Reseña

El búnker de la memoria : cómo el arte ayuda a la protagonista de 'Conjunto vacío' a olvidar

La autora mexicana publicó este libro en 2022 bajo el sello de la editorial colombiana independiente Laguna Libros. Con esta novela recibió el Premio Internacional Aura Estrada. Entrevista.

fgfgg — Fue editora en Tumbona Ediciones —una editorial que construyó un catálogo heterodoxo de títulos sobre arte y pensamiento contemporáneos Foto: Retrato de Adrián Duchateau

Link

Verónica Chafyrtth

PERIODISTA CULTURAL06.07.2024 18:54 Actualizado: 15.07.2024 00:00

Comentar

Verónica Gerber Bicecci es una artista visual mexicana y es la autora de ‘Conjunto vacío’. Su búsqueda artística le otorga sentido e importancia a la palabra y la imagen a través de la escritura, esto se manifestó con su primer libro ‘Mudanza’.

Esta visión se explora más a fondo en sus intervenciones y colaboraciones en museos y galerías, como la conferencia performática 'La Travesía', en colaboración con Belén Chávez y Enrique Arriaga, realizada en la Sala de Arte Público Siqueiros. Autora de otros libros como ‘La Compañía' y, recientemente, la antología de textos 'En una orilla brumosa: cinco rutas para respensar los futuros de las artes visuales y la literatura'.

La protagonista de 'Conjunto vacío' comienza a tejer el pasado y el presente de su vida entre gráficos, agujeros, círculos y espirales, mientras que, sin falta, todas las noches, contempla las estrellas a través de un telescopio. La primera confesión que le hace al lector es: "Los conjuntos se intersectan más o menos igual, y lo único que cambia es el punto de vista desde el que toca ver: la renuncia es voluntaria, el consenso es la menos común de las opciones, y el abandono es una imposición".

(Lea también: ‘Solo tenías que darme la mano’, el libro de poesía que trasciende dimensiones)

El silencio es una variable que muta constantemente para que el otro decida si se trata de un sí, de un no o de cualquier otra respuesta

Leer a Gerber es tratar de entender el ruido que provoca la ausencia de alguien en nuestra vida, un vacío que puede llegar a ser una profunda excavación, un hueco, una herida, un pequeño orificio que se cuela por las rendijas de la vida misma.

En estas páginas, el lector se encontrará con una mujer que, tras su ruptura amorosa, vuelve a casa de su madre e identifica que su primera ausencia, su primer vacío, llegó mucho tiempo atrás y que ahora debe arriesgarse a armar ciertas piezas importantes de su vida.

“La gente suele decir que las cosas no son blanco o negro; yo no estoy segura: el blanco y el negro no son más que problemas de luz, de totalidad y de ausencia de luz. El negro es oquedad y el blanco, plenitud, o al menos, eso aprendí en la escuela de arte”.

Justo una mañana, se da cuenta que algo pasa con el 'búnker', como siempre se han referido su hermano y ella a la casa de su madre. De repente, observa que una de las paredes se está ablandando y está inundada de agua.

Es allí cuando compra tres tablas de triplay de 122 x 244 centímetros y, sin querer o sin proponérselo, empieza a trabajar por este viejo lugar. Tal vez fue en ese momento cuando identificó que "para olvidar a alguien hay que volverse extremadamente metódico. El desamor es una especie de enfermedad que solamente puede combatirse con rutina".

(Le puede interesar: Lo que se hereda no se hurta: Catalina Castro Blanche presenta su libro en homenaje a su padre Germán Castro Caycedo)

Portada de Conjunto Vacío Foto:Cortesia Laguna Libros

Es entonces cuando decide establece una rutina. Pinta, resana y va reparando una y otra vez, y se va preguntando por los anillos de los árboles. Un día, en la biblioteca, identifica que fue el astrónomo Andrew Elliott Douglas quien, inicialmente estudiando las manchas solares, decidió dedicarse al estudio de los anillos de los troncos de los árboles para ver si estos podían decir algo más que el sol.

"Me recostaba boca abajo sobre el gran tablón de madera toda la mañana y seguía el dibujo de una veta con un pincel lleno de pintura negra o blanca o gris. Si intentaba pintar una cuarta me temblaba la mano y me salía la raya. A veces, tenía que usar un pincel de tres pelos, a veces una pequeña brochita. Era sobre todo un ejercicio de paciencia".

Entonces, es allí cuando ella reconoce que, a través de los anillos, va repasando las etapas de su vida y,sobre todo, su transformación, capa por capa, clasificando la madera e identificándola al mismo tiempo que resguarda las imágenes de la historia del Tordo, ahora su expareja. Entre el pasado y el presente, va y vuelve constantemente para identificar cuáles fueron esas imágenes que la llevaron inevitablemente a sentir la ruptura,el vacio, el quiebre,el agujero a lo largo de su vida.

Mientras trabaja, recuerda las enseñanzas de su maestro de escultura japonés, quien les inculcó la comprensión del ciclo de la vida-muerte-vida, influyendo en su enfoque artístico y emocional.

En las páginas de esta novela , Gerber nos sumerge en las cicatrices que nos dejan las ausencias . Entre vetas de madera y pinceladas metódicas, ella teje un tapiz de recuerdos y olvidos, cada trazo un intento de reconciliarse con su pasado y comprender su presente. Recostada sobre el gran tablón de madera, siguiendo con paciencia las líneas naturales del triplay, encuentra en la repetición una suerte de consuelo, un refugio en el caos de sus emociones.

Los ecos de las lecciones de su maestro japonés resuenan en su mente, recordándole que la vida es un ciclo interminable de creación y destrucción. Cada veta en la madera, cada año de vida del árbol, se convierte en una metáfora de su propio viaje, de las heridas y las cicatrices que lleva dentro. Trabajando en el búnker, cubriendo paredes y descubriendo dibujos ocultos, su mente pelea, grita, descubre, se aquieta, duda, contempla hasta que finalmente suelta.

(Lea además: Este es el listado completo de los ganadores del premio de periodismo Gabo 2024, que se entregó en Bogotá)

Entrevista con la escritora Verónica Gerber Bicecci

¿Cómo nació su interés por la escritura y, por supuesto, por la literatura?

Los orígenes de mi escritura –porque creo que son varios– fue, sin duda, con mi mejor amigo de la infancia. No recuerdo exactamente cómo empezó, pero ambos escribíamos poemas y, siendo adolescentes, nos inscribimos a un taller de escritura en la casa de cultura que nos quedaba cerca.

¿Cuáles fueron esos libros que de alguna manera la adentraron al mundo literario?

El Diario de Frida Kahlo y el de Ana Frank, El principito, de Saint-Exupéry o Las aventuras de Matonkiki, de Elena Fortún fueron lecturas inolvidables y formativas para mí.

¿A qué horas escribe Verónica?, ¿tiene algún hábito de escritura?

Escribo por la mañana, desde muy temprano. Y cuando digo que escribo me refiero a un ejercicio que navega entre letras y figuras, entre palabras y dibujos. Después de las 13 hrs ya me resulta muy difícil y mejor me dedico a sacar pendientes (que muchas veces también implican escritura, pero de otro tipo, como esta entrevista).

En esta historia, ‘Conjunto Vacío’, el lector se encontrará con una mujer que parece encontrar una necesidad de armar el pasado de otra mujer y, al mismo tiempo, la lleva a comprender su presente ¿quizá sea cierto lo que dijo Borges alguna vez que “somos todo el pasado”?

O, tal vez, hacer presente es plantar los pies en el suelo, mirar a nuestro alrededor y tejer pedazos del pasado y del futuro.

¿Por qué el interés de contar esta historia a través del lenguaje gráfico y también narrativo? ¿en dónde radica esa conexión entre los dos lenguajes?

Me formé como artista visual y por ello me ha perseguido siempre la necesidad de pensar en una escritura con/desde/para/entre/por/tras las imágenes.

¿Una frase que haya encontrado en un libro —hace un tiempo—, y aún la recuerde?

Me gusta usar mi Instagram para compartir mis subrayados de lecturas. Hay un haiku que compartí ahí, de una antología de haikus escritos por infancias, que dice así:

Desenterrando batatas

la tierra me ha llegado

hasta dentro de las uñas

¿Qué libros conseva hoy en su mesa de noche?

Aguirre, de Marta Aponte Alsina; Sutura de las aguas, un viaje especulativo sobre la impureza, de Daniela Catrileo, Fuego la sed, de María Sánchez y Bosques tejidos. Reflexiones de un naturalista, de Mateo Hernández Schmidt.