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Murió en Nueva York la editora María Candelaria Posada

Trabajó en editoriales como Voluntad y Norma. Nació en Bogotá en 1949.

María Candelaria Posada.

María Candelaria Posada. Foto: Claudia Rubio

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En las últimas horas se conoció la noticia del fallecimiento de la editora bogotana María Candelaria Posada en Nueva York, donde residía desde hace varios años. 
A continuación, reproducimos el texto del libro ‘Ellas editan’, con testimonios recogidos y editados por Margarita Valencia y Paula Andrea Marín:
María Candelaria Posada nació en 1949. Se graduó de Filosofía y Letras en la Universidad de los Andes, en 1974, y del Master of Arts in English en 1978, de la Washington State University. Ese mismo año comenzó su trayectoria profesional en el mundo de la edición, cuando ingresó a la editorial Voluntad. En 1984, empezó a trabajar en la editorial Norma, donde permaneció hasta 2003; entre los proyectos a su cargo se encuentran cómics, textos escolares, revistas especializadas, libros de referencia y literatura infantil (desde 1990).
Trabajó como subdirectora del IDRD para la Alcaldía de Bogotá entre 2003 y 2005. Ese mismo año empezó a trabajar para la IBBY como directora de proyectos especiales.
Desde 2006 es traductora y asesora editorial independiente.
María Candelaria Posada vive desde hace algunos años en Estados Unidos, lo que nos obligó a conducir la entrevista por teléfono. Su voz, interrumpida por una larga sucesión de pésimas conexiones, sigue sonando tan bogotana como siempre, y sus palabras, aparentemente plácidas, siguen salpicadas de veneno cuando es necesario el veneno. Tampoco ha dejado de traducir y de editar, a pesar de sus recientes quebrantos de salud, y su contribución al mundo editorial colombiano sigue intacta.
***
Cuando llegué de Washington, a finales de los ochenta, empecé a trabajar con Voluntad, que era una gran editorial que se dedicaba a textos escolares. Cuando me retiré de Voluntad estuve un tiempo corto trabajando como correctora de estilo para Carlos Valencia Editores con Juan Fernando Esguerra, quien después se fue a trabajar conmigo a Norma. Me había ido hacía poco a esa editorial a trabajar con María del Mar Ravassa traduciendo cómics de Panini. Era genial porquehabía que traducir el diálogo de cada personaje en el espacio de la bolita blanca y uno no se podía salir de ahí. Esa fue una actividad de unos pocos meses. Después me pasé a la división escolar a hacer textos y ahí estuve muchos años.
Norma era una empresa muy organizada, muy grande y con muchos recursos. Había plata y tenía una gran capacidad de mercadeo, que era lo que le faltaba a Voluntad. Y el mercado de textos en ese momento, en la década de los ochenta, era magnífico. El texto era lo que se vendía, más que literatura, más que lo que hoy llamamos interés general, más que todo. Así que la división escolar en Norma era grandísima. Allá llegué yo. Trabajaba con Luis Fernando Peña, que me llamaba “reinita”.
Hacíamos textos para el currículo que en ese momento establecía el Ministerio de Educación para todos los colegios, pero tiempo después el Ministerio decidió que ya no habría un currículo único, que cada colegio podía hacer lo que quisiera. Ese fue un golpe durísimo para Carvajal y para Norma, que nos obligó a cambiar todos nuestros procedimientos. No sabíamos cómo hacer textos en ese escenario. En ese momento además llegó al país Santillana, una editorial que había crecido haciendo textos con un planteamiento de currículo que no surgía del Ministerio.
La competencia empezó a ser muy fuerte. Ahora Santillana es dueña de la división de textos de Norma; se sigue llamando Norma, pero es de Santillana. También la división de literatura infantil es de ellos.
Llegué a la división educativa con la tarea de reunir y dirigir los equipos de creación de textos escolares en todas las áreas: español, ciencias, historia, todas. Desde que llegué tuve la suerte de ser la que dirigía los equipos. Miraba el currículo que se iba a seguir, buscaba a los expertos y encargaba el diseño de cada libro, capítulo a capítulo. Yo recibía lo que hacían los expertos y los diseñadores y lo revisaba.
Siempre he dicho que el editor puede no saber de todo, pero tiene que saber quién sabe. Yo hacía textos de ciencia y de matemáticas con equipos buenísimos. En matemáticas tuve, por ejemplo, al cura Carlos Eduardo Vasco, de la Javeriana.
Hicimos una serie de conjuntos, una cosa muy bonita que no tuvo ningún éxito porque era muy avanzada. Sacábamos proyectos nuevos todos los años.
Cuando el Ministerio dijo que cada institución debía hacer su propio currículo, y estableció la medición por objetivos, los maestros se quedaron en el aire. Tuvimos que sentarnos a aprender cómo funcionaba la pedagogía por objetivos para poder ayudar a los maestros. Después se empezó a hablar de la educación por competencias, y tuvimos que sentarnos a aprenderlo todo sobre las competencias, porque la mayor parte de los maestros siguió acudiendo al texto escolar. Con pocas excepciones, los maestros dependían del texto escolar; estaban amarrados a él.
Como cabeza de los equipos de producción editorial tenía reuniones periódicas con mercadeo. Les decía cómo eran los textos, cuáles eran sus fortalezas, qué había que recalcar de cada texto, qué había que decirle a los maestros. Muchas veces fui con ellos a los colegios a hablar con los maestros, cosa que me gustaba. En la escuela primaria, todas eran maestras menos los de matemáticas. Iba a hablar con ellos de los libros y apoyaba mucho la labor de mercadeo, que de otra manera no habría sabido qué decir.
Cuando empezaron a pensar en Carvajal en la división de Referencia, me pidieron que me hiciera cargo. Arrancamos con una enciclopedia para ayudar a los niños a hacer las tareas, proyecto en el cual intervinieron Juan Manuel Pombo, Bernardo Recamán y Julio Paredes. Nos tardamos dos años, y tuvimos equipos en todas las áreas que yo había dirigido en Educativa.
También hicimos un atlas que fue un proyecto bonito. El atlas se compró a una editorial holandesa, Hammond, y se tradujo en Bogotá, en las oficinas de Norma. El libro quedó hermosísimo y todavía estoy orgullosa de ese trabajo. Se puso especial cuidado en la impresión, que tenía que ser muy sofisticada. Y es que la impresión en Colombia nunca ha sido una maravilla. Cuando estaba en Voluntad, pasé dos años trabajando en un proyecto de textos escolares que se enviarían a Estados Unidos. Todavía recuerdo que cuando vi los libros impresos –una impresión pésima, horrible, opaca—pensé que después de todo ese esfuerzo los libros no iban a funcionar en Estados Unidos.
Hicimos la enciclopedia, el Atlas, y diccionarios, que se compraban hechos. Recuerdo el primer diccionario que nos llegó con la innovación de la tapa flexible. El equipo editorial protestaba mucho porque venían con demasiados españolismos, pocos colombianismos y americanismos. No eran diccionarios hechos por expertos nuestros. Esa división también murió.
Supe que María del Mar le ofreció la dirección de la división infantil a Margarita Valencia, que le dijo que no quería hacer más libros infantiles, y después a Irene Vasco, creo. En ese momento llamé a Fernando Gómez, que era el gerente general de Norma, y le dije que yo quería ser ladirectora editorial de la división infantil. Estaba harta de los textos. Nombraron a Andrés Olivos en Educativa y yo me pasé a Infantil, le recibí a María del Mar las colecciones, y ahí estuve muchos años.
Cuando María del Mar me entregó Torre de Papel ya venía muy elaborada, muy pensada, por Silvia Castrillón.
Yo lo que hice fue engordarla mucho. Empecé a comprar derechos en Bolonia, en Frankfurt, cosa que pudimos hacer con cierta facilidad porque teníamos el respaldo de Carvajal, que en ese momento era la editorial más grande de América Latina, y teníamos oficinas en muchos países.
Ese respaldo fue muy bueno para conseguir los mejores nombres en literatura infantil. A mí me gustaban mucho los autores ingleses; buscaba también autores alemanes y a los ganadores de los premios IBBY.
Hice libros infantiles para dos o tres generaciones de lectores. Me gustaba ver a las mamás llegar con sus niños pequeños a comprar libros y exclamar emocionadas: “¡Ay! Yo tenía este libro, yo leía este libro”. Torre de Papel era una colección muy linda. (Alguna vez Ana Garralón escribió un gran elogio de la colección en su blog, anatarambana).
Hice Zona Libre, una colección nueva para jóvenes (Young Adults). A Zona Libre también le fue muy bien.
Las cubiertas eran bastantes feas, pero se hizo un logo bonito y se compraban las novedades, primordialmente en Estados Unidos. También hicimos la serie de Escalofríos (Goosebumps, de R.L. Stine), unos libritos pequeñitos que se vendían mucho.
Hubo varias directoras de arte. Recuerdo a Carmen Vargas y a Inés Téllez. Camilo Umaña ayudaba muchísimo y cuando había algo especial, siempre acudía a Camilo.
Cuando estaba en Voluntad todavía hacíamos galeradas, y se trabajaba con bisturí y cauchola. La entrada del computador significó un cambio radical en la forma de diseño y cambió también la selección del color. Ese cambio fue muy importante y en efecto dejó por fuera a mucha gente. Él que no se adaptó se quedó afuera.
Trabajé en la división infantil hasta que me jubilé. Ese mismo año me fui con Laura Restrepo a trabajar en la Alcaldía de Lucho Garzón, al frente del IDRD y de ahí me fui para Suiza a trabajar en IBBY. Estuve un año, era un buen trabajo, pero Suiza es un país muy jarto y muy raro.
Así que me vine a Estados Unidos y empecé a traducir, he estado traduciendo todos estos años y trabajando como correctora de estilo. Hace no mucho hice una serie de libros de negocios para Panamá.
De mis colegas editoras recuerdo a María Fernanda Canal, a María Cristina Lamus y a Carmen Barvo, que trabajaron conmigo en Norma en algún momento.
Recuerdo también a Olga Acevedo, la cabeza de Alianza en Colombia, y a Patricia Hoher, que se murió. Patricia también pasó por Carlos Valencia Editores y después hicieron El Áncora con Felipe Escobar. ¡Cómo fue de importante El Áncora Editores!

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