El pasado martes tuve el privilegio de descubrir a la cantante
Tamar Ilana y su grupo Ventanas en un cautivante concierto que hace parte del
quinto festival de músicas del mundo que realiza el centro cultural de la Universidad de los Andes.
Los integrantes de la banda de esta cantaora y
bailarina flamenca, radicada en Toronto, son de diversas nacionalidades, la acompañan el guitarrista griego Demetrios Petsalakis, que también toca la lira, la violinista y compositora de ascendencia judía Jessica Hana, un contagioso percusionista llamado Derek Gray, Tyler Emond en el bajo y el guitarrista flamenco Benjamín Barrile, nativo del Canadá.
La diversidad étnica y cultural de este grupo de músicos demuestra la multiculturalidad que se respira en la escena musical de estos tiempos.
Un aspecto que salta a la vista es la práctica musical desde lo local, que permite integrar un acoplado ensamble de músicos residentes en esta fría ciudad y convertirlo en un producto cultural único e innovador.
Me explico: las canciones de Tamar Ilana y Ventanas tienen una columna vertebral en el flamenco español, con el cante característico de la raza gitana y los momentos de tensión que se producen cuando el guitarrista toca escalas vertiginosas y el taconeo se vuelve frenético y contundente. En ese momento impetuoso del clímax, la banda frena en seco como si una puñalada hubiera apagado el sonido del grupo. Lo que sigue es un breve silencio del público atónito que, cuando logra reaccionar, estalla en aplausos.
También encontramos influencias de la música balcánica hábilmente incorporada al sonido de la banda, un estilo que junto a las canciones en lengua sefardí que la directora de este proyecto ha venido recogiendo con el apoyo de su madre española. Esta suma de estilos e historias le llega al oyente como un poderoso y muy actual documento sonoro.
Debo mencionar la generosidad que este grupo tuvo con los alumnos de música de la Universidad de los Andes al enseñarles sus canciones e invitarlos al escenario. El hecho de que estos profesionales consagrados hayan decidido compartir su experiencia y sus aplausos con estos jóvenes que apenas empiezan estudios musicales demuestra que los tiempos han cambiado y que la transmisión del conocimiento es mucho más importante que el derroche de virtuosismo.