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Adalberto Álvarez: adiós al gran sonero
Juan Martín Fierro hace una semblanza del gran sonero de Cuba, fallecido el 1 de septiembre.
Adalberto Álvarez en un concierto en 1994 Foto: GettyImages
Hace unos años entrevisté a Papo Lucca, pianista y director de la Sonora Ponceña, y hablamos sobre la enorme influencia cubana que hay en la salsa boricua. Me dio varios nombres, citó a la Sonora Matancera y a ese gigante del piano que era Lilí Martínez, pero sobre todo, exaltó la importancia deAdalberto Álvarez en la renovación del son tradicional y lo valioso que fue su aporte en la identidad sonora del “Gigante del Sur”.
“Adalberto es fundamental no solo dentro del son sino también dentro de la escuela salsera. Siempre he irado la calidad de su sonido y sus arreglos”, me dijo entonces Papo Lucca. Confirmé, una vez más, que Cuba y Puerto Rico son “de un pájaro las dos alas” y que quienes engrandecen la salsa no pierden tiempo discutiendo dónde nació ni quién la inventó.
Adalberto Álvarez, “El Caballero del Son”, otro gigante de la música afroantillana que nos deja por cuenta de esta infame pandemia (hace dos semanas fue Larry Harlow) no solo trajo aire fresco a la raíz sonera de Cuba. También se metió en el gusto del bailador, estuvo siempre en la preferencia del melómano y del coleccionista. Que lo digan en Cali y en Barranquilla. Uno sabía que el baile estaba bueno si, al llegar, sonaba algo de Adalberto. Fue un sonero que pegó duro en la rumba salsera y, por la misma razón, junto a Juan Formell, fue un referente en el género desde mediados de los setenta.
Al entrevistarlo para su libro ‘Los rostros de la salsa’, Leonardo Padura escribió sobre Álvarez: “(…) La expresión fundamental de su programa no está en sus letras (como ha sucedido con tantos soneros), sino en la concepción musical misma que guía su trabajo: la recuperación y modernización del acervo sonero cubano, muchas veces olvidado en la isla y otras tantas desvirtuado más allá de sus fronteras. Es con ese proyecto que, en realidad, Adalberto Álvarez va en coche no ya hacia Bayamo, sino hacia ese altar tan esquivo donde la música cubana ha colocado a nombres como Benny Moré, Arsenio Rodríguez, Mario Bauzá o Félix Chappottín: el de los grandes”.
¿Y qué hay que bailar de Álvarez, que se nos muere justo la misma semana en que conmemorábamos 110 años del natalicio y 50 de la muerte del gran Arsenio Rodríguez, otro titán del son cubano? La lista de sus grandes éxitos parece interminable: ¿Y qué tú quieres que te den?, Son para un sonero, Tal vez vuelvas a llamarme, Contrólate, Una mulata en La Habana, A Bayamo en coche, Los buenos y los malos, A bailar el toca toca, en fin, lo que hay es de dónde escoger.
Constancia de su importancia en la rumba salsera son las versiones que de sus temas grabaron Roberto Roena (Vamos, háblame ahora), Willie Rosario (Lluvia, que en realidad se llama Agua que cae del cielo, grabada originalmente por Son 14) y la Sonora Ponceña (Como amigos, como amantes, Soledad y Como te quise yo). Mención aparte merece la tremenda versión que grabó de esa preciosa canción de amor y de baile que es Tu fiel trovador, con un solo descomunal de Papo Lucca, el señor Andy Montañez.
Los temas de Adalberto también han sido interpretados, entre otros, por artistas como Gilberto Santa Rosa, la Charanga Casino, Juan Luis Guerra y 440 y Eddie Palmieri.
Omara Portuondo, a quien Adalberto alguna vez acompañara, lamentó su muerte a través de su cuenta de Twitter: “Decir adiós a nuestro Caballero del Son, músico mayor, creador de sones y emociones, querido y respetado por todos; mi fiel trovador. La música cubana está de luto, aquí nadie va a olvidarte”.
Decir adiós a nuestro CABALLERO DEL SON, músico mayor, creador de sones y emociones, querido y respetado por todos; MI FIEL TROVADOR. La música cubana está de luto, aquí nadie va a olvidarte ADALBERTO ÁLVAREZ 🇨🇺 pic.twitter.com/v47sPotw0Z
Nacido en La Habana, el 22 de noviembre de 1948, Adalberto siempre reivindicó con orgullo su origen camagüeyano. Aunque era fagotista, comenzó tocando la paila, por allá en 1957. Luego fue arreglista y director de Avance Juvenil, el conjunto de su padre, Enrique Fortunato Álvarez. Su formación teórica fue intensa e incluso se desempeñó como profesor de literatura musical en la Escuela Provincial de Arte de Camagüey, entre 1973 y 1978.
Sus primeros arreglos brillaron con la orquesta Rumbavana (para la cual compone Con un besito mi amor), y su debut, rompedor, llegó con Son 14, esa banda de luminarias que se estrenó en Santiago de Cuba el 11 de noviembre de 1978. El propio Adalberto explicaba así la evolución de su arte: “Lo primero que trato de hacer es buscar que mi estilo se diferenciara del de Rumbavana, con el que me había identificado en un principio y al que amoldé algunas composiciones. Por eso es que introduzco el trombón, o cuando voy a grabar invito a Pancho Amat con el tres, buscando siempre otra sonoridad. Aunque no tenía totalmente claro a dónde podía ir todo aquello, lo cierto es que estaba tratando de encontrar una personalidad, de lograr un sello que me identificara”.
En Son 14 se nota la influencia que Eddie Palmieri y Tito Puente tuvieron en Adalberto, quien reconoce: “(…) Yo empecé a identificarme con algunos de sus temas, y con piezas de origen puertorriqueño, venezolano, y me impuse imprimir un sello original en lo que yo estaba buscando (…). Por eso es que Son 14 parecía a veces un grupo latinoamericano, porque estábamos más cerca del estilo general de la música bailable que se estaba haciendo en Latinoamérica (…), pero con un defecto que, volviendo a escuchar al cabo de los años las grabaciones de Son 14, al fin pude descubrir: hacíamos la música mucho más rápido que el resto de los salseros, o sea, más en el gusto del bailador cubano. Y yo pienso que si hubiera tenido la experiencia de estos años, hubiera hecho un Son 14 más asentado para el bailador, más cerca de esta cadencia en la que estoy ahora con Adalberto y su Son”.
Una característica velada pero a la vez poderosa en el repertorio de Adalberto era esa capacidad que tenía para “estribillar” la cotidianidad del cubano y ponerlo a bailarincluso lo que en el fondo sabía que no era bailable. Porque su conexión con el sentir de la gente era inmediata. Y por mal que la estuvieran pasando, la tragedia ameritaba siempre un baile en clave de son, algo de la entraña y de la cubanía más profunda: “Yo soy sonero y no lo niego / Le canto al trabajo y al amor / Le canto al trabajador / Que hace posible mi canto / Que hoy es libre sin quebranto / Lleno de dicha y amor”. Por supuesto, no había ni hay libertad, pero aquí, como en ese coro que dice “voy a pedir pa ti lo mismo que tú pa mí”, el anhelo de cambio y la furia contenida, para mal o para bien, se convertían en gozo. Y el gozo, en son. Y el son, en vida.
El paso siguiente fue la presentación, por primera vez, el 25 de febrero de 1984, de Adalberto Álvarez y su Son, la agrupación que lideró hasta su muerte y donde fungía como director y pianista. A lo largo de sus más de 35 años de vida artística, dejó grabados más de 20 álbumes.
En una reciente entrevista con el portal cubamusic.com, Adalberto dijo sobre el son: “Es como la portada musical de los cubanos, es nuestra tarjeta de presentación, es la carta de identidad musical de cubanía en cuanto a música popular se refiere (…)”. Y agregó: “El son no es una moda, es un género bien establecido que ha resistido el paso del tiempo, se va renovando, modernizando, pero siempre conserva sus raíces, eso es lo que lo hace imperecedero”.
Y a propósito de ese fervor sonero que tan bien lo definía, el periodista, investigador musical y escritor Robert Téllez destaca una de sus facetas menos conocidas: “Más allá de su labor como músico, compositor y director de orquesta, fue un gran gestor cultural, y presidió el comité organizador del Primer Encuentro Internacional de Ruedas de Casino, que tuvo lugar en 2003 en la Plaza XIV Festival de Matanzas y en Varadero. También ofició como presidente de honor del Festival Matamoros Son desde el año 2004. Además jugó un papel fundamental para que el año pasado se declarara el 8 de mayo como el Día del Son Cubano, en homenaje a esa expresión músico-danzaria”.
Su legado
A la hora de escribir, Álvarez tenía un gusto exquisito para los arreglos. Al comienzo de Gozando en La Habana, por ejemplo, mete un trozo orquestado de My Foolish Heart, un famoso standard de jazz. Solo una pluma de ese nivel podía permitirse semejantes lujos.
A él también se le debe que los propios músicos cubanos fueran mucho más conscientes de la importancia del fenómeno salsero en la isla, algo que la mayoría simplemente no quiso ver durante años. Adalberto, en cambio, supo aprovechar su auge para darle continuidad y vigencia al son. La colosal actuación de Óscar de León en La Habana, en 1983, fue en cierta forma la confirmación de un secreto a voces: la salsa gritaba ‘¡abre, que voy!’ y no había forma de pararla.
Adalberto Álvarez (centro), con Juan Formell, director de Los Van Van (izquierda) y César Pedroso, derecha, en La Habana, en el 2017. Foto:Archivo EL TIEMPO
El vacío que deja Adalberto Álvarez en la música de Cuba es enorme. Lo confirma desde Madrid la reconocida investigadora musical cubana Rosa Marquetti Torres: “Nadie mejor que Juan de Marcos González para resumir la importancia de Adalberto, su obra y legado: ‘Adalberto es el Arsenio Rodríguez de nuestra generación’. Sus grandes y revolucionarios aportes a la preservación y renovación del son fueron trascendentales, primero cuando comenzó a entregarle obras y arreglos suyos al legendario Conjunto Rumbavana. Después, desde Son 14, con su dirección y presencia, y luego, con Adalberto Álvarez y su Son. En lo personal, perdí a un amigo muy irado. En Cuba, el pueblo está de luto”.
A Adalberto lo vamos a extrañar de muchas formas, pero sobre todo con los pies, como a él le gustaba, allá situados y dispuestos para el gozo en la pista de baile. ¡Gracias por tanta dicha, Caballero!