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El arte y los libros que invitan a soñar a los niños más vulnerables de Cartagena

El Hay Festival también llega a niños y jóvenes de barrios y poblados empobrecidos de la ciudad.

La escritora e ilustradora española Rocío Bonilla les enseña a dibujar a los niños de kínder del colegio de la vereda Puerto Rey.

La escritora e ilustradora española Rocío Bonilla les enseña a dibujar a los niños de kínder del colegio de la vereda Puerto Rey. Foto: José Alberto Mojica/EL TIEMPO

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“¿De qué color es un beso?”
Ese es el título de uno de los libros de la escritora e ilustradora española Rocío Bonilla. Y es también la pregunta que les hace a los niños de kínder de la Institución Educativa Puerto Rey, que lleva el mismo nombre de esta vereda del corregimiento de La Boquilla, en Cartagena de Indias: “¿De qué color es un beso?”.
La catalana, invitada a la edición 2024 del Hay Festival, dibuja en el tablero a Minimoni: la musa de su obra, que aparece en la portada. Tiene los ojos grandes y saltones y el pelo negro abundante en forma de totuma. Está vestida con un enterizo blanco con líneas negras. La muñeca lleva una brocha en la mano derecha que sobresale encima de varios tarros de pintura destapados, de distintos colores: rojo, azul, verde, morado. El dedo índice lo tiene sobre la nariz, en señal de interrogación. Minimoni se hace la misma pregunta que intentan responder los niños: “¿De qué color es un beso?”.
Son las 3:00 de la tarde. El encuentro ocurre en uno de los salones de clase del único colegio de este pequeño, marginado y alejado caserío de la glamurosa ciudad amurallada. Un aula de clase y un fogón ardiendo.
Si en la fría Bogotá el intenso calor ha provocado tantos y tan devastadores incendios forestales, imagínense cómo está la siempre calurosa Cartagena. La temperatura supera los 33 grados centígrados y el sol dispara inclementes rayos de fuego. Los dos ventiladores viejos del salón solo escupen unos escasos chorritos de viento, que resultan insuficientes para tal sofoco. Y los niños, inquietos y curiosos, se siguen preguntando: “¿De qué color es un beso?”.
“Rojo: como la salsa de mis espaguetis; verde, como los cocodrilos; amarillo, como los girasoles; marrón, como el bosque en otoño”, leen los niños en las páginas de este libro ilustrado.
Rocío Bonilla los invita a escoger un color y a dibujar lo que quieran en una hoja de papel en blanco. Y les dice que los besos y los animales y las personas y todas las criaturas del universo pueden ser del color que a ellos se les ocurra.
Helen, de seis años, lleva su pelo esponjoso y arisco atrapado en varias trenzas. Alza la mano y dice: “Seño: voy a dibujarme a mí y a mi hermana Sofía”. Pero lo que dibuja no son niñas: son flores de tallos largos, como cuellos de jirafas, con las caras sonrientes, con ramas y hojas en lugar de manos y pies. Juan Carlos dibuja un carro rojo porque le encantan los carros rojos —sueña tener uno, algún día— y al lado pintó una isla café que mejor parece un champiñón.
“Agradezco inmensamente que me hayan traído a esta comunidad, a compartir con estos niños, que viven en unas realidades muy complejas pero que son unos maestros creativos”, dice Bonilla, una de las autoras que ha participado en la edición 19 del Hay Festival Comunitario, la versión del encuentro de escritores y artistas que se sale del centro histórico y llega a los barrios y poblaciones más empobrecidas de Cartagena, como Puerto Rey: un caserío con pocas calles pavimentadas —casi todas son de tierra— y donde la ausencia de un sistema de alcantarillado hace que las aguas turbias broten de las casas y huelan a huevo podrido.
Keiver y Vaioleth son dos de los ‘reporteritos’ que hacen periodismo comunitario en el barrio El Pozón.

Keiver y Vaioleth son dos de los ‘reporteritos’ que hacen periodismo comunitario en el barrio El Pozón. Foto:José Alberto Mojica/EL TIEMPO

“Es una maravilla compartir con estos niños, inspirarlos a soñar con un mundo mejor. Que se olviden por un rato de todo, cojan un lápiz y dibujen lo que se les venga a la cabeza”, celebra la autora.
El colegio 14 de febrero del sector de El Pozón, al otro extremo de la ciudad, es otro de los escenarios de un certamen por el que han pasado célebres autores como Chimamanda Ngozi Adichie y Fernando Savater, y personalidades como el actor mexicano Gael García.
Allí, la periodista y escritora colombiana Catalina Gómez Ángel se reúne con el grupo de ‘reporteritos’ de la Fundación Plan: organización sin ánimo de lucro que convoca esta actividad y que desarrolla distintos programas de intervención social con niños y jóvenes de comunidades vulnerables de Cartagena y todo el país.
Les habla de sus experiencias cubriendo la guerra de Ucrania y los conflictos en el Medio Oriente. Y les cuenta que, en varias de sus travesías, ha conocido a muchas niñas a las que no les permiten estudiar. “Y ustedes pueden estudiar y soñar con un futuro mejor mientras ayudan a sus comunidades”, les dice la periodista y les da indicaciones sobre cómo es el proceso para comunicar los problemas de sus comunidades, descritos así por los jóvenes reporteros: la violencia intrafamiliar, las pandillas de los barrios, el embarazo en adolescentes, la drogadicción, el desempleo, la ausencia de servicios públicos, el hambre, la pobreza extrema, el racismo, la discriminación, la falta de oportunidades y las peleas entre los vecinos.

Los 'reporteritos'

Keiver tiene 18 años, vive en El Pozón y es un entusiasta estudiante de sexto semestre de comunicación social en la Universidad de Cartagena. Le preocupa que a su barrio, donde vive con su padre y sus abuelos, no llegan las políticas públicas. Y que nunca ha sido una prioridad para los mandatarios de turno.
Se queja de la violencia de un barrio que se inunda y se desborda cada vez que llueve. Y aunque ya se desempeña como colaborador del periódico El Bolivarense y se ha convertido en una especie de ‘influencer’ que hace videos sobre las necesidades de su comunidad, dice que quiere enfocarse en comunicación para el desarrollo. El carismático y disciplinado Keiver fue llevado, por la Fundación Plan Internacional, al evento ‘Equal Power Now’ que se celebró el año pasado en Indonesia.
“Estar en estos espacios llenos de arte y libros es súperdivertido para nosotras. Aquí soñamos y sabemos que todas nuestras metas se vuelvan realidad. Mirar a nuestro alrededor nos ayuda a aprender y a inspirarnos, especialmente a mis amigos y familiares de mi comunidad”, dice Valery, de 12 años.
Vaioleth es la ‘reporterita’ más pequeña de todos. Tiene 11 años y apenas mide 1,20 metros de estatura. Es hija de una auxiliar de enfermería. Tiene dos hermanos. Y cuenta que su padre se fue para Francia a buscar un mejor porvenir.
La extrovertida Vaioleth graba imágenes con un teléfono celular y las comparte en las redes sociales de la Fundación Plan, pues ella y sus compañeros están cubriendo el evento. Y agradece que no solo le están enseñando a contar historias.
“He aprendido a ser solidaria en un barrio muy pobre, pero donde puedo estudiar. También me han enseñado lo importante que es prevenir los embarazos a tempranas edades y a ser una líder en mi colegio”, dice la pequeña, que luce dos colas de caballo tejidas con su pelo crespo y que sueña ser educadora.
La gestora cultural española Cristina Fuentes, directora del Hay Festival Internacional, también está en El Pozón.
“Cartagena es una ciudad fantástica, pero tiene muchas complejidades, desigualdades, racismo institucional… Es importantísimo que las ideas y los espacios para conversar de forma colectiva lleguen a lugares como este”, dice Fuentes y cuenta que esta iniciativa no se limita al festival.
“Trabajamos todo el año, de la mano de escritores y pensadores que les dan herramientas, sobre todo a los más pequeños, que les permite imaginar mejores mundos y otras realidades. Creo que la cultura es un derecho elemental y aplaudo que el Hay Festival tenga una versión comunitaria”, sigue Fuentes.
“Cuando decimos Cartagena, tenemos la idea del ‘corralito de piedra’, de esa ciudad turística y mundialmente famosa. Pero Cartagena incorpora a muchos barrios que, por diferentes problemáticas sociales, no pueden acceder a toda la oferta cultural y artística que brinda la ciudad”, dice Ángela Anzola de Toro, presidenta de la Fundación Plan. Y por eso, cada año, ella y su equipo trabajan como hormigas para que el evento sea cada vez mejor.
Karen Gómez y su socio y pareja, Jorge Enrique Sierra, son los creadores de ‘Cartagena gráfica’: una iniciativa que se inspira en las postales populares de la ciudad y en la cultura caribe: la plaza de mercado de Bazurto, los bailaderos de salsa y champeta, las vendedoras de fritos de las esquinas, los taxistas y los escribanos de la Plaza de las Flores que, con sus viejas máquinas de escribir, se niegan a desaparecer.
Y es otra de las talleristas del Hay Festival Comunitario. Celebra que los niños hayan quedado cautivados con sus coloridas creaciones, pues le apuestan a una Cartagena auténtica y cercana a ellos, a sus barrios y comunidades, más allá de las fachadas coloniales y los coches halados por caballos que aparecen en los folletos turísticos.
Empieza el desfile de regreso de las camionetas que arribaron a El Pozón con los invitados de honor. A su paso, levantan polvo en varias de las calles de tierra. El barrio vuelve a su pasmosa realidad. Pero allí, valga decirlo, se está gestando una nueva generación que sueña y lucha para que sus fantasías se vuelvan realidad. Para que los monstruos que se esconden debajo de sus camas nunca los vuelvan a espantar.
José Alberto Mojica Patiño
Enviado especial de EL TIEMPO a Cartagena
En ‘X’: @joseamojicap

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