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David Racero: 'Mentiría si dijera que no quiero ser presidente'
El primer presidente de izquierda de la Cámara de Representantes contó su historia en BOCAS.
Racero es un hombre clave para el presidente Gustavo Petro en el Congreso de la República. Foto: Pablo Salgado
Cuando a David Racero –Bogotá, 11 de octubre de 1986– le celebraron su primer cumpleaños, los noticieros informaron de la muerte del candidato presidencial de la Unión Patriótica Jaime Hernando Pardo Leal. Sus padres interrumpieron la fiesta e hicieron un minuto de silencio por la muerte del dirigente. Aunque no quería ser político, toda su vida ha estado relacionada con esta doctrina. Su padre militó en la guerrilla del EPL y su madre le inculcó los valores demócratas.
La edición #127 estará en circulación a partir del domingo 30 de abril de 2023 Foto:Revista BOCAS
Pero aun así, hoy ocupa la oficina de la Presidencia de la Cámara de Representantes. Se convirtió en el primer presidente de izquierda de esa corporación y en uno de los hombres claves del presidente Gustavo Petro en el Congreso de la República. Es quien saca adelante, como un 6 en el fútbol, los proyectos en la Cámara.
No ha dormido bien durante las últimas semanas, a propósito de las polémicas en el Capitolio por cuenta de la llegada de las grandes reformas del “cambio” –especialmente la reforma a la salud– y por el hundimiento de la reforma política, el primer gran golpe a Petro desde el Legislativo. Sin embargo, no pierde la calma. Confiesa que, además de su personalidad, su clave es respirar para no perder la paciencia. Habla pausado. Piensa cada palabra para no equivocarse.
Cuando se sienta a trabajar lo hace bajo la mirada atenta del libertador Simón Bolívar y del general Francisco de Paula Santander, los retratos con los que encontró la oficina. Pero le puso su propio toque: también lo acompañan un cuadro de García Márquez, uno de Jorge Eliécer Gaitán y un retrato suyo que le regaló una joven de 16 años del Cauca.
Yo no me considero petrista porque soy de esos militantes de causas, más que de personas.
No se considera un revolucionario, pero no le molesta que lo retraten como un prócer. De hecho, hizo todo lo posible para conseguir una espada para las fotos que acompañan esta entrevista y, gracias al apoyo de su equipo de trabajo, en su mayoría jóvenes, consiguió dos. Aunque no se considera revolucionario, le gustó la idea de que lo retrataran como una especie de Bolívar. Mientras tanto, pide que prendan el televisor, para ver si las declaraciones que dio antes de la entrevista estarían en los titulares. Apareció.
Quiso ser futbolista –es hincha de Millonarios, aunque algunas veces le hace fuerza al Junior por su familia–, fue profesor de filosofía en varios colegios de la capital del país y canta vallenato con el alma gracias a su herencia de la costa Caribe, donde transcurrió parte de su infancia, pues allí iba de vacaciones a visitar a sus abuelas Yolanda y Lucila (a Cartagena y a Valledupar). Considera que su infancia fue macondiana por haber conocido de primera mano la cultura costeña que plasmó Gabo en su obra.
Contrario a lo que muchos creen, él no se considera petrista y asegura que si bien el presidente Gustavo Petro ha sido de gran importancia para su carrera –pues ha trabajado con él desde hace 13 años–, dice que más allá del mandatario como figura, cree más en el cambio que hoy encarna el jefe de Estado. Sin embargo, algunos creen que es el más radical de los petristas.
Racero empezó a figurar en la vida pública en el 2018, cuando llegó a la Cámara de Representantes. Su nombre tomó relevancia el 7 de agosto del 2022 cuando Petro se posesionó. Ese día lució un traje étnico, diseñado por la chocoana Nia Murillo, que se robó todas las miradas. Pero todavía no se lo sabe poner y tienen que ayudarlo. Desde entonces, ha logrado consolidar un estilo de vestir gracias a los diseños de Cleiner Cabadías, también una diseñadora emergente.
Tiene 36 años, soñó con ser futbolista, pensó en ingresar al seminario, fue profesor de filosofía Foto:Pablo Salgado
Su presidencia ha causado polémica, pues ha dado varias directrices de austeridad, como no destinar recursos para los almuerzos de los representantes. “Qué pena, pero los congresistas pueden comprar su almuerzo. Por más que me insistan, no destinaré recursos de la Cámara para el almuerzo de 187 representantes. Es verdad que estamos teniendo sesiones largas de trabajo. Pero para eso nos pagan. Dejemos la sinvergüencería”, afirmó. Además, ha cuestionado los esquemas de seguridad. De hecho, él no cuenta con camioneta y se transporta en su propio carro, que todavía lo está pagando, y dona parte de su salario.
Racero, de 36 años, es una de las jóvenes figuras del Pacto Histórico, la gran coalición que le permitió a Petro llegar a la Presidencia y tener 49 congresistas. Hoy, para muchos, es uno de los llamados a ser sucesor de Petro en eso de enarbolar las banderas de la izquierda en el país.
¿Usted se considera un discípulo del presidente Petro?
No me molesta porque, en parte, es verdad. Al fin y al cabo, mi entrada a la política electoral fue con él y llevo trabajando con él desde el 2010. Cada vez aprendo más. Pero mi espíritu, mi mismo crecimiento intelectual y político, siempre me hace ser crítico hasta con el mismo Petro. Si bien me he formado junto a él en muchos aspectos, no pierdo la capacidad crítica y la capacidad de pensar por mí mismo, entonces no me molesta que puedan decir de mí que soy un pupilo de una cosecha de una generación que puede aprender de él. Pero realmente yo no me considero petrista porque soy de esos militantes de causas, más que de personas. Más allá de Petro, como figura, hay unas causas que nos motivan a hacer lo que hacemos.
Es decir, en vez de Petro pudo haber sido otra persona con ese espíritu del cambio...
Así es. No es Petro en sí mismo. Para mí, en lo que creo, ese país en el que creo, el país que quiero, en la lucha por acabar la pobreza, la desigualdad, hoy el líder político que más interpreta adecuadamente eso es Gustavo Petro y por eso estoy acá. Petro, en este momento, está empujando la historia, lo acompañamos, pero algún día él nos va a tener que pasar la posta y nosotros continuaremos y haremos, en lo mejor posible, nuestro propio camino.
¿Cómo es su relación con el presidente?
La presidencia de la Cámara, en este momento coyuntural, significó un gran acercamiento con él. Y, debo decirlo, en un momento en el cual el presidente del Senado, Roy Barreras, se distanció, la salida de Gustavo Bolívar del Senado, entre otros factores, hicieron tal vez que uno de los principales interlocutores del presidente en el Congreso sea yo. Tengo una comunicación fluida con él, y sí, sí le planteamos siempre las observaciones de lo que está ocurriendo.
Usted viene de una familia políticamente activa. ¿Cómo fueron esos primeros acercamientos con la política?
Mi padre era político. Él, como muchos de la generación de los sesenta, trabajó desde una militancia muy radical de izquierda. Alcanzó a hacer parte de las milicias urbanas del Ejército Popular de Liberación (EPL). Eso no lo había mencionado públicamente, pero alcanzó a hacer parte de las milicias en su juventud y alcanzó a hacer parte de la organización. Más adelante se retiró y empezó a hacer militancia política social.
David Racero es hijo de un militante del EPL y de una mujer que se considera una demócrata Foto:Pablo Salgado
¿Qué recuerdos tiene con su padre cuando usted era niño?
Mi primer recuerdo político es con mi padre, en la avenida Caracas, en Bogotá, haciendo grafitis. Obviamente, como buen hijo de un militante de izquierda, eran los primeros de mayo. No había primero de mayo en que no pecáramos. Siempre me sacaba.
¿Y su madre también es de izquierda?
Mi madre no se considera de izquierda, se considera demócrata profunda. Viene de una extensión muy liberal. Lo bonito de mi madre es que ella profesa la democracia en vida. En casa nunca hubo la corrección física y siempre fue todo con argumentos. Aunque estaba en un colegio católico, la formación en la casa era abiertamente liberal, de mucha razón, de mucho argumento.
A usted le gusta el fútbol, ¿jugó alguna vez?
Me encanta el fútbol. Como buen niño, en algún momento soñé con ser futbolista. Jugaba muy bien. En el colegio, el Calasanz, que me marcó la vida, siempre estuve en el equipo.
¿Por qué le marcó la vida?
Fue ahí donde me inculcaron los principales valores que hoy son las estructuras principales de mi vida, sobre todo el compromiso social por los pobres. Eso me lo dejó el colegio desde una perspectiva muy crítica y desde la visión de Jesús, pero también con una apuesta política. Me acuerdo mucho del padre español Fermín Abella, que en paz descanse. Nos daba sociología en noveno y eso fue una clase de base política crítica fundamental.
Y volviendo al fútbol…
Era muy bueno y llegué a estar en la escuela de Millonarios, donde mis padres me metieron. De ahí, en la escuela de los domingos, me referenciaron para ser parte de las inferiores de Millonarios, que es mi principal equipo. Alcancé a estar un par de meses porque la jornada era muy dura, tocaba entrenar de cuatro a seis de la tarde después del colegio. Llegaba mamado a la casa a las 7 de la noche. Al mes, uno está perdiendo el año. Ahí tocó tomar la decisión, mi madre tomó la decisión que era mejor salir de la escuela y dedicarme al estudio.
¿En qué posición jugaba?
Empecé de delantero, también de 10 y al final me gustaba mucho la posición de seis, porque me gusta salir con el balón. Entonces me sentía ya más cómodo. Un seis recuperador y de sacar al equipo. Armaba el equipo.
Buena analogía. Fui capitán varias veces. Me gusta más jugar en la mitad del campo. Y sí, muy armador, muy constructor de equipo. Desde ahí vienen también dotes de liderazgo. Realmente jugaba bien, con modestia.
¿Cómo es eso de que estuvo a punto de ingresar al seminario?
A los 11 años ya sabía que mi vida iba a estar dedicada al servicio. Ya me indignaba la injusticia. Desde muy pequeño la injusticia me tocó. Tengo dos libros que me marcaron la vida a los 13 años, cuando empecé a leer, los cuales nos puso a leer nuestro profesor Víctor, de Historia, y son Trochas y fusiles, de Molano, y la Hoguera de las ilusiones, que son crónicas especialmente de jóvenes, unas en el campo, en el marco de las guerrillas, y otras de Ciudad Bolívar, en Bogotá.
¿Por qué lo marcaron?
Me transporté y sentí vivir esa vida de unos jóvenes que podían tener mi misma edad, pero en una situación totalmente diferente. Ahí empecé a acompañar comunidades en sectores populares de Bogotá y a los 13 ya estaba muy inquieto, estaba metido en varias organizaciones sociales. Más que un tema político, era social. Así que cuando llegué a once, en el momento de decidir el futuro, el sacerdocio era una posibilidad. Pero desistí definitivamente de una posible vida del sacerdocio y ahí decidí ingresar a la Universidad Nacional a estudiar Filosofía.
Ha sido electo representante por Bogotá en la Cámara de Colombia en los periodos 2018-2022 y 2022-2026. Foto:Pablo Salgado
¿Y por qué filosofía?
La filosofía se me presentaba como una posibilidad de darles respuestas a esas inquietudes que tenía a los 17 años. Preguntas fundamentales. Tenía preguntas existenciales muy fuertes sobre la realidad, sobre la existencia, sobre la vida. Quería encontrar muchas respuestas, me quería comer el mundo en ese momento y, aparte de eso, tenía la vocación de ser docente.
¿Encontró esas respuestas?
No encontré muchas respuestas. Me llenó fue de más preguntas.
¿Y cómo fue el ambiente político de la Universidad Nacional a comienzos de los 2000?
Llegué en el 2004, en uno de los momentos más duros, que es la presidencia de Álvaro Uribe Vélez que, con su política de seguridad democrática, colocó como objetivo militar a las universidades públicas. La Nacional fue una de las que más tuvo presencia de la política de seguridad democrática. Toda mi estadía en la universidad, tanto el pregrado como la maestría, fue con Álvaro Uribe Vélez. Y eso sí marcó algo porque había una universidad que también estaba cambiando, que había sido muy influenciada por el proceso de paz en el Caguán, una ofensiva militar represiva de Álvaro Uribe Vélez y una universidad que también iba cambiando de perspectiva generacional.
¿Hizo parte de algún movimiento estudiantil?
Decidí no militar en ninguna organización, alcancé a estar en un grupo estudiantil, pero fue muy tangencial, no fue muy de lleno. Mis mismas inquietudes mentales me llevaron a tenerle pánico al adoctrinamiento. Para mí, pertenecer a una organización, sobre todo en ese momento, era asumir unas doctrinas. Creo que eso se lo debo a mi madre, en el espíritu libre del pensamiento, que era no casarme con una doctrina en particular. Acompañé el proceso estudiantil, en ese momento ya estaba el Polo Democrático, mi padre empezó a hacer parte del partido, y eso me fue llevando, poco a poco, a empezar a mirar el tema partidista. Para mí en ese momento no era una opción.
¿Qué cambió?
Empecé a comprender que de nada sirve estar indignado, de nada sirve protestar, de nada sirve quejarse, marchar, salir, cuando en verdad no estamos en los espacios de poder. Desde ahí pienso en esa gran inquietud que me ha marcado, que me marcó hasta ahora, y es por qué la izquierda siempre pierde, por qué la izquierda está siempre en resistencia. Desde ahí tenía muy claro que no, que yo no iba a pasar mi vida haciendo política como mi padre, como esa generación que le tocó muy duro resistiendo en oposición. Entonces, si hacíamos política era para ganar.
Pero antes de entrar a la política fue docente, ¿cómo fue esa experiencia?
No era simplemente impartir un conocimiento teórico de algo que tienen que aprender los estudiantes, sino la posibilidad de transformar la vida de ellos; eso fue lo que ocurrió conmigo. Fue lo que me pasó en el colegio con el padre Juan Jaime Escobar, quien con la filosofía me abrió los ojos. Entonces en cada clase quería transformar la vida de ellos. Hablaba de Platón. Pero cómo no hablar de Platón y su concepción del amor en El banquete y hablar de las visiones del amor que tenía Platón. El amor de amistad y el amor de novios y el amor de pareja. Es una cosa maravillosa poderle hablar al joven de cosas que está viviendo, como el despertar sexual. Hablar, por ejemplo, del concepto de imaginación de Marx, que es la pérdida del ser humano al ser cosificado por el sistema capitalista.
Tras realizar estudios en la Universidad Nacional de Colombia, obtuvo la licenciatura en Filosofía. Foto:Pablo Salgado
¿Volvería a la docencia?
Cuando deje este compromiso político volvería a la docencia y, seguramente, volvería a la docencia de colegio, que es lo que más me apasiona.
Hablando de pasiones, sé que le gusta el vallenato…
No me gusta, me encanta [risas]. La primera canción que me aprendí es Amarte más no pude, cantada por Diomedes Díaz, cuyo compositor es Marciano Martínez. Tenía ocho años, me agarraba el pecho cantando esa canción, parecía estar despechado. Mi abuela y mi madre me enseñaron a bailar en Valledupar. Tengo un acordeón en la casa, la caja y la guacharaca. Cuando tenía unos 20 años tomé clases, pero son instrumentos que necesitan de mucha dedicación y los tengo de adorno.
Volvamos a la política. ¿En qué momento decide ingresar si usted no quería ser político?
Mi primera experiencia política electoral fue con la campaña presidencial de Petro en el 2010. Mi despertar político fue con esa campaña presidencial y ahí empecé a acompañarlo.
¿Pero por qué lo hizo?
Después de 8 años de Uribe, nos politizamos. Eso es lo que ocurre con estos grandes personajes como Uribe y como el mismo Petro, que conllevan una politización de la sociedad, a favor o en contra. Y esa experiencia de la presidencia de Uribe fue un ejercicio de tomar conciencia política, de en qué lugar quería estar. Y el lugar era, justamente, lo contrario a esa presidencia. Entonces ahí aparece el Polo Democrático.
¿Qué vio en Petro?
Apareció Gustavo Petro y vi en él un genuino compromiso de construir un proyecto con verdadera vocación de poder, porque la izquierda era una izquierda que se había acostumbrado a perder. Era una izquierda que se había acostumbrado a hacer oposición, que se había acostumbrado a ser eterna resistencia. Vi que era, realmente, el momento de ganar, como ‘tomémonos en serio lo que significa ganar’. Y desde ahí lo empecé a acompañar.
Perdieron, pero luego hizo campaña para la Alcaldía de Bogotá y participó por primera vez en una elección…
Fui candidato a edil, pero, realmente, lo más importante era su candidatura. Mi candidatura fue más nominal que cualquier otra cosa. Lo importante era que ganara Petro. ¡Ganamos! Y estando en la Alcaldía fue cuando empecé a decir: ‘bueno, puede ser’.
Y en el 2018, tras perder la campaña al Concejo de Bogotá, llegó a la Cámara de Representantes. ¿Cómo fue eso?
La Cámara de Representantes fue mi primera elección. Realmente eso, más que una campaña electoral, fue una campaña pedagógica porque, con la excusa de las elecciones, lo que hicimos con un equipo de jóvenes fue una apuesta altamente de pedagogía con unos mapas, videos, todo en la calle. Imprimimos periódicos, sacamos el sombrero para recolectar dinero para imprimir publicidad. Por eso creo que nunca he dejado la docencia. Y, bueno, ganamos y fue como ‘¡pucha!’, o sea, uno lo hace pensando en ganar, pero cuando ganamos uno no se las cree.
¿Alguna vez vio la lucha armada como una opción?
No, nunca tuve un acercamiento, un poco también influenciado por mi padre. Él dejó claro que ese momento ya había pasado. Entonces él fue muy claro con nosotros, nos dijo que la lucha era ya política y que el tema armado era completamente anacrónico, desde su propia experiencia.
Y el 20 de julio del 2022 se convirtió en el primer presidente de izquierda de la Cámara…
Lo que significa que gente como nosotros tenga los espacios de poder y dirección… Nuestra principal victoria es contra el miedo que construyeron alrededor de nosotros.
El día de la posesión de Petro se robó todas las miradas por su traje. ¿Cuál es la historia de su vestimenta de ese día?
La formalidad nunca ha sido mi mayor fuerte, ni en la vestimenta ni en el trato. Algo que detesto de la política son las buenas formas, de que hay que ser políticamente correcto. Mi vestimenta, mal que bien, responde a esa poca formalidad que he tenido en mi vida. Creo que, por fin, he encontrado una identidad en la vestimenta. Refleja lo que siento ahora, que es una oda a la identidad negra, a la indígena, a lo popular, a la libertad también.
¿Quién le diseñó ese traje?
La vestimenta de la posesión fue diseñada por una diseñadora emergente, Nia Murillo, quien me expresó, de una manera hermosa, que me hizo un vestido de rey porque nosotros los negros somos herederos de reyes, no somos herederos de esclavos. La esclavitud fue solo un momento en la historia.
A propósito de su familia, usted tiene una hija de 10 años. ¿Cómo asimila ella el trabajo de su papá?
Lo que más le sorprende es cuando caminamos por la calle y se me acerca gente a abrazarme, a saludarme, a tomarse fotos. Ella siempre se queda mirando y pregunta “¿quién es?, ¿lo conoces?” La mayoría de las veces le digo que no. Creo que lo que le sorprende a ella es que haya un trato tan bonito hacia mí en la calle. Y pues eso también me enorgullece, que ella pueda ver eso. Ella no es hija biológica. Tuve la fortuna de conocerla cuando iba a cumplir dos años, cuando empecé a salir con su mamá, quien hoy es mi compañera. Entonces son ocho años de vida con ella, porque ya tiene 10 años. Dijo en los últimos días que quiere ser abogada porque quiere defender a los débiles. Eso me llena de absoluto orgullo.
¿Y cómo es la vida en el hogar? Tengo entendido que a su compañera no le gusta la política.
Más que no gustarle la política, es el ejercicio electoral. Es una persona muy crítica, de mucha conciencia de la realidad, también con un sentido de la justicia enorme, de mucha sensibilidad social, pero nada que ver con el mundo político electoral. Me ha acompañado siempre en las campañas y gracias a ella llegué por primera vez a la Cámara. Hablamos sobre muchas cosas, siempre hablamos de todo lo que nos pasa, pero hemos aprendido que la conversación no es tanto en sí mismo de lo que hacemos, sino de cómo impacta eso que hacemos en nosotros mismos. Son diálogos más desde el amor, desde lo profundo, que quedarnos simplemente en el día a día de lo político.
Muchos sectores del Pacto todavía se resisten a la llegada de Roy Barreras. ¿Cómo es su relación con él?
Tengo una historia política diferente a Roy, unas formas de hacer política diferente. Nos diferenciamos en eso. Ideológicamente nos diferenciamos. En las prácticas también nos diferenciamos. Pero lo respeto, respeto la capacidad que tiene de trabajo, respeto también su sagacidad, su inteligencia. Lo escucho porque él comprende el país de una manera diferente a nosotros.
David Racero en BOCAS Foto:Pablo Salgado
¿Cree que él va a continuar en el proyecto, o con el lanzamiento de su partido no va a seguir?
Muy difícil decir algo al respecto. Ha dicho públicamente que el escenario de su enfermedad lo ha puesto a pensar y a reevaluar muchas cosas, y es completamente entendible. No sabría decir o afirmar cuál es la agenda política de él a nivel personal. No sabría. Dependerá si él pone por encima su vocación política individual por encima la del Pacto Histórico. Eso dependerá de él.
Hablando del Gobierno, ¿qué se debe mejorar?
Ojalá hubiera más gente del corazón del Pacto Histórico en los cargos de decisión. Esto no es sectarismo, sino que creo que falta más. Creo que el presidente ha sido muy generoso con muchos otros sectores y que al Pacto le hace falta tener más espacio en el Gobierno.
¿Usted quiere ser presidente?
Mentiría si dijera que no quiero ser presidente, pero no es mi angustia. Mi angustia, de verdad, es poder aportar en donde pueda estar. Eso significa que yo pueda encontrar siempre el lugar más indicado para poder aportar, pero si en algún momento por las vueltas que da la vida de la historia tenemos ese honor, por supuesto nos venimos preparando para asumir un gran reto así.
La edición #127 está en circulación desde el domingo 30 de abril de 2023. Foto:Pablo Salgado