Los cuadernos de ejercicios para piano titulados Mikrokosmos y escritos por el compositor húngaro Bela Bartok, han sido la puerta de entrada a la música contemporánea desde mediados del siglo XX para muchos aspirantes a pianistas.
Tuve la fortuna de tocar algunas de estas piezas cuando apenas empezaba a descifrar el pentagrama y la conexión fue inmediata. Esos ejercicios basados en las métricas compuestas que Bartok aprendió del folclor húngaro y de sus modos no convencionales, me llevaron luego a profundizar en su obra musical.
Durante mis estudios analicé todos sus cuartetos de cuerdas y su repertorio sinfónico, oyendo una y otra vez el fantástico concierto para dos pianos y percusión. Pero la profesión me llevó por otros caminos que me obligaron a abandonar la frenética obra musical de Bartok para dedicarme a la subsistencia como productor y jazzista.
El impredecible destino me volvió a conectar con ese gran creador el pasado viernes 27 de octubre en la presentación de su ópera El castillo de Barba Azul en el Teatro Colón de Bogotá. Allí confirmé mi iración por este maestro con la impecable puesta en escena del Centro Nacional de las Artes en asocio con la Ópera Nacional de Hungría. El apoyo de la embajada húngara confirma la importancia de gestionar colaboraciones artísticas binacionales para beneficio mutuo.
La milimétrica sincronía de todo el equipo escénico y musical bajo la dirección artística de Pedro Salazar, mantuvo mudo y sin pestañear al público que abarrotó la sala. La ingeniosa e imponente escenografía móvil de Julián Hoyos se integró a la perfección con el video de Carmen Gil y la iluminación de Humberto Hernandez, logrando un matrimonio visual digno de las grandes salas de ópera del mundo.
La participación de la Sinfónica Nacional de Colombia con Alejandro Posada en la batuta, fue clave para el disfrute de esta cautivante ópera. El acompañamiento orquestal resultó muy certero al mantener un clima incierto que anuncia un desenlace fatal desde la primera nota. El duque Barba Azul y su amada Judith, los protagonistas de esta tragedia, fueron interpretados con gran magnetismo por nuestro barítono Valeriano Lanchas y la soprano húngara Andrea Szántó.
Desde la obertura, los dos cantantes se declaran su amor acompañados por el sonido sombrío y premonitorio de la orquesta. El duque le pide a su amada no abrir las siete puertas del frio castillo que esconden un horror tras otro. Con este recurso la tensión queda garantizada desde la obertura hasta el macabro final. Las dos voces le añaden un tono de angustia a la historia con vibratos tensionantes y, sobre todo con las agudas exclamaciones de Judith, hábilmente diseñadas por Bartok para generar inestabilidad.
Al abrir las puertas prohibidas, Judith va descubriendo escenas macabras subrayadas por trémolos agudos en las cuerdas que producen la sensación de una dolorosa cuchillada en el oído, así hasta llegar al espeluznante final.
El rigurosos trabajo de todo el elenco técnico y artístico fue fundamental para que el público pudiera vivir el dramatismo de esta gran producción, que eleva el nivel de lo que se está haciendo con las artes escénicas en Colombia. Felicitaciones a todo el equipo técnico y artístico.
ÓSCAR ACEVEDO
Músico y crítico
musical
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