hay unos 18.000 adictos en las curtidas tribunas de madera y entra al campo Juan Ramón Verón portando una bandera blanca y roja. Se dirige al medio de la cancha y la gente explota. El corazón es una coctelera que agita sentimientos… Emoción, nostalgia, cariño… Palabras que se mezclan a mil revoluciones. Las nieves del tiempo platearon sus sienes. Pero es la Bruja, el jugador cumbre de un club centenario, orgulloso, guerrero. Los ídolos no tienen edad. La Bruja será siempre joven en el imaginario del hincha, que se puede olvidar del cumpleaños de su mujer, pero nunca de los goles de Verón, de sus gambetas finas y punzantes, de las noches de euforia que regaló. Muchos lagrimean.
Juan Ramón Verón y el mensaje del Junior. Foto:EL TIEMPO
Nunca había sido campeón Estudiantes, Verón le enseñó. Lo mismo al Junior, fue de grande, pero le mostró el camino. Persuadía. El amor del juniorismo no fue menor que el de Estudiantes. Cuentan, no lo vimos, que era técnico y jugador, y cuando el partido se ponía torcido, la Bruja se sacaba el pantalón largo y decía “cambio, juez”. Y entraba él. Y daba vuelta el curso de las cosas. El Junior también inició su sendero de grandeza con Juan.
Se nos fue La Bruja, qué tristeza… Los ingleses inventaron la punta izquierda por si un día nacía Verón. Y nació, nomás. Fue en Berisso, suburbio de La Plata, el 17 de marzo de 1944.