Esta realidad en la que existimos está tan llena de cosas y experiencias que una vida entera no nos alcanzaría para conocerlas en su totalidad. Y si bien la literatura y el cine, entre otras artes que nos informan, son maneras efectivas de acumular
conocimiento e instruirnos, la única forma de saber de verdad de qué se trata algo es viviéndolo.
No es poca la bibliografía que basada en evidencia científica demuestra cómo cada ser humano percibe las cosas de manera diferente, siendo esta la razón principal por la cual no basta con leer o investigar acerca de algo para saber de qué se trata en realidad. Por ejemplo, ver una película de Manhattan no es lo mismo que estar en Manhattan. En la película te pierdes de sensaciones como los olores de los puestos de perros calientes que hay en casi todas las esquinas o de las repentinas olas de calor que salen del suelo por las rejillas de ventilación del metro subterráneo. En la película no sientes a Manhattan, solo la ves. Y lo que es muy triste, lo haces a través de los sentidos de quien la escribió o la dirigió, dejando por fuera tu propia capacidad de percepción.
Sucede lo mismo con el vino. Leer de vinos, escuchar a un enólogo describir el vino que acaba de elaborar o ver programas en televisión acerca de una bodega o una
región vitivinícola es interesante, pero jamás te va a permitir sentir el vino y mucho menos entenderlo. Y la verdad es que si no lo sientes y no lo entiendes, difícilmente te podrás apasionar por él.
Para mí el vino no es nada cuando está en la botella; es simplemente algo que está dentro de otra cosa. En mi mente, el vino se vuelve vino cuando se sirve y empieza a expresarse.
El vino hay que beberlo. Punto. Y hay que hacerlo con disciplina y constancia porque cuantos más vinos pruebes, mayor será tu conocimiento y tu entendimiento y mejor tu criterio para identificarlo, desglosarlo y disfrutarlo.
Un acto de seducción
Para mí el vino no es nada cuando está en la botella; es simplemente algo que está dentro de otra cosa. En mi mente, el vino se vuelve vino cuando se sirve y empieza a expresarse.
Primero, te seduce con sus colores y sus aromas y luego, cuando lo catas, es capaz de enamorarte. Beberlo es un ritual y hay quienes dicen que se aprecia desde cada uno de los cinco sentidos: la vista, el olfato, la visión, el gusto y el oído. Sí, el oído, porque las burbujas de un vino espumoso, cuando están en la copa, suenan.
Es por todo esto que la invitación será siempre a primero beber el
vino, lo demás puede venir luego. Y si no sabes por dónde empezar,
seguro se te cruzarán amigos, sommeliers o tiendas virtuales con
profesionales listos para asesorarte y llevarte de la mano por una de
las experiencias más sublimes de nuestra realidad. ¿Qué esperas para empezar?
(*) Michelle Morales es sommelier profesional y asesora en estrategia, mercadeo y finanzas para el sector de restaurantes. En Instagram: Mikkisan1
Este artículo fue publicado originalmente en el portal de vinos y destilados www.tasted.com.co