Hay una confusión en el barrio / se cree que charanga es pachanga / la charanga es la orquesta que está de moda / la pachanga es el baile que se baila ahora.
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Definida como mezcla de merengue, son y guaracha, la pachanga –género que Celia Cruz catalogó como una música que “tiene un estilo fiestero y movido, con letras burlonas y pícaras”– fue creada por el músico Eduardo Davidson en 1959, a pedido de la Orquesta Sublime, y se convirtió en el éxito del año de Panart Records, la casa discográfica pionera de Cuba.
Desde entonces, las fiestas se llamaron pachangas y el nombre ingresó en el lenguaje cotidiano: “Cuba es una pachanga fenomenal”, dijo Gabriel García Márquez cuando visitó Cuba, por primera vez, en enero de 1959. A los bailadores se les llamó ‘pachangueros’ y nació el verbo que describe esa acción: ‘pachanguear’.
“Davidson escribió La pachanga a mi lado, desde las dos de la mañana hasta las seis, sentados en el peldaño de la entrada de un negocio que, por supuesto estaba cerrado a esa hora, frente a una panadería. Él me la iba dictando mientras la cantaba y yo la iba escribiendo en las páginas de una libreta de esas que se usan en las escuelas”, recordaba el vocalista Rubén Ríos, quien la cantó por primera vez en el programa de televisión El casino de la alegría, acompañado de la orquesta de la CMQ.
La trascendencia de la pachanga consistió en que sirvió de inspiración a una nueva generación de músicos, hijos de puertorriqueños, pero ya nacidos en Estados Unidos, en el condado del Bronx, según lo apunta el investigador Nicolás Ramos Gandía en La historia de la salsa (2006).
“De ese barrio han salido más músicos que en cualquier otro barrio, incluyendo Cuba”, puntualizó el famoso compositor de Se te quemó la casa, Marcela, Orlando Marín.
Tito Puente, Carlos Manuel ‘Charlie’ Palmieri, Joe Loco, Manny Oquendo y Joe Cuba, entre algunos de los más destacados. Ramos Gandía recuerda que varios hicieron sus pinitos en las orquestas pioneras de la música latina, Machito, José Curbelo y Pupi Campo.
Charlie, hermano del también músico Eddie Palmieri, nacido en el Harlem español, llamado El Barrio, se inclinó desde niño por el piano, que luego perfeccionó en la Academia Juilliard.
Impresionado por la charanga Nuevo Ritmo de Armando Sánchez, Palmieri cambió su quinteto en 1959 por aquel formato cuando organizó la Orquesta Duboney, una charanga al estilo de la Orquesta Aragón: flauta, cuatro violines, chelo y percusión.
El elenco se fortaleció con la llegada del flautista dominicano Johnny Pacheco, fallecido este año, cuya familia se mudó a Nueva York en 1946, cuando tenía 11 años. Tocaba el acordeón en conjuntos de merengue, fue percusionista en las agrupaciones de Lou Pérez, Tito Puente, Xavier Cugat y del merenguero Dioris Valladares. Allí lo conoció Palmieri: Pacheco tocaba la flauta en los descansos, y de una vez lo reclutó.
Juntos sentaron un precedente al grabar en 1960 el larga duración ¡Charanga! para el sello United Artists, en la voz de Vitín Avilés, muy conocido en Colombia como bolerista.
Luego se separaron por diferencias artísticas. Pacheco, ya en solitario, con su nueva agrupación, grabó un disco promocional: El güiro de Macorina, muy escuchado en la radio, que llegó a oídos de Al Santiago, propietario del sello Alegre, quien rápidamente lo contrató.
En 1960 grabó su primer álbum, titulado Pacheco y su Charanga. Vol. 1. Llegado 1961, como ya se dijo, se llevó a cabo la escogencia de ‘Los reyes de la pachanga’ en el Caravana Club, del Bronx, con la amenización de Charlie Palmieri y su Charanga Duboney, y La Charanga de Johnny Pacheco, máximos intérpretes del nuevo baile. El telonero fue el conjunto de Belisario López, recién venido de Cuba a estrenar En casa de Estanislao, El platanal de Bartolo y El Sucu-Sucu.
Las diez parejas que compitieron por el galardón pusieron al público a dar brincos y a gritar “¡a caballo!” y a girar los pañuelos sobre sus cabezas.
Fue cuando Al Santiago se apresuró a contratar a Palmieri y su Charanga Duboney, y en ese mismo 1961 grabó su segundo álbum en el sello Alegre, que tituló Pachanga at the Caravana Club, en tributo a esa inolvidable fiesta.
Con títulos suyos como Bronx Pachanga y La Pachanga se baila así, Ritmo pachanga, de Tito Rodríguez, y El baile nuevo, de Eddie Palmieri, entre otros, en las voces de Felo Brito, Willie Torres y Antar Daly, con destacada acogida dentro de sus seguidores, que empezaron a llamarlo ‘El gigante de las blancas y las negras’.
En ese elepé se dirimió de una vez por todas el enredo musical suscitado en torno a si se trataba del ritmo de la pachanga, o si, por el contrario, era el de la charanga, con la inclusión de La pachanga se baila así, compuesto en compañía de su amigo Joe Quijano, autor de la letra.
Diferencias que los especialistas dilucidaron: “Aquella (la charanga) era con trompetas y con base en el merengue, mientras que el ritmo de Palmieri y Pacheco fue con violines y flauta y explicado en forma popular: más parecido a un rápido chachachá (…). Hay que darles el crédito a Palmieri y a Pacheco, ellos fueron los que metieron los violines (…). Lo que hizo Eduardo Davidson fue solo una canción o el estribillo de la pachanga; de hecho, no era un baile. Él no inició el ritmo aquí en Nueva York ni el baile, solo realizó una canción”, les contó Orlando Marín a los periodistas Israel Sánchez-Coll y Néstor Emiro Gómez (Herencia Latina, enero 2003).
Charlie Palmieri se encargó de la dirección de La Alegre All-Stars, en la que reunió a los mejores intérpretes de su sello y se grabaron seis volúmenes, a semejanza de aquellas agrupaciones que tocaban descargas en Cuba, en 1957, las célebres Cuban Jam Sesion para Discos Panart, bajo la dirección de Julio Gutiérrez y Cachao López.
Con la Duboney Charlie lanzó ¡Viva Palmieri! (1962), Salsa Na’ Ma’ (1963) y por último Tengo máquina y voy a 60 (1965), en la que anexó tres trompetas y dos trombones. Además de los tres volúmenes de La Tico All-Stars y Las Descargas del Village Gate, en las que participó como pianista. Con una veintena de álbumes más, entre ellos, sus mejores trabajos discográficos: El gigante del teclado (1972), Vuelve el gigante (1973) y Adelante, gigante (1975).
Infortunadamente, el 12 de septiembre de 1988, sufrió un ataque al corazón en plena actividad, como director musical de Joe Cuba y falleció en el Jacobi Hospital del Bronx.
Por su parte, Pacheco, el coautor de aquellas novedades, contó con más suerte pues supo interpretar el gusto popular de varias nacionalidades, lo cual lo llevó a independizarse del sello Alegre y convertirse en productor discográfico.
¿La razón? “… para mí los disqueros que estaban en ese tiempo pensaban en pequeño y yo quería hacer una empresa grande, en donde todo el mundo se iba a beneficiar (…). Al Santiago no me pagaba las regalías y yo le dije no, yo voy a empezar lo mío (…). Allí empezó Fania con Jerry Masucci, con los primeros discos y ya no era Pacheco y su Charanga, sino Pacheco y su Tumbao”, relató el dominicano al periodista Eduardo Livia Daza (Radioelsalsero.com, 13 de noviembre de 2009).
Así, aunque se iba nutriendo de las raíces afroantillanas, junto con su merengue dominicano, de la misma manera se fue distanciando con cosas nuevas, propias del sonido estadounidense, que asimiló a su paso por la Academia Juilliard.
“Lo que hizo Eduardo Davidson
fue solo una canción o el estribillo de la pachanga; de hecho, no era un baile. Él no inició el ritmo aquí
en Nueva York ni el baile, solo realizó
una canción”.
Capítulo aparte merece la Fania All-Stars. Creada por Pacheco en 1968, La ‘joya de la corona’ de La Fania, compuesta por 10 instrumentistas y una docena de cantantes. Considerada la espina dorsal de ese gran emporio comercial, su discografía ascendió a más de una quincena de álbumes grabados en directo, sin incluir los hechos en estudio, desde 1968, con los conciertos pioneros en el Red Garter y en el Cheetah, pasando por los realizados en San Juan, en el Roberto Clemente, y los del Yankee Stadium, que sirvieron de material para rodar dos películas.
Y cuando se dedicó a recorrer el mundo, entre otros: los de La Habana, el Japón, Kinshasa, Zaire, con ocasión de la pelea entre Muhammad Alí y George Foreman, en 1974, hasta llegar al Cali Concert, grabado en la Sultana del Valle, en 1996.
Lastimosamente, el pasado 15 de febrero fue un día de luto para el mundo latinoamericano, al difundirse la noticia del fallecimiento de Pacheco en Nueva Jersey, EE. UU., a los 85 años.
El escritor vallecaucano Umberto Valverde sintetizó de manera contundente su relevancia en las páginas de EL TIEMPO, al recordarnos que “sin Jerry Masucci y sin Johnny Pacheco, la música latina no hubiera llegado a donde la puso la Fania, como empresa disquera y como la banda de los grandes maestros. Ellos se encargaron de fusionar los viejos géneros afroantillanos con los recientes mambo y chachachá, a los que añadieron una pizca de jazz, de pop y rock and roll.
Joe Quijano, director del conjunto Cachana, lo complementó, en entrevista a El Colombiano, de Medellín (21/01/2012), cuando confesó: “Todos íbamos a Cuba a buscar esos ritmos musicales. Allá está la mata. Cuba es la raíz de esos ritmos que se extendieron por el Caribe”.
Aunque fueron líderes indiscutibles, a su alrededor afloraron figuras, dignas de mención como Joe Quijano, que desempeñó un rol protagónico en el surgimiento de esta música y se mantuvo siempre vigente y fiel al formato charanguero hasta el día de su muerte.
Le siguió Lou Pérez, flautista y arreglista, nacido en Nueva York, con su grupo Lou Pérez y su Charanga, que se dio a conocer con su primer LP Para la fiesta voy, con repercusión en África, al cual le siguió en ese mismo año Bombón de chocolate pachanga, los que se convirtieron en un referente para los seguidores de toda una época.
Y, por último, tenemos a Ray Barretto, quizás, el más exitoso de todos. Nacido en el Spanish Harlem, hijo de padres puertorriqueños, fue influido por su madre que era fanática de la música de Duke Ellington y Count Basie. Se interesó profesionalmente por el jazz mientras prestaba el servicio militar en Alemania. Al retornar a su país, se inclinó por la percusión y reemplazó a Mongo Santamaría en la tumbadora en la Banda de Tito Puente.
Lo llamativo de Barretto fue que, a pesar de su enorme pasión por el jazz en 1961 es llamado por Riverside Records, para que organice una charanga, La Charanga Moderna en la que añade saxo, trompetas y trombón.
Entre 1961 y 1964, grabó seis álbumes que fueron los más novedosos para el formato de la charanga y el movimiento de la pachanga. Con Riverside, Barreto para Bailar (1961), con los éxitos Pachanga oriental y Pachanga suavecito. ¡Latino! (1962). En sello Tico Charanga Moderna (1962) con su superéxito El Watusi, Encendido otra vez (1963), La Moderna de siempre (1964) y Guajira y Guaguancó (1964), con los que dio por terminado su paso por la charanga.
Parodiando la letra de La charanga campesina, que Calixto Ochoa grabó con su conjunto en Discos Fuentes en 1965, podemos decir: cómo gozó medio mundo el ritmo de la pachanga hace sesenta años en Nueva York, cuando los artistas aquí referenciados dieron comienzo a un cambio profundo en los gustos musicales de millones de personas, gracias a un ritmo que traspasó fronteras y arribó a la capital del mundo, porque así lo quiso la juventud latina. Esa que abarrotaba los teatros y las pistas de baile como nunca, y que nos permite aún continuar gozando de tanta alegría.
Y todo comenzó gracias a la pachanga.
HUMBERTO VÉLEZ CORONADO
PARA EL TIEMPO