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La ranchera: la música en la que Vicente Fernández reinó por décadas

La trascendencia de Vicente Fernández en la historia de la ranchera y el mariachi.

Vicente Fernández durante un concierto en Bogotá, en el 2012.

Vicente Fernández durante un concierto en Bogotá, en el 2012. Foto: Héctor Fabio Zamora. EL TIEMPO

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Cuando Vicente Fernández tenía entre 6 y 7 años solía ir a ver las películas de Pedro Infante y Jorge Negrete, eran los años 50. Ambos eran ídolos de la canción ranchera, sus voces los habían convertido en galanes en el cine y las heroínas de sus películas se derretían al oírlos cantar.
Fernández solía recordar que en esos años tempranos, le dijo a su madre una frase que fue profética: “Cuando crezca yo voy a ser como ellos”.
Con los años, Fernández sería reconocido como el más grande de los cantores rancheros de su tiempo y uno de los cuatro grandes de la historia de la ranchera. Y su historia como artista dentro del género comenzó cuando ya los otros tres:  Negrete, Infante y Javier Solís habían muerto y además, bastante jóvenes. El primero en 1953, a los 42 años;  el segundo en 1957, a los 39, y el tercero  en 1966, a los 36.
De hecho, Fernández -nacido en 1940, en Huentitán Guadalajara- llegó a Ciudad de México decidido a cumplir su sueño de infancia en 1965.  Había estudiado música, cantado en serenatas y bodas en diferentes conjuntos de mariachi. Tocaba puertas que se le cerraban porque las disqueras y en general el mundo del espectáculo estaba encandilado con Solís. 'El rey del bolero ranchero', como conocían al intérprete de Sombras, parecía indestronable. Parecía no haber lugar para otra figura, pero su sorpresiva muerte en abril de 1966 cambió el panorama. 
Pocos días después, las disqueras que no habían reparado en Fernández pusieron sus ojos en él.  ‘Chente’ había pasado sus años de infancia, desde que a los 8 le regalaron su primera guitarra demostrando que tenía el chorro de voz necesario para interpretar rancheras. Quien quiera interpretarlas debe manejar su voz de tal forma que pueda alargar mucho las notas al final de uno o varios de sus versos y Fernández encajaba a la perfección en este requisito.
 
'El Charro de Huentitán' fue exitoso desde su primer álbum, con éxitos como Tú camino y el mío, Perdóname y Cantina del barrio. Tuvo que esperar hasta 1971 para completar el sueño al hacer su primera película: Tacos al carbón, y hasta 1974 para emular a los grandes de su infancia con el éxito gigante de la película La ley del monte, a la par con el de la banda sonora de la misma.
Tomaba así la bandera de una tradición musical que llevó a que muchos años después lo llamaran, en Estados Unidos, ‘El Sinatra de la ranchera’, entre otros muchos títulos. Era el continuador, el responsable, el encargado de llevar la ranchera al siguiente paso.

Historia de la ranchera antes de Fernández

Un siglo antes, la ranchera era una música campesina, nacida en el siglo XIX en los ranchos, un término que en México hace referencia a las grandes haciendas que combinaban agricultura y ganadería. Era la música de los trabajadores jalicienses que hablaban de su quehacer diario, un canto de trabajo.
Con la revolución mexicana de 1910, la ranchera adoptó otros temas -pariente de los corridos- también le cantó al triunfo de la revolución y a las historias sociales.
Interpretada por grupos de mariachi que combinaban sonidos de guitarra y violines, a veces con vihuela y guitarrón- la ranchera adoptó el traje de charro en los años 30 -una iniciativa del mariachi de Ciro Marmolejo, el mismo conjunto que incorporó la trompeta a su formato-, cuando ya era popular e infaltable en celebraciones familiares, sociales y populares de todo tipo.
Pero su internacionalización, su difusión por fuera de México hacia el corazón del público latinoamericano se dio gracias al cine. Tanto que sus años de esplendor coinciden con la llamada ‘Época de Oro del Cine Méxicano’. Y podría decirse que la ranchera marcó el camino a seguir a una industria que quería competir codo a codo con la estadounidense y no encontraba un éxito importante antes de 1936.
Cuenta la historia que desde el cine, México buscaba salirse del cliché de lo que en el mundo se identificaba con “lo mexicano”, pero irónicamente, el éxito que buscaba la industria llegó de la mano de una película de corte costumbrista, en la que un hombre vestido de charro tomó la guitarra e interpretó una ranchera.
Se trataba de Tito Guizar (1908-1999), protagonista de Allá en el rancho grande, una joya histórica del cine mexicano y de la ranchera. Marcó el rumbo siguiente: el de las historias de amor contrariado o consolidado no sin algunos tropiezos, que se iba relatando a la par con las interpretaciones musicales de sus protagonistas.
Siguiendo esa exitosa línea, figuras del canto como Lucha Reyes (1906-1944) y Jorge Negrete (1911-1953) saltaron al cine. Reyes, cuya voz desgarrada se había vuelto única e inconfundible debido a una infección en la garganta, debutó en el cine en 1937, en la película Canción del alma y Jorge Negrete hizo lo propio en el mismo año, curiosamente en una producción estadounidense, pero en las películas que siguieron hechas en México fortaleció esa imagen de charro cantor que resultó ser un filón cinematográfico. Juntos, Reyes y Negrete, compartieron cartel en un clásico Ay Jalisco no te rajes (1941), homónimo de una canción famosa en voz de ella.
Pedro Infante llegaría a la industria en 1939, con pequeñas participaciones -un extra, algún papel secundario- pero a partir de 1940, se hizo al trono indiscutible de las películas que explotaban el género. Infante tenía carisma tanto para lo dramático, lo cómico y sobre todo para los papeles románticos, su voz ayudaba mucho. Quien lo dude puede buscar su interpretación de Amorcito corazón en la película Nosotros los pobres o cualquiera de las serenatas que dio bajo el balcón de la amada de turno, en muchas de las 60 películas que grabó hasta su muerte en el trágico accidente aéreo de abril de 1957.
Muchas otras de las figuras de la ranchera pasaron por el cine: Antonio Aguilar, que debutó en el cine en 1952 y conoció a su esposa, la también cantante Flor Silvestre en el set de cine, es uno de los ejemplos.
Entre las mujeres que se erigieron en el canto ranchero están además Lola Beltrán, Amalia Mendoza, Chayito Valdéz y la gran Chavela Vargas. Y entre los hombres: Javier Solis, Luis Aguilar, José Alfredo Jiménez y el mismo Vicente Fernández.
Fernández grabó 34 películas -la última fue Mi querido viejo (1991), en la que actuó en compañía de su hijo Alejandro- pero su talento musical fue más fuerte que el actoral. Su discografía que superó hace años la centena de álbumes lo prueba.
Su época, posterior a la de la nostálgica era dorada, estuvo marcada por el acercamiento de la ranchera a la balada -un giro que se haría mucho más visible en la propuesta de Juan Gabriel-. Y también por la aparición de intérpretes internacionales que empezaron a incursionar en el ritmo icónico de México como Rocío Durcal.
En medio de las influencias externas, Fernández siempre fue el faro, digno heredero de una tradición cuyo canto y estilo son el ejemplo a seguir. Con su impecable traje de charro, con su impasibilidad ante lo que para otros podía ser la tentación de incursionar en otros géneros.
Por eso, cuando su hijo Alejandro, saltó al pop, en los años 90, ‘Chente’ decía no haberlo entendido y se se alegró cuando ‘El Potrillo’ -como se conoce a su hijo- volvió al redil de la ranchera (aunque el artista alterna su herencia musical con trabajos donde incursiona en otros géneros). Y, como abuelo, se sintió tan orgulloso de que el talento familiar corriera por las venas de su nieto Álex, que decidió producir su álbum debut desde los estudios de su rancho Los Tres Potrillos en Guadalajara, hace apenas un par de años.
De su mano, la ranchera mexicana siguió fortaleciéndose. El Charro de Huentitán tuvo la fortuna de una larga vida -que no tuvieron los tres grandes que lo precedieron- y eso le dio dio un mérito más: el de una vigencia a prueba de décadas.
Su éxito no se quedó en La ley del monte en los 70, ni en Volver volver - considerada por muchos su interpretación más grande-, ni en Por tu maldito amor, de los 80. Seguía cosechando éxitos, así como galardones, premios Grammy, récords de ventas y estadios llenos en los 90 gracias a canciones como Lástima que seas ajena, Mujeres divinas y Me voy a quitar de en medio.
Ya en el siglo XXI les regaló a los latinoamericanos y al repertorio de los mariachis que interpretan serenatas en todo el mundo canciones como Estos celos y Para siempre.
Hoy la ranchera, este género que suele interpretarse con de la que Fernández fue su intérprete más grande, es patrimonio cultural e inmaterial de la Humanidad, según la UNESCO.
LILIANA MARTÍNEZ POLO
Redacción de cultura
@Lilangmartin

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