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Toda su vida creyó que era ciudadana americana, hasta que quiso tramitar su pasaporte: ahora puede ser deportada
● Nunca sospechó porque pudo obtener licencia de conducir, ingresar a la universidad y presentar impuestos.
● Debido a la falta de naturalización en su adopción, puede ser deportada a un país que ni conoce.
Una mujer que pasó más de dos décadas en Estados Unidos convencida de que era ciudadana estadounidense enfrenta hoy la posibilidad de ser deportada.
Su caso refleja las dificultades de quienes fueron adoptados sin que se completaran los trámites de naturalización, en un contexto marcado por políticas migratorias más estrictas impulsadas durante el gobierno de Donald Trump.
El descubrimiento inesperado
A —seudónimo utilizado por NPR para proteger su identidad— vivió gran parte de su vida sin sospechar que su estatus migratorio era irregular. Pudo obtener su licencia de conducir, ingresar a la universidad y cumplir con la presentación anual de impuestos sin inconvenientes.
Sin embargo, todo cambió cuando intentó solicitar su pasaporte y descubrió que no podía tramitar el documento porque no era ciudadana estadounidense.
Nacida en Corea del Sur, A fue adoptada en su infancia, pero sus padres adoptivos nunca completaron el proceso de naturalización. Esto la dejó fuera de los beneficios que durante años dio por sentados, como el a créditos financieros para costear su educación superior.
Esta situación no es aislada: muchos adoptados descubren la realidad de su estatus legal al realizar trámites como la solicitud del pasaporte, el Real ID —requisito para viajes aéreos— o, en casos más graves, al enfrentar condenas penales que los convierten en prioridad para la deportación.
Cuando tenía apenas tres años, A fue trasladada de Corea del Sur a Estados Unidos. Jamás cuestionó su ciudadanía hasta que, a los 20 años, mientras trabajaba en una cafetería, recibió una carta del Departamento de Estado solicitando pruebas de su ciudadanía.
Sin saber a quién recurrir y sin recursos para pagar un abogado, simplemente guardó la carta y continuó con su vida. “Me sentí muy sola y asustada. No sabía a quién pedir ayuda”, relató al medio citado.
Se llevó una gran sorpresa. Foto:iStock.
Posteriormente, preguntó a sus padres sobre su situación. “Fuiste adoptada por un ciudadano estadounidense. Así que eres ciudadana estadounidense”, le respondieron de manera equivocada. Años más tarde, en 2019, decidió buscar orientación en un grupo de Facebook para personas adoptadas, donde le recomendaron ar a Gregory Luce, abogado especializado en estos casos y también adoptado.
Después de dos años de trámites en distintas agencias gubernamentales, Luce le confirmó la noticia que cambiaría su vida: “No eres ciudadana estadounidense”.
Una vida en el limbo
Hoy, en sus cuarenta y tantos años, A enfrenta el riesgo de ser deportada a Corea del Sur, un país que desconoce por completo, cuyo idioma no domina y donde no tiene vínculos. La amenaza de ser enviada a un lugar ajeno plantea un escenario complejo y angustiante.
En 2022, la mujer contrajo matrimonio con un ciudadano estadounidense, lo que en principio le abrió una vía para regularizar su situación. No obstante, no podrá obtener la green card —residencia permanente— hasta que logre reunir los documentos que prueben legalmente su adopción.
Debe aprobar legalmente su adopción y hacer los trámites correspondientes. Foto:iStock
La ley y los adoptados sin ciudadanía
El Congreso de Estados Unidos trató de abordar este problema con la aprobación de la Ley de Ciudadanía Infantil en 2000, que otorgó la ciudadanía automática a adoptados extranjeros. Sin embargo, esta legislación solo amparó a los menores de 18 años en el momento de su entrada en vigor, dejando sin solución a quienes, como A, quedaron fuera de ese rango o ingresaron con visas inadecuadas.
Desde entonces, varios proyectos de ley buscaron eliminar el límite de edad, pero ninguno logró avanzar en la Cámara de Representantes.
La Nación (Argentina) / GDA.
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*Este contenido fue reescrito con la asistencia de una inteligencia artificial, basado en información de La Nación (GDA), y contó con la revisión de un periodista y un editor.