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La última voluntad de Alfonso Llano, que plasmó en su libro '¡Soy libre!'

Prólogo de Roberto Pombo del libro que el padre solo autorizó publicar luego de su muerte.

De sus casi 96 años, el padre Llano, nacido en Medellín, vivió 79 en la Compañía de Jesús.

De sus casi 96 años, el padre Llano, nacido en Medellín, vivió 79 en la Compañía de Jesús. Foto: Claudia Rubio. Archivo EL TIEMPO

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Este libro será polémico sin duda. Los superiores del padre Alfonso Llano Escobar le ordenaron de manera expresa guardar silencio por el resto de su vida y aún después de su muerte. Él desobedeció ambas instrucciones: siguió expresando de alguna manera su pensamiento durante los varios años que transcurrieron entre la orden perentoria de la jerarquía eclesiástica y su fallecimiento, el 2 de diciembre del año 2020, y permitió (en la práctica ordenó) que se publicara de manera póstuma este escrito.
Fueron varios los asuntos que enfrentaron al padre Llano con la jerarquía eclesiástica colombiana y, por iniciativa de esta, en algunos casos esos choques involucraron incluso a algunas figuras importantes de la nomenclatura del Vaticano. En un momento dado la confrontación fue tal, que le fue suspendido su derecho de ejercer el sacerdocio, tal vez la sanción más fuerte que le fue impuesta a lo largo de su vida, pero si no fue la más grave sí fue la que mayor dolor le provocó.
Buena parte de los problemas que le llegaron a Alfonso Llano tuvieron que ver con sus críticas a la encíclica Humanae Vitae, dictada por el papa Pablo vI en 1968. Era aquel uno de los años de mayor transformación de las costumbres de los jóvenes de todo el planeta, nacidos a finales o justo después de la Segunda Guerra Mundial. La nueva revolución cultural mundial desatada por esa nueva generación de inconformes había puesto el tema del sexo, y por lo tanto el de la reproducción humana, en el centro de esa ruptura.
Para ese entonces Alfonso Llano, al igual que muchos otros pensadores católicos en el mundo, había puesto sobre la mesa el planteamiento de que el sexo entre casados no debería tener como único objeto la reproducción de la especie, en buena medida por el impacto negativo sobre la humanidad que en muchísimos aspectos fundamentalmente económicos estaba teniendo el crecimiento exponencial de la especie. Ahí empezó a entrar el debate sobre la validez para los católicos de la utilización de métodos anticonceptivos dentro de la vida de pareja, quitándole fuerza a una postura moral que tenía que ver más con el discurso moralista de San Agustín, que se volvió tradición, que con un dogma de la Iglesia. Y mientras muchos sacerdotes trataban de mantener en el redil a una juventud rebelde, llegó la encíclica de Pablo VI estableciendo como una instrucción sin atenuantes que las parejas no podían utilizar métodos artificiales para impedir los embarazos.
La lucha de personas como Llano Escobar, que veían con horror que esa encíclica iba a lograr una deserción importante e in- necesaria entre las parejas católicas, se vio enfrentada a posturas intransigentes de la jerarquía católica de la época en Colombia, que consideró que las críticas formuladas a Humanae Vitae constituían causal de indignidad. Por eso la jerarquía colombiana de la época del cardenal Aníbal Muñoz Duque le prohibió al padre Llano ejercer el sacerdocio: nada de misas, nada de sermones, nada de confesiones… Las cartas que se cruzó Llano con sus superiores en esa época, que están publicadas por decisión suya en este libro, muestran a las claras que el suyo era un espíritu mucho más profundo que el de sus censores.
Ese no fue el único motivo de discusión del padre Llano con sus superiores. Hubo otros más, que él mismo, con gracia, aprendió a capotear. Iban desde el debate sobre cómo abordar la realidad de la existencia de parejas del mismo sexo hasta su disgusto por el rechazo ciego a las teorías evolutivas de Darwin. Dice Llano Escobar en este libro póstumo que aprendió a manejar sus desavenencias conceptuales saliendo del país durante los momentos calientes de esas peleas, unas veces con el pretexto de realizar nuevos estudios en el exterior sobre asuntos teleológicos, otros con la práctica de retiros espirituales, a la espera de que bajara la marea, la cual casi siempre bajó, salvo en el último asunto que fue motivo de un agrio enfrentamiento, que duró hasta su muerte.
'¡Soy libre!' es publicado por Intermedio Editores.

'¡Soy libre!' es publicado por Intermedio Editores. Foto:Archivo particular

Yo soy un ignorante en asuntos teológicos y por eso el choque que me correspondió presenciar lo cuento apenas en mi calidad de testigo, y traigo de oídas los argumentos que me transmitió el propio Alfonso llano, buen amigo mío.
Al padre Llano Escobar lo conocí en el seno de la familia de mi esposa, en la casa de Hernando Santos. Cuando yo ingresé a la familia por mi matrimonio con Juanita Santos, Llano ya era un personaje clave para la armonía de esas personas. No solo era el oficiante oficial de todos los bautizos, matrimonios y funerales de las personas cercanas, sino que era también confidente y confesor de Hernando Santos y de buena parte de sus numerosos hijos y sobrinos. Era, pues, un contertulio habitual en esas reuniones familiares multitudinarias, y a mí me sedujeron de inmediato su inteligencia, su capacidad para plantear sus argumentos, su interés por escuchar opiniones ajenas y la amplitud del rango de su compromiso como pastor. Pero, sobre todo, siempre me sorprendió y iré su fe sin dobleces, a prueba de todo. Cuando discutíamos en ocasiones sobre la existencia de Dios, el debate se desvanecía porque él decía con convicción que no necesitaba probarla pues la había sentido como una presencia cierta e incontrovertible desde muy temprano en su vida y hasta sus últimos días. Eso y su fidelidad militante a la Compañía de Jesús: ”¡Jesuita o nada!”, decía con frecuencia con su voz sonora de predicador convencido.
Decía que no soy ni mucho menos experto, pero sí sé que sus problemas finales con los jerarcas colombianos los tuvo a raíz de algunos escritos publicados en el periódico EL TIEMPO, que yo dirigía cundo lo mandaron a callar por última vez. En su célebre columna dominical 'Un alto en el camino', el padre Llano hizo referencia varias veces a su tesis (según él compartida con muchos teólogos del mundo), de acuerdo con la cual una forma de entender la divinidad de Jesucristo, la tesis “ascendente”, consiste en afirmar que Jesús fue un hombre normal, un humano con padres y hermanos mayores y menores, a quien Dios hace su hijo en virtud de los méritos de su perfección como ser humano. La tesis opuesta, la “descendente”, sostiene que Jesucristo nace Dios y que desde el comienzo es el hijo de Dios hecho hombre, investido de su divinidad (me perdonan la ramplonería) desde el minuto cero.
El problema con la tesis “ascendente” de Llano es que, y él mismo lo escribió así, implica desconocer la virginidad de María, puesto que, si Jesús nació hombre y no era el mayor de la familia, era necesario acudir a las fuentes históricas y concluir que la virginidad de la virgen no era física. Se trata, decía Llano, de un concepto que hace referencia a la pureza del nacimiento de un ser de la talla de Jesús, lo cual es una alegoría y no una descripción física.
¡Quién dijo miedo!
'¿Y tú que harás en caso de que mis superiores se vayan en mi contra?'. Le  dije: 'Yo ayudaré recogiendo leña seca para alimentar la hoguera en que lo van a quemar en la Plaza de Bolívar'
La noticia de la “herejía” del padre Llano se regó como pólvora en las altas cumbres de la iglesia católica, y gracias a la eficiente capacidad de intriga de algún jerarca local, el asunto llegó a Roma y de allá mandaron la orden de callarlo.”Obediencia y silencio” fue la instrucción terminante que le impartieron, que consistía en que no solo no podía volver a escribir columnas en el periódico, sino que además se le prohibía hacer cualquier comentario respecto de la orden recibida. La decisión le fue comunicada a través de su superior en la Compañía de Jesús, quien se la transmitió al padre con mucho dolor (sospecho que estaba en desacuerdo con la medida). El padre superior, además, me visitó para notificarme que Alfonso Llano no podía volver a publicar nada en EL TIEMPO.Yo me permití aclararle que la prohibición podía cobijar al padre, en calidad de soldado de la Compañía, pero no a mí ni al periódico, pues en nuestro caso nos regíamos por un libro distinto, la Constitución Nacional; luego si Llano volvía a escribir, yo le volvería a publicar cualquier escrito.
Y así fue. El padre Llano obedeció la instrucción a medias porque aceptó la prohibición de volver a escribir columnas, pero se brincó la orden y me mandó una carta relatando lo que le acababa de ocurrir, carta que publiqué con gran despliegue al día siguiente. Ese despliegue les molestó mucho tanto al padre Llano como a sus superiores, pero les pedí que entendieran que la censura implacable del derecho de expresión de un escritor de un periódico (¡bajo mi dirección!) no podía tener de nuestra parte el silencio y el acatamiento como respuesta.
Me extiendo en esta anécdota porque pienso que este libro del padre Alfonso Llano, aparte de una reafirmación de sus creencias, es un manifiesto de protesta contra la actitud de los jerarcas de la Iglesia en su contra. Nunca se sintió como un rebelde, y creo que nunca lo fue, pues se trata de un cura que estamos lejos de calificar de revolucionario, pero siempre consideró que coartar la libertad de expresión de un sacerdote era una forma de excomunión y que la obediencia no podía implicar la renuncia a la conciencia. En el decálogo de recomendaciones para papas, obispos y sacerdotes que propone al final de este libro se puede ver cómo no estamos ante alguien que pretende reformular los principios esenciales de la religión que profesa, sino ante un sacerdote que quiere que su iglesia se parezca más, en todos los sentidos, a la que tal vez quiso Jesucristo.
Ignoro –repito– el grado de herejía que pueda haber en sus planteamientos. Tengo la impresión de que es poco. Cuando él iba a publicar el libro donde recogió sus ideas sobre Jesucristo, que escribió, como este, a orillas del lago de Tiberíades, me preguntó: “¿Y tú que harás en caso de que mis superiores se vayan en mi contra por las tesis que planteo?”. Yo le contesté: “Yo ayudaré recogiendo leña seca para alimentar la hoguera en que lo van a quemar en la Plaza de Bolívar”.Y él se moría de la risa.
ROBERTO POMBO
ESPECIAL PARA EL TIEMPO

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