Según un artículo investigativo sobre prácticas de higiene de Olga Khazan para la revista ‘The Atlantic’, los colombianos posicionan al país en una de las principales naciones que más suelen ducharse en la semana, presentando el mayor porcentaje de sujetos que se bañan más veces por día.
A lo largo de la historia, se ha construido una idea generalizada en la que el aseo personal se relaciona directamente con la jerarquía social, un espacio que pone la belleza y el cuidado como un factor importante del éxito.
Además, la necesidad de priorizar la privacidad a la hora realizar las necesidades fisiológicas que demanda el cuerpo, se suma al valor personal y la pulcritud de cada sujeto en las interacciones culturales impuestas en sociedad.
No obstante, el concepto de privacidad y aseo personal desarrollados en un solo espacio evolucionó en el transcurso del tiempo, siendo los baños una proyección cultural dentro de un contexto social e histórico, influenciado por aspectos políticos y económicos en materia de clases, sexo, raza y género.
Un ejemplo de ello es el manejo de los desechos humanos y las distintas percepciones que se han construido en torno al tema. Dominique Laport describe en su libro ‘Historia de la mierda’ la apreciación que se tenía del excremento y la orina que, a pesar de que sí eran vistos como algo sucio y maloliente, no generaban los sentimientos de vergüenza vistos hoy día.
Es cierto que la gestión de residuos estaba reservada principalmente para los privilegiados, pero el o con la orina y las heces humanas era una experiencia inevitable en la vida diaria.
El Imperio Romano y la Edad Media
Gracias al trabajo de distintos historiadores, se logró conocer las prácticas de higiene y de manejo de desechos en el Imperio Romano, lugar en el que hombres y mujeres, de manera conjunta, tenían su encuentro con el baño en espacios comunales.
Según afirman documentos históricos, las termas eran los lugares comunitarios destinados para el aseo personal. En Roma había dos que eran elogiadas por su arquitectura, Caracalla y Diocleciano, bóvedas alimentadas por agua suministrada por acueductos de la época.
Fueron construidos y istrados por el estado, con el fin de crear un espacio de socialización para que todas las clases de Romanos, sin distinción de género, se lavaran. Los edificios estaban conformados por piscinas frías, templadas y calientes, tiendas, gimnasios y bibliotecas, llegando a albergar unas 8.000 personas a la vez.
Sumado a esto, los romanos defecaban en letrinas comunales que distintos investigadores afirman que eran mixtas. Estos espacios estaban en los centros urbanos de las ciudades, llegando a albergar un máximo de cincuenta personas, siendo este acto un encuentro social.
Al finalizar sus necesidades, los ciudadanos de Roma se limpiaban con esponjas marinas que eran compartidas en un palo bañado en vinagre.
En la Edad Media, la institución eclesiástica consideraba la limpieza y la higiene como virtudes cristianas. Por ende, los monarcas, los nobles y la élite disfrutaban de rituales de baño perfumados en sus residencias, demostrando su privilegio de clase otorgado por Dios.
Los plebeyos acudían a baños públicos mixtos y con bañeras compartidas, a menudo aromatizadas con hierbas y especias, cubiertas con tiendas de campaña para retener el vapor.
Respecto al manejo de desechos humanos, Hampton Court aborda el tema de la jerarquía de clase, en la que la realeza contaba con privacidad al poseer espacios específicos destinados a esta actividad.
Sin embargo, no solo las clases bajas defecaban en espacios públicos, ya que era común que individuos de la realeza eligieran realizar sus actividades fisiológicas acompañados de cortesanos en rituales y eventos sociales.
Aunque había espacios designados para orinar o defecar, como el Whittington's Longhouse, en Greenwich Street, Londres, que tenía capacidad para 84 asientos, la mayoría de los desechos humanos se disponían en las calles de la ciudad.
El Renacimiento
Sin embargo, la moralidad empezó a jugar un papel importante en las prácticas de higiene y desechos personales, categorizando a las casas de baños como lugares de mala reputación, ya que empezó a crecer la creencia popular de qué enfermedades como la sífilis se propagaban por el agua contaminada, el aire fétido, las habitaciones estrechas y ropa sucia.
El acto de bañarse fue reemplazado por ropa lavada, priorizando la apariencia por encima de la higiene personal. Los médicos recomendaron a los ciudadanos lavarse solo los lugares visibles del cuerpo, ocultando los olores corporales fétidos con perfume.
Se prohibió rotundamente el socializar con aquellas personas que defecaran en las calles, iniciando con la cultura de percibir el cuerpo y los desechos humanos como aquellos aspectos que eran necesarios ocultar del ojo público.
Siglo XIX y época actual
En Gran Bretaña y América del Norte la clase media incorporó la ideología de limpieza como un factor netamente relacionado con la pureza, la moralidad y la respetabilidad cristianas.
El Dr. James Currie y Sir John Floyer, médicos con una influencia en la época, defendieron la idea de que el baño frecuente tenía propiedades terapéuticas.
De igual forma, la ciencia médica reveló que distintas enfermedades se transmitían a través del agua contaminada, impulsando a los municipios a invertir en la creación de sistemas de saneamiento urbano.
Hacia finales del siglo, los baños privados con agua caliente se popularizaron en hogares de clase media en Estados Unidos y Gran Bretaña.
Una vez solucionado el tema de la higiene personal, implementando agua corriente, los inodoros domésticos se convirtieron en una necesidad, logrando que por primera vez en la historia que ambas actividades se vieran reducidas a un solo espacio privado.
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