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‘El castigo de un humorista es quemarse con el voltaje de su propio chiste’
Daniel Samper Ospina llevó risas y reflexiones sobre humor, poesía, fútbol y vida en El cine y yo.
En las palabras de Daniel Samper Ospina es inevitable reconocer la herencia de su padre: el sentido del humor, la pasión por los libros, la vena periodística. Al comienzo de su carrera, era simplemente ‘el hijo de Daniel Samper Pizano’. Pero ahora se invirtieron los roles y este último ha pasado a ser ‘el papá de Daniel Samper Ospina’ para los públicos más jóvenes.
“Pues... aparte de que me llamo igual a él –bromea Daniel hijo, en el curso de su charla El cine y yo–, de que me dedico al periodismo igual que él, que mi estatus capilar es igual al de él, que soy hincha del equipo del que él es hincha... no mucho más. Me imagino que he sido una especie de émulo de las cosas que él hace. Por eso me convertí en ‘youtuber’, para tener algo propio... es el único campo en el cual todavía no se ha metido, y no lo puedo dejar meter, porque ahí sí me jodo”.
La sombra del gran periodista y escritor, que por 50 años escribió en EL TIEMPO, cobijó a su hijo desde pequeño al transmitirle el amor por las letras y por el fútbol. “He sido hincha desde siempre –reconoce Samper Ospina–. Como pretexto para hacer literatura, el fútbol ha sido bueno. Hay todo un subgénero, que es el del cuento de fútbol, con maestros como Roberto Fontanarrosa, que escribía como nadie. Pero también hay buenos ejemplos en España y en México”.
Hablando de fútbol, ¿es cierto que en su casa vivió la mascota del Santa Fe?
Sí, mi papá en los años 70, por invitación de ‘la Chiva’ Cortés, terminó como directivo de Santa Fe. Y en una de las juntas le pusieron la misión de encontrar una mascota, como hacen los gringos. Alguien dijo que tenía que ser el león, que es el que vuelve m... a los demás animales. En esa época era muy fácil comprar animales silvestres, así que encontraron una leona que acababa de tener cachorros en un zoológico de Cali o de Pereira. Mi papá negoció al león y llegó un día con un guacal y un gato gigante, que era un león de dos meses. Mis hermanas recuerdan haberlo visto en el jardín de nuestra casa en Niza, mientras lo ubicaban.
¿Y dónde lo ubicaron?
En la sede de Santa Fe en el barrio La Soledad, en lo que era una especie de parqueadero. Algo que solo puede pasar acá: mi papá me cuenta que uno iba al baño y por las rendijas veía pasar al león, que intentaba meter las garras. Cuando hacían las juntas, pedían sánduches y le tiraban alguno por la ventana, de manera que el león rugía para que le botaran más comida. ¡Se volvió insostenible tener un león en el centro de Bogotá!
Pues, claro. ¿Y qué hicieron con él?
Encontraron que el Zoológico Santacruz quería al león y extraditaron al pobre Monaguillo (ese era su nombre). Eso fue en los años 80. Décadas después, se murió ‘la Chiva’ Cortés y un hijo suyo buscó a mi papá para darle la herencia, que estaba envuelta en un costal de café colombiano. Con ese costal abullonado y repleto, llegó mi papá un día a mi casa y me dijo que me tenía un regalo, que era la herencia de ‘la Chiva’. Abrí el costal y estaba la piel del león de Santa Fe. Asumo que del zoológico le enviaron esa vaina a ‘la Chiva’, sus hijos la encontraron aterrados y se inventaron un discurso para salir de semejante cosa. Y mi papá hizo exactamente lo mismo conmigo. ¿Dónde pone uno la piel de un león si no es amigo de Ardila, el que tenía cabezas de animales en la pared?
El exgobernador de Cundinamarca...
La decoración de mi casa, gracias a mi esposa, es muy ecléctica, todas las paredes están llenas de cosas, así que le pareció una berraquera la piel del león: dijo que había que armarle un altar, le mandó hacer un retablo dorado gigante con el letrero de Monaguillo, parece una consola de buseta. Y lo puso en la pared más importante de la casa, rodeado de vírgenes y de velas.
En la actualidad, Daniel Samper Ospina lleva por el país su espectáculo 'Circombia'. Foto:Daniela García. El Tiempo
Varias generaciones de la familia Samper han desfilado por el Gimnasio Moderno, un colegio de ideas liberales en cuya fundación participó hace más de un siglo uno de los patriarcas de la familia: Daniel Samper Ortega. Su bisnieto, Daniel Samper Ospina, no solo retozó en sus prados, sino que en la misma época saltó a la televisión por interpuesta persona, gracias a los libretos que su padre escribía para la comedia 'Dejémonos de vainas'. La familia del protagonista era muy similar a la de Samper Ospina, aunque en la ficción el hijo menor se llamaba Ramoncito y su apariencia física era diferente.
“Era más entretenida la infancia de Ramoncito –se queja Samper Ospina–. Tenía más novias, lo llamaban de más equipos de fútbol, yo envidiaba muchísimo a Ramoncito. En cambio, mi infancia era mucho más de ver qué se iba a inventar mi papá esa semana cuando tenía que mandar la historia de Ramoncito. Era muy agobiante. En un momento determinado, él nos empezó a ofrecer plata y nos compraba ‘semillas de argumentos’, como las llamaba. En los paseos en carro, íbamos debatiendo a ver si alguien tenía una idea: Semilla de argumento que prosperaba, la pagaba”.
Su madre parece haber estado relegada por la fama de ustedes, ¿quién era ella?
Se llamaba Cecilia Ospina, le gustaba pintar, fue una mujer adorable, una extraordinaria mamá, llena de ternura. Fue muy dolorosa su muerte –hace unos 4 años– porque yo creo que nadie en el mundo me ha querido como ella. Y claro: cuando yo empecé mi carrera periodística, había una obsesión por hablar de mi papá, pero mi mamá siempre se distinguió por la discreción. Crecí mucho más cerca de ella que de cualquier otra persona.
Como hijo menor, ¿era el consentido?
El preferido de ella... lo cual no era difícil, teniendo en cuenta las hermanas que tengo (risas).
¿Quién lo inició en la poesía?
Un profesor muy emblemático del Gimnasio Moderno, que se llama Pompilio Iriarte. Él tenía un Taller de letras y además era profesor de literatura. A mí me gustaba el periodismo desde la adolescencia, de hecho tenía un periódico con amigos y en el Taller de letras a uno podían ayudarlo a perfeccionar el periódico. Por eso terminé aterrizando allí, era una electiva y recuerdo que ahí conocí a Ricardo Silva Romero, cuando era niño. Pompilio fue el profesor que nos enseñó la poesía, sobre todo de la mano de Garcilaso de la Vega.
Sí, mi primer trabajo fue ser profesor de Taller de Letras y luego de español y literatura. Duré unos siete u ocho años como profesor. Incluso, alcancé a ser director de Soho durante un año mientras era profesor. Y procuraba lograr que cada alumno adquiriera su propia estatura. Quizás la educación se trata de eso: no de que todos tengamos la estatura que nos dicte algún profesor, sino que cada uno alcance su propia estatura.
¿A qué universidad lo llevó su estatura?
Yo empecé estudiando derecho en la Javeriana. Incluso, por presiones paternas, porque mi papá, a pesar de ser periodista, me indujo a estudiar esa carrera. Él creía que para ser buen periodista había que estudiar derecho, que daba mucha más estructura. Muy rápido supe que no era lo que me gustaba, por ese excesivo formalismo: se ponían corbata, todos se decían doctor en esa facultad. Me aburrí profundamente, fui como a tres semanas de clase y tenía unos profesores muy ‘cuchillas’.
¿Cómo quiénes, por ejemplo?
Me acuerdo de José Gregorio Hernández, que en la primera clase comenzó a hablar de imperios. Y cada uno tenía que decir un imperio. Ya les había preguntado a 30 alumnos y nada que me decía a mí, todo imperio que yo pensaba me lo quitaba otro, hasta que cuando llegó a mí, yo ya no tenía más. Así que le dije en chiste: “El Imperio State en Nueva York”. ¡Y se puso furioso! Me sacó del salón, me dijo que esa no era manera de empezar una carrera... y yo lo que quería era estudiar literatura.
¿Entonces qué hizo?
Me fui a escondidas a hablar con el decano de Literatura, que se llamaba Cristo Figueroa. Y él fue muy amable, me dijo: ‘Léase estos libros. Si en una semana vuelve después de leerlos y pasa un examen que yo le hago, lo meto’. Hice tal cual esa vaina, a escondidas, y a los 3 meses conté en la casa que había terminado el semestre, pero no el de Derecho, sino el de Literatura. Solo me dijeron: ‘Estudie Literatura y no moleste más’.
Daniel Samper Ospina se ha mofado repetidamente de su condición de sobrino del expresidente Ernesto Samper Pizano. Foto:
¿Qué impacto ha tenido la política en su familia?
Mucho, por desgracia. Imagínese uno ser periodista y tener un pariente político: es una tragedia que le puede pasar a cualquiera, no se burlen. Yo me imagino que una familia de odontólogos a la que de golpe le salga un político, pues es menos grave. Incluso hasta le ayudan en las mordidas. Pero el periodismo tiene que ser una forma de vigilar el poder. Y eso nunca va a salir bien cuando uno tiene un familiar político.
¿Cómo terminó de columnista?
En Semana decidieron hacer una columna de humor en Jet Set y asumieron que yo debía escribir más o menos como mi papá. Felipe López me mandó para allá y me encargó que escribiera de humor. Generalmente mis referentes para la sátira eran las mismas páginas de la revista, entonces me burlaba de las frijoladas de doña Olga Duque de Ospina, el ajiaco de no sé quién... todas esas puestas en escena de la alta sociedad. Y en un momento determinado hubo un remezón en el mercado de los columnistas y Felipe López decidió acudir a las canteras: yo era canterano y me dio la titular en Semana.
Se le olvida una columna en EL TIEMPO...
Es verdad, el primer medio en el que escribí columna fue en EL TIEMPO, en la sección deportiva. Estuve muy poco, como dos meses, pero es verdad: estaba muy de moda Juan Pablo Montoya e hice una columna que se titulaba 'El taxista' (risas).
Usted fue víctima de calumnias en redes sociales. ¿Cómo lo maneja?
La promoción que ciertos liderazgos políticos están haciendo de ese fanatismo y de esa polarización va a hacer en algún momento que esta violencia pueda saltar a la calle.
A estas alturas ya se comienzan a volver gajes del oficio. Uno comienza a sacar cuero para soportarlo. Al principio me daba muy duro, creo que cada vez menos. Aunque siento que esa violencia digital cada vez es más fácil que pase a la acción física. Creo que la promoción que ciertos liderazgos políticos están haciendo de ese fanatismo y de esa polarización va a hacer en algún momento que esta violencia pueda saltar a la calle. Eso me preocupa mucho.
¿Cuáles deben ser los límites del humor?
No creo que sea posible expresar esos límites. Redactar cuáles son los límites del humor, a través de un proyecto de ley, como lo intentó hacer un senador uribista, no solamente es una idiotez sino un peligro. ¿Qué chistes vamos a permitir: los que a alguien le gusten? No, yo creo que los límites son los que marca la ley. Cuando uno hace una acusación a través de un chiste y no puede probarla está incurriendo en una calumnia. El humor es una materia subjetiva, el mismo chiste que le puede fascinar a una persona, puede herir la susceptibilidad de otra. Entonces, es imposible objetivamente determinar esos límites. A mí me gusta decir también que el castigo de un humorista es quemarse con el voltaje de su propio chiste. Que el chiste no ofenda al blanco al cual apunta sino a la audiencia, por ejemplo. O que no se rían del chiste: eso creo que ya es suficiente y es su verdadero castigo.
En la supervivencia, como hasta ahora. Yo era un tipo de periodista hasta que empezaron las redes sociales. Ahí me tocó transformarme y entender que el tipo de periodismo que hacía era una especie de greda que debía ser capaz de acomodarse a los formatos que vayan surgiendo. Ahí dejé de ser un columnista de sátira política y me tocó tratar de hacer esas columnas en la versión de un ‘youtuber’, de videos digitales de bajo costo, llevarla a un formato escénico y cuantas cosas uno pueda inventarse, con ese tipo de sátira. Trato de señalar lo delirante, lo grotesco, lo absurdo, lo divertido que es ser colombiano. Y además, tener que cubrir a la clase dirigente de Colombia.
¿Nunca le falta material?
Nunca. Yo estaba muy preocupado cuando Duque dejó el poder, porque era un deleite. Con Duque pagué la ortodoncia de mis hijas, le debo muchísimo. Pero debo reconocerle a Gustavo Petro una extraordinaria aptitud para inspirar a los humoristas. Se lo quiero agradecer en nombre mío y de los comediantes, en general. Gracias, infinitas, presidente Petro, porque usted ha dado la talla.