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Escalada de conflictos / Opinión

Mauricio Laurens analiza la cinta ‘El insulto’, del director libanés Ziad Doueiri.

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El simple altercado entre un residente y un obrero en un céntrico edificio de Beirut desata una racha de palabras ofensivas, agresiones físicas y actos de intolerancia que, simultáneamente, origina recriminaciones de las dos partes involucradas para ser dirimidas por un tribunal. Pero aquello que comenzó por filtraciones y una tubería destrozada, termina ventilando asuntos políticos e históricos que comprometen la integridad moral de toda una nación. Un cristiano libanés (Tony Hanna) y un refugiado palestino (Kasser Abdallah) son los protagonistas de semejante lío, sin dar lugar a conciliaciones ni pruebas suficientes de quién armó la pelotera.
El caso se complica cuando el inquilino, mecánico no musulmán con esposa embarazada, no acepta las disculpas y termina insultando al inmigrante de religión diferente para recibir de este una paliza que lo deja incapacitado. Porque la disputa indirectamente afecta el estado de su mujer y deja en cuidados intensivos al neonato.
El abogado del demandante se verá obligado en la corte a remover viejas heridas, con la expulsión de palestinos por el Gobierno israelí, y tras el argumento de contraatacar a quienes… “quizás hubiera sido mejor exterminar a esa gente indeseable”. Crecen, entonces, las hostilidades y se efectúa el rifirrafe de requerir más explicaciones y callar mutuos agravios durante los careos efectuados en los estrados judiciales.
Es el Líbano, la patria del cedro, orgullosa de su cultura sa y occidental, escenario bíblico y cuna de los antiguos fenicios; país multicultural y multiétnico, entre Siria e Israel, con diversidad de razas y religiones tras la convivencia forzada de cristianos maronitas ortodoxos y musulmanes fundamentalistas. Afectado por cruentas guerras civiles, origen de los llamados turcos en Colombia por cuanto sus ciudadanos debieron portar hasta hace cien años el pasaporte del dominio otomano.
El caso n.° 23, en su versión árabe original, sirve de ejemplo para zanjar conflictos y pretender sortear una reconciliación mediada por defensores, querellantes jueces y algún testigo. Al presentar cargos y disponerse a hacer las paces entre los implicados, salen a relucir problemáticas locales que se suman a una compleja mezcla étnica y política. Más aún, cuando el privilegiado demandante alega justicia y el acusado lleva las de perder por su condición de pobre inmigrante.
Nominada al Óscar extranjero y premiado el actor victimizado en Venecia, dirige con propiedad el antiguo camarógrafo asistente de Tarantino llamado Ziad Doueiri. Su minucioso guion brinda numerosos giros y vueltas de tuerca en un estilo propio del mejor realismo cotidiano. “El eje del drama es tan personal, visceral y universalmente reconocible, que podría haber sucedido en Misisipi, Beijing o Bogotá”, señala The Ebert Club.
MAURICIO LAURENS

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