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El regreso recargado de Gustavo Álvarez Gardeazábal

Con 'Cóndores no entierran todos los días', Intermedio Editores reedita 12 de sus libros claves.

El escritor vallecaucano, Gustavo Álvarez Gardeazábal.

El escritor vallecaucano, Gustavo Álvarez Gardeazábal. Foto: Santiago Saldarriaga, EL TIEMPO

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Hace 52 años que Cóndores no entierran todos los días llegó por primera vez a los lectores. Los años trascurridos desde aquel momento pareciera que no le han servido ni a Colombia ni a Tuluá para dejar a un lado el estigma de la violencia que se consolida en estas páginas. La polarización que nos ha alimentado siempre en nuestra vida política, aparentemente se olvidó porque conseguimos con qué reemplazar el enfrentamiento entre liberales y conservadores.
Empero las rutas que hicieron inolvidable al ‘Cóndor’ y que llevaron al país y a las calles y veredas de Tuluá no desaparecieron ni siquiera con la modernización de las armas, las carreteras y la información. En este más de medio siglo trascurrido los colombianos, y los tulueños, encontramos con qué alimentar los odios y las venganzas. Ya no se volvieron a usar los revólveres gigantescos de calibre 38 largo que los pájaros convirtieron en su arma predilecta. También se perdieron en el olvido los carros sin placa que trasladaban a los asesinos y a los asesinados para regarlos por calles y carreteras. Los vehículos en los cuales se trasportaba el terror ya no fueron más las mulas que subían por los caminos entrelazados de las cordilleras nacionales. Tampoco siguieron usándose los cadáveres vueltos teas encendidas encima de caballos como el que lleva hasta Tuluá a Yolanda Arbeláez para que León María Lozano quede espantado para siempre. Pero nos seguimos matando porque el asesinato ha sido una herramienta de vida hasta para los nuevos habitantes de un país que se ha transformado tanto como Colombia.
Intermedio Editores reedita 'Cóndores no entierran todos los días'

Intermedio Editores reedita 'Cóndores no entierran todos los días' Foto:archivo particular

En estos años, cuando Cóndores se ha consagrado como el libro histórico por excelencia en un país con memoria de gallina, hemos sido testigos de la evolución progresiva de los pájaros hasta volverse paracos, de los guerrilleros liberales a llegar a ser las Farc o los elenos. Hemos pasado de los policías impulsadores de las balas que mataron en estas páginas a Alfonso Santacoloma, al Ejército consiguiendo habitantes de las barriadas para hacerlos aparecer como muertos en combate, como si la contabilización del horror fuera el premio ya no de las diferencias políticas, sino de la exitosa carrera militar. Las guerrillas de ‘Tirofijo’ terminaron siendo un ejército paralelo al constitucional. Los curas dejaron de ser los alentadores de los conservadores galopando camuflados en las sotanas y librando desde el púlpito las batallas contra el comunismo que decretaban desde el Vaticano, para llegar a ser guerrilleros del Eln como Camilo Torres, el cura Pérez o el padre Laín. No hay duda. Colombia se transformó en todos los órdenes y su violencia adquirió más ribetes dolorosos y más ingenio malévolo.
Las guerras de Tuluá cesaron de ser impulsadas por el apego a las banderas rojas o azules de los partidos políticos para convertirse en negocio no de los latifundistas sino de los traquetos, la nueva clase social que llegó del brazo del afán moralista de los gringos de perseguir la producción de cocaína. El Frente Nacional, que se idearon mágicamente para acabar con pájaros como El Cóndor y restablecer la concordia entre godos y liberales, logró sus cometidos y bañó con perdón y olvido las disputas entre unos y otros porque la fórmula ideada repartía por partes iguales la marrana del presupuesto nacional, departamental y municipal.
Pero como tantas veces ha resultado, el remedio nos generó una enfermedad mayor que hoy día nos azota sin vergüenza alguna y que ha contagiado todos los vericuetos de la vida nacional: la corrupción. Ya hemos llegado a extremos indecibles. Los congresistas son más una cooperativa de contratistas que los representantes del partido político que los respalda oficialmente para que no tengan obligación de constituir costosas pólizas. Por supuesto, la fragmentación partidista es el costo de alentar el esquema de los contratistas. Ya no es la burocracia por la que se mataron liberales y conservadores. Ahora lo que les interesa son las comisiones rentísticas que los contratos estatales dejan para quienes mueven los mismos hilos parroquiales que El Cóndor buscaba preservar.
Probablemente el negocio del narcotráfico alentó esta transformación, pero en el fondo es la eterna repetición de la batalla por el poder que hizo posible que el jefe de los pájaros fuera El Cóndor, y que hayan sido muchos los que prosiguieron por la misma brecha vengativa o envidiosa, movidos por el negocio de las prebendas del Estado, y tan poquitos los que igualaron el accionar de León María Lozano como jefe máximo de las hordas que esta novela le recuerda a la Colombia del futuro.

Biblioteca Álvarez Gardeazábal de Intermedio Editores

Intermedio Editores y Almacenes Éxito se unen para lanzar la Biblioteca Gustavo Álvarez Gardeazábal, que comienza con 'Cóndores no entierran todos los días'. Son doce de los libros más importantes del destacado escrito vallecaucano, que irán llegando cada dos meses a las librerías y a la cadena de almacenes.
Estos son los títulos de la colección:
• Cóndores no entierran todos los dias
• Las guerras de Tuluá
• Comandante paraíso
• Las mujeres de la muerte
• Pepe botellas
• Dabeiba
• El titiritero
• Los sordos ya no hablan
• El papagayo tocaba violín
• El último gamonal
• El divino
• Los míos

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