El director y guionista neoyorquino Darren Aronofsky atrajo el interés de los cinéfilos desde sus dos complejas películas iniciales: ‘Pi, el orden del caos’ (1998) y ‘Réquiem por un sueño’ (2000). Allí rastreaba la numerología y cabalística de un matemático perturbado en busca de claves para entender el universo, y aquellas adicciones atribuidas a las ansiedades consumistas. Pero su consagración comercial se dio, diez años después, con ‘El cisne negro’, en torno a disociaciones y envidias del mundo artístico. Vino entonces la revisión bíblica de ‘Noé’ (2014) para evidenciar cómo su rica imaginación se contradecía con caprichosas divagaciones de naturaleza primaria.
Al descubrir el colorido afiche de su abucheada presentación en Venecia presentimos que algo andaría mal en una nueva propuesta de trastornos y emociones extrañas: la muy expresiva Jennifer Lawrence en medio de un jardín artificial con su corazón arrancado en la mano. En una primera media hora de confines góticos, nos encontramos con la mente distorsionada de una señora que cree ver cosas raras, primero en el entorno habitable y después en la irrupción de extraños visitantes.
El rostro de la protagonista revela desconcierto, fastidio y complejos de tendencias persecutorias. En terrenos preventivos de ¡no dejes entrar a extraños a tu casa!, o... ¡si golpean tu puerta, no abras!, emergen referentes clásicos del género terrorífico, aunque no sabemos a ciencia cierta si se trata de miedo sobrenatural o angustia metafísica: el síndrome de la página en blanco del esposo escritor simula ‘El resplandor’, de Kubrick, y el espíritu maligno de los vecinos evoca sin mayores esfuerzos ‘El bebé de Rosemary’, de Polanski.
Una simbología religiosa bastante forzada se ha prestado para especulaciones de toda índole: que el marido poeta es Dios (Javier Bardem) y ella, la Virgen María (la Lawrence), que los primeros visitantes son Adán (Ed Harris) y Eva (Michelle Pfeiffer), que sus hijos igualmente entrometidos son Caín y Abel, quienes reproducen el primer fratricidio; que tal casa de campo es la Tierra y que la serpiente se apropia de los terrenales con el Paraíso perdido consumido en medio del pecado.
Si algo ha provocado desencantos y rechiflas, cuando se mezclan recursos narrativos vinculados con pesadillas y representaciones infernales de la maternidad, son los maltratos incalificables a un recién nacido por una multitud de fanáticos enfurecidos hasta convertir esta ficción hiperfantástica en uno de los fracasos creativos más estruendosos del año en curso. Cuando los exaltados lectores irrumpen fastidiosamente, la tranquilidad y el aislamiento campestre de esta pareja se van al traste y su fama alcanza niveles demenciales. Pero Aronofsky sugiere implacables ironías autodestructivas.
MAURICIO LAURENS
Especial para EL TIEMPO