Fue emocionante volver a El Patio y sentir como si, detrás de la puerta, el tiempo se hubiera detenido. Fue emocionante encontrar aquellas sillas de anticuario, aquellas mesas centenarias, aquellos floreros que bien pudieron adornar viejos palacetes, aquellos platos de vajillas lujosas que el tiempo fue descompletando.
Fue emocionante volver al que fue, en los años noventa, probablemente el restaurante más famoso de Bogotá: no solo por su buena comida, sino también porque se convirtió en lugar frecuentado por artistas, periodistas y un sinfín de personajes públicos.
En estos días se ha vuelto a hablar mucho de El Patio, a raíz de la serie sobre Jaime Garzón que se encuentra al aire, precisamente porque él era mucho más que un visitante asiduo del lugar: era parte de su alma.
Amigo íntimo de Fernando Bernal, el creador de El Patio, a Jaime Garzón se le veía allí casi a diario. Se sentaba en una mesa tras otra, porque en casi todas tenía amigos, y con frecuencia se metía a la cocina, preparaba sus antojos, ayudaba a servir...
Fue emocionante volver a El Patio y descubrir que Fernando sigue siendo el motor detrás de una propuesta gastronómica que tiene énfasis en la tradición italiana, y que ha logrado reproducir en la puesta en escena esas viejas y estrechas trattorias de Roma, en donde los meseros deben hacer maromas para pasar entre las mesas y llegar a salvo a su destino final.
Había olvidado lo maravillosos que resultan ciertos platos de El Patio, como esos ravioli de alcachofa gratinados: no los he probado mejores en ningún otro lugar. En compañía de un buen vino tinto, y en medio de la envolvente escenografía del restaurante, se trata de una experiencia gastronómica superior. Sobre todo si uno sabe que más tarde vendrán un buen café negro y una copa de grappa.
Pero no solo buenas pastas sirven en El Patio: también algunos arroces que llevan más de dos décadas perfeccionando, un salmón que tiene adeptos y unas carnes que suelen llegar en el punto perfecto de cocción.
Sí, fue emocionante volver a El Patio: aunque debo confesar que me conmovió encontrar vacía la mesa en la que solía sentarse Garzón. Aunque siguen allí esas fotos que le rinden homenaje perenne.
SANCHO
Crítico gastronómico