“Hay una enorme preocupación por lo que está pasando en la Amazonía, en general. Los ocho países que compartimos la cuenca hidrográfica tenemos que entender que estamos viviendo un momento de gran dramatismo”. Con su chaqueta de cuero, un pañuelo de seda en el cuello y una camisa de algodón, el antropólogo Carlos Castaño-Uribe transmite la misma gravedad que emanaba Indiana Jones.
El tono firme y la preocupación ambiental hacen juego con la chaqueta de piloto, que ha resistido sus expediciones y el paso del tiempo. Castaño la ha vestido por más de 44 años, desde antes de descubrir el tesoro arqueológico de Chiribiquete, hoy amenazado.
“Cuando empecé mi trabajo en Parques Nacionales, dice Castaño en su charla ‘El cine y yo’, a mediados de los 80, y tuve la oportunidad de viajar por primera vez desde Villavicencio a San José del Guaviare, prácticamente todo ese contorno era selvático. Hoy no queda nada. Y de San José del Guaviare a Chiribiquete, cuando lo descubrí en 1986 y mientras sobrevolé el contorno de la serranía, pude apreciar la majestuosidad de esas selvas inexpugnables. Hoy prácticamente el 50 por ciento de esa selva ya no existe, en apenas 30 años”.
El hallazgo de Castaño puede ser el más importante de los que haya realizado antropólogo colombiano alguno. Su valor trasciende la riqueza natural, pues los miles de grabados rupestres son únicos y su estudio podría tumbar las teorías sobre el origen de los habitantes del continente, al punto que la Unesco incluyó esta joya en un listado especial de protección patrimonial. Puede ser tan valiosa como la célebre arca perdida que buscaba Indiana Jones.
Cuando empecé mi trabajo en Parques Nacionales, a mediados de los 80, y tuve la oportunidad de viajar por primera vez desde Villavicencio a San José del Guaviare, todo ese contorno era selvático
La emulación con el héroe de Spielberg no es gratuita: fue una de las películas que escogió Castaño-Uribe para hablar de su vida en la Sala Capital de la Cinemateca de Bogotá. Y conoce la historia de memoria:
“Yo había leído en la universidad algunos libros del arqueólogo que inspiró Indiana Jones, un norteamericano llamado Sylvanus Morley, quien había nacido a finales del siglo antepasado y toda su carrera la hizo a comienzos de los años 20, incluso hasta los 30. Fue un gran especialista en cultura Maya y en egiptología. Tuvo un papel interesante, casi de héroe, como espía real para su gobierno en la Primera Guerra Mundial.
¿Usted atraía a las mujeres como Indiana Jones?
Algo parecido. Cuando estudiaba en la universidad de Los Andes, venía desde un barrio muy lejos, la Bella Suiza. Llegaba muy temprano a la universidad, a clase de 7 a. m., y mi última clase generalmente era a las 4 o 5 de la tarde. Estaba todo el día en la universidad y ahí aprendí a aprovechar el tiempo. Fui monitor de varios profesores, del laboratorio de arqueología y de la biblioteca de antropología. En medio de eso, conocí a quien fue mi primera esposa (Carmen Lucía Dávila). Yo era su monitor y después la convencí de acompañarme a Ciudad Perdida, donde hice mi tesis de grado. Una vez salimos de allá, nos casamos y con ella tuve mis primeros dos hijos.
¿Cómo era esa región?
Yo entré a la Sierra Nevada de Santa Marta por primera vez en 1978 y estaba en todo su apogeo la época marimbera. Me tocó ver con mis propios ojos lo que significaba ese comercio, especialmente por algunos jóvenes excombatientes norteamericanos que llegaban al país para llevarse las hojas de marihuana que se empezaban a cultivar, inducidos por ellos. Habían observado que la calidad era excelente y eso motivó un mercado que llega hasta hoy. Estuve casi tres años en Ciudad Perdida, en esas trochas, mirando lo que pasaba con este comercio, el papel de los campesinos, los colonos, los indígenas, los primeros grupos insurgentes que llegaban a la Sierra Nevada a sentar presencia y ser parte del negocio, la corrupción de las autoridades, el deterioro progresivo de lo que empezaba a ocurrir con las poblaciones caribeñas. Muy lamentable y una gran lección de lo que ocurrió en esos años.
Vocación temprana
Castaño-Uribe estuvo expuesto a las ideas ambientalistas y de vanguardia desde sus primeros años, pues su tío fue Álvaro Castaño Castillo, director del programa de televisión Naturalia, que presentaba Gloria Valencia de Castaño (su tía política). “Mi generación fue la de los ideales, dice Castaño. Allí surgió la esencia del movimiento de contracultura de los años 60. Esas ansias de pensar con libertad, con principios aferrados a valores fundamentales. Y de otra parte, con un alto nivel de romanticismo”.
Yo hice mi primaria en un colegio muy alternativo de la época, que se llamaba el Liceo Juan Ramón Jiménez. Ahí me inculcaron las bases de lo que soy, en términos del amor por la historia
¿Dónde estudió?
Yo hice mi primaria en un colegio muy alternativo de la época, que se llamaba el Liceo Juan Ramón Jiménez. Ahí me inculcaron las bases de lo que soy, en términos del amor por la historia y la etnicidad. También tiene mucho que ver con la devoción por las expediciones, porque de chiquitos nos llevaban a hacer campamentos a varias partes del país. A los 10 años, fui a San Agustín y Tierradentro y se convirtió en uno de los aspectos más importantes de mi vida. Primero, por apartarme de mi mamá y de mis hermanos unos buenos días. Segundo, por acampar. Estar en ese contexto del trabajo colectivo, montando campamento, dividiendo tareas: la comida y la recolección de leña para alimentar las fogatas que duraban prendidas toda la noche, con todos en torno a ellas, generando un ambiente de camaradería muy especial.
¿Ahí definió su vocación?
Mi amor por la arqueología nace de ese primer viaje a San Agustín. Por tener la oportunidad de estar frente a unos arqueólogos que, en ese momento, estaban trabajando en el Lavapatas. Recuerdo que la excursión del colegio era un grupo de todas las edades, pero yo era de los más chiquitos. Llegamos al Lavapatas después de un recorrido, pero todo el mundo siguió y yo me quedé fascinado mirando. Cuando me di cuenta, todos se habían ido y yo salí corriendo a buscarlos, pero finalmente, por haberme retrasado, entendí un aspecto que nadie más vio: la conversación entre dos arqueólogos sobre lo que estaban descubriendo.
¿Cuándo surgió su gusto por restaurar carros?
En mi primera película en cine, vi uno de los cortos que pasaban antes, que se llamaba El mundo al instante. Era en blanco y negro, una especie de noticiero de una agencia alemana. Mostraba el momento en que unos aviones DC3 botaban unos paracaídas con unas cajas enormes. Cuando caían a tierra, unos soldados las recogían, las abrían y de forma increíble iban armando un vehículo militar, que no era otro que el Jeep Willys. En mi casa tuvimos uno, siendo yo muy pequeño, y luego fue mi primer carro, comprado con mis propios ahorros, durante muchos años de juventud. Fue un carro que me acompañó en mi primera vida profesional, después se convirtió en mi vehículo de regocijo y de 'hobbie', porque los fines de semana le hacía mecánica y lo restauraba.
¿Hasta cuándo lo tuvo?
Fue tanta la goma que terminé por tener tres: un Willys del año 42, un Ford del año 42 y, más adelante, un Toyota, que era el carro que habían chiviado los japoneses tras la Segunda Guerra Mundial. El primer carro lo tuve hasta hace seis meses, ya era una reliquia que estaba guardada, yo tenía la aspiración de que mis hijos lo gozaran tanto como yo, pero no le pararon ni cinco de bolas. Mi mujer me regañaba todos los días, y finalmente tuve que salir de él con mucho dolor.
Un golpe de suerte
El nombre de Carlos Castaño-Uribe está asociado al descubrimiento de Chiribiquete, un paraíso arqueológico que quizás muchas personas no reconozcan. “Para quienes no lo saben, explica, es un sitio majestuoso, monumental, que está enclavado en la mitad de la Amazonía colombiana”.
Recién nombrado director de Parques Nacionales, tuve la fortuna de haber visto por primera vez esa serranía en el horizonte, llevado prácticamente por una tormenta, que nos desvió
¿Cómo lo encontró?
Recién nombrado director de Parques Nacionales, tuve la fortuna de haber visto por primera vez esa serranía en el horizonte, llevado prácticamente por una tormenta, que nos desvió. Yo iba para otro sitio, saliendo de San José del Guaviare hacia Araracuara, y la tormenta nos obligó a cambiar el rumbo hacia el sur. Después de una hora de estar evadiendo la tormenta, nos botó encima de Chiribiquete. Ahí empezó la fascinación de descubrir que existía un mundo tan diferente a todo lo que ya conocía del país. Ya llevaba dos años en Parques, en un cargo de asesor de dirección, y nunca había tenido la oportunidad de ver un paisaje tan fascinante, a pesar de que habíamos sobrevolado buena parte de Colombia en ese mismo avión. Era el mundo perdido de Chiribiquete.
¿Y qué hizo entonces?
Empezó mi deseo de declararlo parque nacional muy rápidamente. Ya me daba cuenta de que iba a ser el más grande de Colombia. Finalmente, el 23 de septiembre de 1989 logramos hacerlo, conjuntamente con cinco parques nacionales más en la Amazonía. Quizás la ‘cruzada’ más importante de conservación que se ha dado en el país, especialmente por su superficie: más de cinco millones de hectáreas.
¿Es un hito para el país?
Lo que hemos podido conocer de Chiribiquete hasta el momento nos demuestra que es un lugar excepcional a nivel mundial. La Unesco nos reconoció como el sitio 38 de la lista de patrimonio natural y cultural, que es una categoría especial (…). No hay un sitio más sobrecogedor y que tenga una importancia tan superlativa en lo natural y lo cultural, como lo demuestra la investigación que hemos hecho durante 34 años.
Cuestiona el origen del hombre en América?
Así lo he planteado en mi libro Chiribiquete. La maloka cósmica de los hombres jaguar: la evidencia que hemos podido documentar nos permite ver que estamos posiblemente frente a un lugar al cual llega el hombre en un momento muy anterior. Hombre paleoindio, como decimos en la terminología arqueológica y cultural. Es evidente que esto va a ameritar reflexiones a futuro, porque Chiribiquete hoy, con las fechas que tenemos, está asociado a unos hombres que llegan de una forma muy particular a Suramérica, quizás sin pasar por el Estrecho de Bering. Estoy escribiendo mi segundo libro relacionado con Chiribiquete, tratando de desarrollar esta hipótesis. Explicando el soporte para aventurarme en esta hipótesis, que además de ser complicada, va a generar más de una ampolla.
¿Cuál es el futuro de Chiribiquete?
En los últimos años, vamos en un proceso mucho más abrupto y exponencial de destrucción de todo lo que habíamos visto en décadas anteriores. El periodo de la pandemia se aprovechó para arrasar la Amazonía colombiana de una manera increíble. Hoy hay no menos de 600 kilómetros de carreteras ilegales en el Guaviare y en el Caquetá, que no existían hace muy pocos años. Vemos fincas instaladas allí, cambiando selvas por pasturas para ganado. Cambiando nuestra diversidad y nuestra regulación hídrica, porque esa Amazonía es lo que nos permite tener los páramos con agua. Eso está, progresivamente, cada vez más amenazado. A este ritmo, al cabo de unos diez años, Colombia entrará definitivamente a la lista de los países en proceso de desertificación total.
JULIO CÉSAR GUZMÁN
EDITOR DE EL TIEMPO
En Twitter: @julguz
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