Tras un año de la pandemia varias cosas han cambiado, empezando por los hábitos y rutinas de la alimentación. Al comienzo del encierro muchos ensayaron recetas, probaron ingredientes y hasta hubo un boom de hornear pan. Las redes se llenaron de fotos mostrando logros culinarios. No tengo hijos, pero amigas me cuentan que el plan de cocinar con los niños fue una manera creativa de distraerlos e involucrarlos con la comida. Todo era novedad.
Con el paso de los días, tener el trabajo y el colegio en casa, más la ansiedad y estrés de la situación actual, hizo que el entusiasmo de andar en la cocina inventando y sorprendiendo a la familia se agotara.
Nuestro futuro en términos de salud y nutrición no pinta bien. Como ahora estamos pasando más tiempo en casa, somos más laxos con los rituales de la alimentación. Horarios flexibles, comidas a deshoras, solo basta con abrir la nevera y hay mayor sedentarismo.
Una de las cosas más preocupantes, que no es un tema nuevo, pero que se ha acentuado con el encierro, es que hoy más que nunca los niños comen frente a una pantalla de celular, computador, iPad o televisor. No alcanzo a imaginar cómo debe ser el día a día de hogares con hijos menores encerrados. Los padres trabajan, tienen reuniones y el gran distractor y compañía para sus hijos es la tecnología.
Les estamos quitando el ritual de compartir la mesa, de conversar y disfrutar el placer de comer. Muchos de estos chiquitos ni siquiera son conscientes de lo que llevan a la boca ya que están más concentrados en lo que ven que en lo que comen. No hay conciencia del alimento y este se vuelve secundario.
Nunca se repetirá lo suficiente: las buenas costumbres alimenticias comienzan en la infancia. Debemos enseñarles a comer bien y educarles el paladar. Escribirlo es más sencillo que hacerlo y, como ya dije, no soy mamá. Pero sí fui niña y hoy agradezco la importancia que tuvieron la comida y la mesa familiar.
No se necesitan muchos recursos ni técnicas para hacer feliz a un crío. Servir un plato bonito, con variedad de colores y texturas puestos de manera divertida darán curiosidad de probar. Posiblemente se invertirá un poquito más de tiempo, pero no hay duda de que la ganancia será enorme cuando este se coma todo sin chistar.
Expertos recomiendan iniciar a los menores disfrutando cada bocado con los cinco sentidos: oler sus aromas, tocarlo, verlo, identificar sabores y escuchar cuando se cocina, porque la comida canta, como el chisporroteo del aceite o los borbotones de la sopa hirviendo. Jugar con la comida. Esa es la base de su cultura culinaria que durará toda la vida y que será transmitida a nuevas generaciones.
No volvamos plato de segunda mesa la alimentación de nuestros niños. Dejemos en ellos el recuerdo de compartir momentos en familia alrededor de la buena mesa. Buen provecho.
Postre amargo: A propósito de los bloqueos en vías de ingreso a las ciudades, se amenaza el abastecimiento y seguridad alimentaria. Con la comida no se juega.
MARGARITA BERNAL
PARA EL TIEMPO