En este portal utilizamos datos de navegación / cookies propias y de terceros para gestionar el portal, elaborar información estadística, optimizar la funcionalidad del sitio y mostrar publicidad relacionada con sus preferencias a través del análisis de la navegación. Si continúa navegando, usted estará aceptando esta utilización. Puede conocer cómo deshabilitarlas u obtener más información
aquí
Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí. Iniciar sesión
¡Hola! Parece que has alcanzado tu límite diario de 3 búsquedas en nuestro chat bot como registrado.
¿Quieres seguir disfrutando de este y otros beneficios exclusivos?
Adquiere el plan de suscripción que se adapte a tus preferencias y accede a ¡contenido ilimitado! No te
pierdas la oportunidad de disfrutar todas las funcionalidades que ofrecemos. 🌟
¡Hola! Haz excedido el máximo de peticiones mensuales.
Para más información continua navegando en eltiempo.com
Error 505
Estamos resolviendo el problema, inténtalo nuevamente más tarde.
Procesando tu pregunta... ¡Un momento, por favor!
¿Sabías que registrándote en nuestro portal podrás acceder al chatbot de El Tiempo y obtener información
precisa en tus búsquedas?
Con el envío de tus consultas, aceptas los Términos y Condiciones del Chat disponibles en la parte superior. Recuerda que las respuestas generadas pueden presentar inexactitudes o bloqueos, de acuerdo con las políticas de filtros de contenido o el estado del modelo. Este Chat tiene finalidades únicamente informativas.
De acuerdo con las políticas de la IA que usa EL TIEMPO, no es posible responder a las preguntas relacionadas con los siguientes temas: odio, sexual, violencia y autolesiones
Gardel e Infante, dos mitos ligados por tragedias aéreas
Las vidas paralelas de dos ídolos de la canción popular, a quienes sorprendió la muerte.
El argentino Carlos Gardel, de origen francés, introdujo el tango canción; el mexicano Pedro Infante fue el creador del bolero ranchero. Foto: Archivo EL TIEMPO
Cuando Pedro Infante nació en Mazatlán, Sinaloa, en el norte de México, el 18 de noviembre de 1917, Carlos Gardel, de 27 años, era ya un cantante cotizado no solo en América Latina.
Acababa de grabar, en Discos Glucksmann Mi noche triste, la pieza que hizo confesar a Julio Cortázar que, de joven, lloraba al escucharla:
“Percanta que me amuraste / en lo mejor de mi vida / dejándome el alma herida / y espina en el corazón”.
Con esta melodía, de letra salpicada de lunfardo, se originó el tango canción, novedad musical que sacó al tango de los bajos fondos y a Gardel lo catapultó hasta llevarlo a sorprender a los medios artísticos de Buenos Aires.
Al puerto había llegado con su madre, Berthe Gardes, por barco, a la edad de 3 años, el 11 de marzo de 1893, procedentes de Toulouse (Francia), a vivir cerca del mercado donde ella empezó a trabajar de planchadora y él, al poco tiempo, de mandadero.
Infante igualaría la hazaña musical de introducir un género en 1953, al crear el bolero ranchero Cien años, que concluía diciendo:
“...Y sin embargo sigues unida a mi existencia / y si vivo cien años / cien años pienso en ti”.
Con unas décadas de diferencia llegaron a ser las figuras más representativas de la ranchera y el tango de todos los tiempos.
Pedro Infante, que estudió solo hasta cuarto de primaria, también fue mandadero, en una ferretería, para ayudar a la economía de su familia de 15 hermanos, como lo hizo hasta su muerte. Luego fue carpintero, y más tarde, peluquero.
Hijo de músico, tenía ‘el conservatorio’ en casa. Después de que su padre le enseñó a tocar varios instrumentos, pudo conformar su propia orquesta, que llamó La Rabia. Ya en la capital, a donde viajó en busca de mejores horizontes, en 1942 llegó a cantar en la XEW, una de las emisoras más escuchadas de América Latina y consiguió hacer presentaciones en El Waikikí, el mejor cabaret de Ciudad de México en aquel tiempo.
Infante estuvo toda su vida vinculado al sello Perleess (más tarde absorbido por Warner Music), salvo un breve lapso con RCA Víctor, del que nunca quiso acordarse, porque fue despedido a raíz de la escasa acogida de su primer disco de 78 r. p. m.
Ni siquiera aceptó cuando quisieron recuperarlo y le enviaron un cheque en blanco para que estampara la suma que quisiera, a cambio de volver.
Gardel apenas alcanzó a culminar la educación primaria. Alternaba sus oficios con presentaciones en cafetines y teatros de la calle Corrientes. Sería conocido con el remoquete de ‘el morocho (de pelo negro) del abasto’ desde entonces hasta 1911, cuando conformó un dúo con José Razzano, uno de los mejores payadores de su época, con quien interpretó tonadas del campo.
Su relación con el disco fue inicialmente una amarga experiencia, con Columbia Records, en 1912, pues sus grabaciones (entre ellas A Mitre, A mi madre querida y Sos mi tirador plateado) poco se vendieron. Por eso se pasó al sello Odeón, de Max Glucksmann, con el cual se quedó por el resto de su vida, con excepción de un periodo en Nueva York con RCA Víctor.
Los éxitos musicales de Gardel e Infante inundaron el mundo, cuando el primero abandonó las tonadas criollas y se concentró en el naciente tango canción, y el segundo dejó atrás los aires foráneos que cantaba en los centros nocturnos y se acogió al folclor ranchero.
Su relación con el disco fue inicialmente una amarga experiencia
Son dignas de tenerse en cuenta las 349 grabaciones del mexicano, en las que interpretó magistralmente guarachas, sones, corridos, valses, rancheras y boleros, y hasta composiciones jocosas como Mira Bartola:
“Mira Bartola / ahí te dejo esos dos pesos / pagas la renta / el teléfono y la luz / de lo que sobre / coges de ‘ay para tu gasto / guárdame el resto / pa’ comprarme mi alipús (licor)”.
Canciones que por estar alineadas con la vivencia cotidiana sirvieron como punto de partida, cuando ingresó al cine, para los guiones de películas como: Viva mi desgracia, Cartas marcadas, También de dolor se canta, Por ellas aunque mal paguen y tantas otras.
En el cine –en sus 62 películas– fue ranchero, boxeador, carpintero, mecánico, indígena y millonario, entre otros roles. Hizo A toda máquina, con Luis Aguilar, y Dos tipos de cuidado, con Jorge Negrete.
Con La vida no vale nada (1954) ganó un Ariel (el Óscar mexicano) y póstumamente el Oso de Plata de Berlín por su actuación en Tizoc, al lado de María Félix, en plena época de oro, cuando el cine azteca monopolizaba los teatros de pueblos y barriadas en Latinoamérica, por el analfabetismo reinante y las historias campiranas, según Jorge Ayala Blanco en La aventura del cine mexicano (Era, 1968).
Carlos Gardel fue un cantante, compositor y actor de cine, de quien aún se desconoce su ciudad de nacimiento. Foto:Archivo EL TIEMPO
Volviendo al Zorzal Criollo y su producción. En discos alcanzó a grabar la astronómica cifra de 1.026 canciones, sin incluir las contenidas en películas y cortos musicales –según la sumatoria del investigador José Antonio Cárcamo–, en varias etapas de su vida.
Gardel vivió el paso del sistema acústico, de bocina, al eléctrico, de micrófono, y por ello quiso repetir algunas de sus grabaciones.
De ellas, tan solo las de 1933 y las de sus dos últimos años con la RCA Víctor, en Nueva York, con los arreglos de Terig Tucci, son las que el gran público escucha con agrado por su mayor fidelidad, pero que le bastaron para reinar en vida sin contendores y para opacar a muchos cantantes posteriores.
Ante el atraso tecnológico del cine argentino, Gardel, que solo había podido protagonizar la película muda Flor de durazno, en 1917, y 15 cortos musicales sonoros (precursores de los videoclips) con la orquesta de Francisco Canaro, se vio en la necesidad de rodar sus películas en París y Nueva York, con la Paramount, entre 1931 y 1935.
En la capital sa filmó Luces de Buenos Aires (cuyo tango Tomo y obligo salvó la inversión, pues en las proyecciones el público pedía repetición); Espérame, un sonoro fracaso taquillero, y Melodía de arrabal, que duplicó en taquilla a la anterior.
A estas se sumaron otras cuatro en Nueva York: Cuesta abajo, la de mayor acogida allí; seguida de El tango en Broadway, en la que cantaba el foxtrot Rubias de New York; próximo a su gira postrera, en enero de 1935, filmó El día que me quieras, en la que estrenó Volver, y, por último, Tango bar, que lo muestra huyendo a Europa por deudas de juego adquiridas en el hipódromo.
En Colombia, Carlos Gardel acompañado de sus guitarristas Guillermo Barbieri, José María Águila y Ángel Domingo Riverol, se presentó exitosamente en Medellín, Cartagena y Barranquilla. En ese último tramo afloró lo que más lo diferenciaba de Pedro Infante: sentía pánico de los aviones.
Luego actuó en Bogotá, en los mejores teatros, con presentaciones en vespertina y noche, entre el 14 y el 23 de junio de 1935, es decir, hasta un día antes del accidente que le costó la vida, con dos de sus músicos, en Medellín.
Pedro Infante, cantante y actor mexicano. Foto:Archivo EL TIEMPO
Infante llega a Colombia
En 1954, Pedro Infante cantó primero en Medellín, luego viajó a Bogotá el 23 de mayo, acompañado del Mariachi Vargas de Tecalitlán, para cumplir presentaciones en tres escenarios: a las 3:30 de la tarde en la plaza de toros de la Santamaría, alternando con los Tolimenses, Carlos Torres y sus Alegres Vallenatos y Montecristo.
A las 9 de la noche, en el teatro Colombia, con transmisión de la emisora Nuevo Mundo para todo el país, y, por último, a partir de las 10 de la noche en el salón Monserrate del hotel Tequendama, en cena de gala, con entrada a 30 pesos por persona (la mitad del salario mínimo de la época, con cena incluida).
La gira continuó por ciudades del Valle del Cauca, el viejo Caldas y, los días 31 de mayo y 1.º de junio, Cartagena y Barranquilla, en la costa Caribe. Los exhibidores aprovechaban para presentar en los cines de esas localidades la más reciente película del actor, Gitana tenías que ser, con la española Carmen Sevilla, según cuenta el periodista Óscar Larico.
De Gardel e Infante no se podría decir que fueron almas gemelas, pero no son nada soslayables ciertas simetrías de sus vidas.
Ambos estaban habituados a trabajar a destajo, con remuneración inmediata, contante y sonante. Vivían el presente, embebidos por el aura de la popularidad. No los animó el interés de crear un emporio, a la manera, por ejemplo, de Cantinflas, que llegó a convertirse en artista exclusivo y socio mayoritario de Posa Films, la productora de sus películas.
De Gardel e Infante no se podría decir que fueron almas gemelas, pero no son nada soslayables ciertas simetrías de sus vidas.
Tan solo al final de sus carreras pudieron crear sus propias productoras, y los sorprendió la muerte cuando lo mejor para ellos estaba por llegar.
Ninguno de los dos era muy refinado en el hablar. Sin ser toscos, se expresaban en el lenguaje callejero. Eran abstemios y adictos al ejercicio físico; Infante para combatir la diabetes y Gardel, la obesidad.
‘El morocho del abasto’, en la celebración de su cumpleaños número 25, recibió un disparo en el pecho, en confusas circunstancias, que se le alojó en un pulmón, y por milímetros no le afectó el corazón.
El cirujano optó por dejarle allí el proyectil, que se encontró en la necropsia del 25 de junio de 1935 y que dio origen a la leyenda de que habría sido asesinado, según Diego M. Ziggioto en su libro Historias encadenadas de Buenos Aires (Ediciones B, 2013).
Por su parte, Pedro Infante, un fanático de la aviación, con 2.989 horas de vuelo, sufrió su primer accidente aéreo en 1947, del que salió ileso.
Dos años después, otro siniestro le ocasionó una fractura en el cráneo –algunos medios lo dieron por muerto–, que requirió de una intervención quirúrgica a fin de implantarle una placa de platino en la frente, que sirvió para identificar el cadáver el 15 de abril de 1957 en Mérida, Yucatán, cuando pereció trágicamente.
Carlos Gardel siempre había viajado por vía marítima. La aviación aún se estaba terminando de inventar.
Tras desembarcar en Puerto Colombia, por segunda vez, de Barranquilla fue por carretera a Cartagena. Luego volvió a Barranquilla y voló a Medellín y Bogotá. En la capital su llegada y sus presentaciones fueron apoteósicas. Le faltaba actuar en Cali, pero el vuelo se hizo por Medellín, donde debía hacerse un relevo de pilotos.
Dos malas jugadas les deparó el destino. Infante le pidió al copiloto Aldelardo de la Torre que le cediera el asiento en el viaje fatal al distrito federal.
Gardel, pese a su temor de volar, apostó por los aviones. Apostador, como fue, a los caballos, la muerte terminó ganándole... por una cabeza.
En la plenitud de sus carreras, la veneración popular por ambos nació por ellos el mismo día de sus trágicos accidente