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Alejandra Borrero cuenta las batallas de su vida
La actriz y directora protagonizó ‘El Cine y yo’, con recuerdos de dulce y de sal sobre su pasado.
“Todos mis hermanos se fueron a otros países y yo, que estaba afuera, me devolví. Dije: ‘Yo quiero trabajar por mi país’. Estaba haciendo una obra de teatro sobre abuso sexual infantil, escrita por mi tío Guillermo Borrero, quien es dramaturgo y siquiatra. Y empecé a ver lo que eso producía en el público. En vez de un programa de mano, entregábamos una cartilla que hablaba sobre abuso sexual infantil: Nunca quedaba una sola cartilla en el teatro. Por eso empecé a trabajar en este tema con las mujeres”.
Alejandra Borrero cuenta que así nació su activismo social, plasmado en campañas como ‘Ni con el pétalo de una rosa’, en contra de la violencia contra las mujeres.
Quizás muchas personas la reconocen solo como actriz de televisión, cine y teatro, pero centenares de mujeres en todo el territorio nacional le agradecen por permitirles expresarse.
“El tema de la igualdad es fundamental –prosigue Borrero–. Es increíble que en pleno siglo XXI tengamos estos problemas. Hay tantas mujeres invisibles en la historia de Colombia: Ahorita hice una serie, que voy a lanzar en Medellín, sobre María Villa, una pintora primitivista colombiana, que empezó a pintar a los 58 años, se casó con un hombre 30 años menor que ella y de la cual hay una colección en el Banco de la República. ¿Quién la conoce? Nadie”.
Sus palabras conmueven a los asistentes a la Sala Capital, de la Cinemateca de Bogotá, donde ella fue la protagonista de la charla ‘El cine y yo’. Por momentos, la emoción le quiebra la voz (“yo sabía que me iba a hacer llorar”, dice en algún momento), pero su fortaleza interior y su oficio de actriz sacan a flote su palabra.
Siempre es difícil. Todos queremos cumplir con los preceptos que traemos en la vida. Yo creo que todos los gais tenemos una relación muy estrecha con nuestros padres
Ni siquiera flaquea cuando le propongo una arista difícil: Alejandra fue una de las primeras actrices famosas en ‘salir del clóset’. Y ante el público asistente al Ciclo Rosa, con películas de temática LGBTIQ+, y en pleno mes del orgullo gay, le pido un mensaje para quienes enfrentan esa decisión de revelar su identidad de género:
“Siempre es difícil. Todos queremos cumplir con los preceptos que traemos en la vida. Yo creo que todos los gais tenemos una relación muy estrecha con nuestros padres. Siempre estamos tratando de suplir eso que no pudimos darles. Cuando salí del clóset, yo pensé que estaba lista para hacerlo, porque para mí la verdad es importante. Nada más horrible que estar pensando siempre en cómo voy a decir que estoy enamorada, tratar de no decir el género... y los periodistas presionándome... Llegó un momento en que dije: ‘Voy a poner mi verdad por delante’. Y posiblemente fui la primera que dije todo públicamente”.
“Tengo un recuerdo precioso: Llegué a mi casa, porque mis sobrinas iban a hacer la Primera Comunión. Y era un momento muy difícil, había un escándalo brutal, salía por todas partes. Mis papás me saludaron y siguieron de largo. Pero les dije: ‘No, un momentico. Necesitamos hablar de este tema’. Y mi papá me preguntó: ‘¿Para qué tenías que decirlo, si todos lo sabemos y te amamos como eres?’ Le respondí: ‘Para que tú me dijeras eso’”.
Su carácter dulce y a la vez firme se forjó en la intimidad de su hogar materno, en donde el poder femenino vencía sin apabullar. “Nosotras somos cuatro hermanas mujeres y un hombre, siempre llevábamos la batuta. Mi madre manejó la casa, pero le hizo creer a mi papá que era él quien lo hacía”.
¿Cómo era su familia?
Yo era la de la mitad, siempre le decía a mi mamá: “Cuando invitan a los grandes van los de arriba y cuando invitan a los chiquitos, van los de abajo. Yo nunca salgo de la casa”. Se ponía bravísima, me decía que no era cierto. Y claro que no era cierto. Ser el de la mitad le da a uno unas posibilidades muy interesantes: no está en el ojo de los papás. La de la mitad podía hacer muchas cosas y yo era realmente muy pícara. Mi mamá me decía: “Y con esos ojitos de angelito, ¿qué hiciste, Alejandra?” Siempre había hecho algo, por supuesto.
¿Dónde vivió su infancia?
Nací en Popayán e iba mucho, mis abuelos y mis tíos vivían allá. Pero doy gracias por haber crecido en Cali, porque Popayán era muy cerrada, muy conservadora. En Cali crecimos en pantaloneta, montando en bicicleta, con los amigos del barrio, echando carreta todo el día en el murito. Teníamos la posibilidad de una vida de barrio que ya no existe. Fue absolutamente deliciosa.
Estudié en el Liceo Benalcazar y me iba regular. Peleé mucho con el colegio, por ese tema de memorizar. Siempre me gustó analizar. Pero fue un colegio muy especial. Después me echaron por perder el año, pero de allá salieron mujeres muy famosas: Margarita Rosa de Francisco, Carlota Llano, Margarita Vidal. Muchas mujeres muy empoderadas, tenía ese carácter, era laico y tenía una educación superfuerte, con tareas todos los días. ¡Un desastre para mí! Luego, terminé en un colegio de monjas y por eso dejé la religión.
¿Cuándo decidió que la actuación sería su futuro?
En el colegio, estudiando con Sandro Romero Rey, quien era mi profesor de teatro. Me interesaba ir a fumar detrás de la cortina del teatro y hacer pilatunas siempre, pero ahí empecé. Hicimos una obra, nos presentamos en un festival y Sandro llegó a mi casa a decirme: “Vení, acompañame a la premiación”. Y yo: “Ay, Sandro, yo qué voy a ir a eso”. Y él insistió. Cuando llegamos a la premiación, me había ganado el premio de mejor actriz. No podía creerlo. Me fui con ese premio y le dije a mi mamá: “Esto es lo que yo quiero hacer”. Ella se rio, pero le expliqué: “Si no estudio eso, yo no voy a estudiar nada”. Y les tocó dejarme estudiar teatro.
¿De quiénes aprendió?
Tuve el privilegio de tener grandes maestros: en el teatro, Enrique Buenaventura, que era un hombre genial. Con él peleaba mucho, porque uno como alumno necesita confrontar y entender. Y en cine, Carlos Mayolo, Luis Ospina (Poncho) y todos los grandes de Cali del momento. En televisión, empecé con Mayolo, pero tengo grandes recuerdos de Pepe Sánchez, que era un muy buen director. Nos permitió desarrollarnos como artistas. O Luis Orjuela, quien estudió en Rusia y es muy juicioso.
¿Cómo le fue en la universidad?
Estudié licenciatura en arte dramático, eran cinco años en la Universidad del Valle, y al mismo tiempo trabajaba con mis amigos de cine. Hice Carne de tu carne, hice Pura sangre, sin siquiera darme cuenta de lo que estábamos haciendo. Era jugar con los amigos, realmente para mí el cine siempre fue camaradería, sentarnos en la noche, tomarnos un trago, hablar de las escenas del otro día. No había esta sensación que ve uno ahora en el cine, de tensión: siempre hacíamos lo que nos daba la gana. Filmábamos dos y tres días seguidos.
Claro, me decían: ‘Alejita, ¿no te querés sentar un ratico?’ Yo no paraba de bailar, en las fiestas ellos se sentaban a hablar de cine. Y era arrobador oírlos hablar de cine. O entrar a una moviola a verlos editar. Ahora editan en un computador, sentados, pero esto era una máquina gigantesca, que tenía cinta pegante y tijera. Y cortaban el pedacito de la película. ‘Poncho’ decía que él no las editaba, sino que las domaba. Mayolo empezaba: “Necesito un plano de Adriana mirando a la derecha…” Y ‘Poncho’ se paraba y justo cogía la que era. Sin ver, porque en las cintas eso no se veía. No había asistente de video, entonces uno no sabía qué había filmado. Cuando llegaban los rollos de película, muchas veces salían velados, porque con la fama del narcotráfico, en la aduana pensaban que enviaban coca en las latas de cinta y las abrían, la luz las velaba. Y tocaba repetir las escenas.
¿Cuándo empezó su ejercicio profesional?
Con Mayolo hicimos muchas locuras. Hicimos una película de un fantasma en la que me tocaba correr por todo un cementerio. Como no había dolly ni nada, tocaba cámara en mano y salía la magia de cada camarógrafo. También hicimos tres cortos con Canadá, y uno de esos era El Dorado. Yo vine y firmé en el Museo del Oro para sacar todo el oro que se usaba en la balsa muisca. Y Mayolo en mitad de la toma les empieza a gritar a los actores: “Tiren todo al lago”. Y yo: “¡No, Mayolo, no pueden tirar eso, cómo se les ocurre!” No se imaginan después a todo el mundo nadando, sacando piezas de ese lago, ¡yo había firmado por eso!
¿Y en televisión?
Justamente me fui con los rushes (copias) de la película a RTI y les dije: “Soy actriz, a ver si me contratan”. ¡Y me contrataron para hacer una serie! Así comencé.
¿De cuál de sus personajes le ha sido más difícil desprenderse?
Posiblemente el de Azúcar. Veníamos con ese acento caleño y cuando empecé a hacer otras cosas pensaba: ¿Cómo salgo de este acento? Fueron dos años de trabajo, íbamos cada 15 días a Cali, en pantalla pasé de los 15 años a los 70, fue una posibilidad maravillosa de desarrollar un personaje mucho tiempo (...) En esa época, por alguna razón, todos los senadores se enamoraron de mi personaje, una mujer furibunda, y me di cuenta de que les encanta: que las mujeres sean bravas.
Luego hizo el papel de Mayolo en la obra teatral Pharmakon...
Ha sido la obra más importante para mí. El día que la estrené, mi madre vino a verla y solo a la mitad de la obra se dio cuenta de que era yo. Una pieza dificilísima. Mayolo, antes de morir, me llamó y me dijo: “Quiero que seás mi angelito de la guarda, ve, ahí te voy a mandar una obra”. Tenía como cuatro versiones de Pharmakon. Cuando me llegó el texto no tenía puntos ni comas. Eran 20 páginas de ‘patafísica’, como decíamos nosotros. El genio de Sandro Romero, que siempre estuvo ahí, empezó a poner comas. Y salió la obra. Se la dimos a varios actores que no pudieron aprendérselo, así que lo hice yo y me aprendía cuatro frases diarias, porque no podía más: es una pieza muy loca. Pero también era una fiesta con Mayolo. Cuando uno se sentaba a hablar con él no le entendía, eran puñales que te entraban en el corazón. Mayolo tenía una capacidad de poética y de metáfora, que de alguna manera también soy yo. Cuando mi mamá me echó de la casa, me fui a vivir con Mayolo, quien era el novio de mi hermana mayor. Esto era una tragedia horrible. De él recogí ese amor por la vida y ese dolor por la vida. Hay una frase en Pharmakon que dice: “Antes de nacer, ya estaba aburrido”.
¿Cómo le fue cuando, años después, llegó al Festival de Cannes, con la cinta ‘Gente de bien’?
No se puede imaginar: Mandé hacer un esmoquin divino que quería ponerme, me compré unos tacones preciosos, hice todo lo que quería hacer... y cuando fue el día de la première, tenía tal cantidad de ampollas en los pies que no me pude poner los zapatos, ¡me tocó ir de tenis! Pero fue algo muy especial. La gente apreció la película y Franco Lolli es un gran director. Yo boté el guion en la mitad del camino, porque él me decía: ‘¿Te aprendiste la letra?’ Y yo: ‘Claro, ¿no se supone que es lo que debo hacer?’ Pero él quería que improvisara y nos iba llevando al guion que él quería sacar (...) Me tocó desaprender todo para poder hacer ese papel.
¿Cuál es su próximo papel?
Una obra teatral llamada 'Una noche para siempre', es una historia intimista, de Manuela Sáenz y Jonatás, su esclava. Yo estoy haciendo el papel de Manuela en sus últimos días, en Paipa. Cometí la brutalidad de dirigir y actuar. Y cuando me di cuenta, me dije: ‘Todavía no me he subido al escenario, ¿a qué hora voy a hacer mi personaje?’ Es muy difícil estar a uno y otro lado. Dirigir es delicioso, porque yo paso tranquila y veo sufrir a todos los actores. Pero ya hacer las dos cosas ha sido complejo. Es una pieza escrita por Marta Márquez, una ensoñación de Manuela sobre su vida, es un tema histórico pero tratado de una manera muy bella y muy pertinente en este momento.
¿Cómo nació Casa E (hoy Casa E Borrero) y cuál es su futuro?
Nació de ese sueño de poder decir lo que yo necesitaba decir. Cuando uno hace tanta televisión o cine, hay un libreto escrito. Pero yo necesitaba empezar a hablar, poner mi voz y empezar a contar otras cosas. En 'Casa E' empecé a dirigir. Y logré hacer todo lo que soñé en la vida, de chiquita. Fue algo realmente muy importante para mí. Nació de ese sueño de querer un espacio propio. Y de tener una voz propia. Ahora seguimos luchando, porque la pandemia no ha sido fácil para nadie. Seguimos pagando deudas, pero ahí vamos.
¿Qué sueños no ha hecho realidad?
Cada día nace uno nuevo: por ahí hay varios que voy a ir realizando. Por ejemplo, vivir frente al mar. Hay algo tan bello que tiene el mar y es que está todo: el cielo, el sol, la brisa, el agua, la tierra. Para mí, el mar es parte de mi alma.