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‘Labio de liebre’ y la historia de la memoria imborrable

Una de las mejores obras de teatro colombiano vuelve al Teatro Petra. Entrevista con su director.

Una familia de campesinos llega a donde está Salvo Castelo con una única petición, que diga sus nombres.

Una familia de campesinos llega a donde está Salvo Castelo con una única petición, que diga sus nombres. Foto: Teatro Petra

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‘¡Perdón!’, grita, y cae de rodillas al mismo tiempo que se apaga la luz. Fabio Rubiano no estaba de acuerdo con poner esa frase, aunque él fue quien la escribió, pero asegura: “Eso es lo que el personaje diría”. El personaje lo interpreta él, la obra la escribió él y la dirige él, pero, evidentemente, es de todos, no solo del grupo de excelentes actores que participan, ni solo del Teatro Petra ni es solo del teatro colombiano, es una obra de Colombia.
‘Labio de liebre’ es sobre una realidad que a todos nos toca, así no todos la tengamos al frente. Es la dicotomía entre la venganza y el perdón, es sobre esa difusa línea que puede existir entre víctimas y victimarios. Después de cinco años desde su estreno, la obra no pierde vigencia, incluso parece escrita para este momento de la historia, cuando se quiere borrar la memoria y en el que las ironías de la sociedad colombiana son más tangibles.
Diálogos rápidos, intensos, concisos, conmovedores y fuertes se mezclan con las expresiones de los rostros de los personajes y hacen de la obra una experiencia necesaria para el alma. Las emociones son muchas porque además de que genera dolor, tristeza y rabia, también lleva a que la risa sea la forma de mitigar esas sensaciones, a reír de la misma desgracia como una forma de curar. El teatro es, al fin y al cabo, una experiencia de empatía.
‘Labio de liebre’ es considerada una de las mejores obras de teatro contemporáneo en Colombia. Está en funciones de miércoles a sábado, a las 8 p. m., en el Teatro Petra, hasta al 24 de marzo. EL TIEMPO habló con Fabio Rubiano sobre ella.
¿Por qué es tan exitosa ‘Labio de liebre’?
Tuvo un muy buen inicio porque empezó con una coproducción con el Teatro Colón. Pero, además de eso, hicimos un esfuerzo muy grande en que no fuera una historia de buenos y malos. Sí, hay un criminal que es Salvo Castelo, pero no nos interesa señalarlo como ese criminal, sino ir al corazón de su cabeza, exactamente a su memoria, al pasado. Cosas que son algo que no puede borrar por más malo que sea, no puede ni matar, ni descuartizar, ni amenazar ni secuestrar el pasado, la memoria. No puede, a pesar de que lo quiera, a pesar de que el actual director de Memoria quiera ocultar la memoria, no se puede ocultar porque existe por más que la quieran ocultar. Y eso es la obra.
Personajes muy complejos…
Hay unos personajes que son las víctimas que llegan a donde un tipo que los mató en el pasado y empiezan a hablar, establecen una relación igual. No por nosotros estar en desacuerdo con el victimario le vamos a dar menos garantías discursivas, él habla como tiene que hablar, argumentativamente desde su punto de vista. Y, por otro lado, la familia de las víctimas también tiene sus pecados. Entonces se convierten en personajes muy complejos, porque el victimario tiene razones por las cuales comete esos crímenes. Pero, ojo, razones no son justificaciones.
Algo que no puede borrar por más malo que sea, no puede ni matar, ni descuartizar, ni amenazar ni secuestrar es el pasado, la memoria. No puede, a pesar de que lo quiera hacer
¿No es una historia de buenos y malos?
No se dice que está bien o mal hecho, sino que es nuestra hipótesis de trabajo, la complejidad de los personajes radica en que tienen ambigüedades. No son simplemente malos que es como nosotros señalamos al enemigo y no son simplemente buenos por el hecho de ser víctimas. Entonces, por ejemplo, la familia que ha sido afectada por la violencia tiene problemas de abuso, de delación, cuando este tipo les dice: ‘El papá se acostaba con la niña’, la mamá responde: ‘Esas cosas pasan’. ‘Pero eso no tenía por qué pasar’. Y ella le dice: ‘Que usted nos matara no tiene por qué pasar’. La cuestión es que nada de lo que pasa ahí tenía por qué pasar, todo estaba mal.
Es una ficción muy real…
Refleja lo absurdo e irónico de nuestro país, y eso hace que sea chistoso. Aquí, alguien que esté en contra de la corrupción puede sobornar a un policía de tránsito o puede colarse en una fila. Es un país donde gran parte de la criminalidad, no digo que todos o todas, sino que gran parte del sector que está a favor de la criminalidad, y al que nunca le duele el asesinato de líderes o la muerte de niños por la descomposición social, está en contra del aborto. Todo es ridículo. Eso produce risa cuando nos vemos en un escenario. Creo que esa complejidad hace que no sea una obra previsible, y que la gente la disfrute. Además, emocionalmente parece que se establece un vínculo con ella tanto de la risa, del dolor, de la rabia.
¿Es una obra política?
Es que si uno va a los orígenes todo acto es político. Pero lo que pasa es que yo hago teatro, no política. Yo doy un punto de vista que claro que es político. Pero no tomo partido, no pongo mi posición en la obra. No me estoy haciendo el bobo de que soy neutral porque uno quiere decir ciertas cosas y hacer cierto tipo de preguntas. Nos ponemos en constantes dicotomías: ¿qué tenemos que hacer? ¿Nos vamos a vengar de todo lo que venga? ¿Hay un exceso de memoria? ¿Es necesaria la memoria? ¿Qué es en realidad lo que busca una familia que ha sido objeto de todas las vejaciones posibles: violación, asesinato, tortura, violencia, desplaza-miento…? ¿Qué es lo que quieren? Esa familia solo quiere una cosa, ‘diga nuestros nombres’. Solo quiere ese tipo de reparación simbólica.
¿Esta historia parte de la premisa de que la violencia es en su mayoría circular?
No todo golpeado es golpeador. Cuando nos presentamos en Valledupar fue muy fuerte, fue hace tres o cuatro años, cuando estaba mucho más caliente. Y alguien nos dijo: ‘Ahora me hablan del perdón, pero tal (dijo un nombre de un paramilitar) cogió a mi hermano, lo arrodilló y nosotros le decíamos: ‘Perdónale la vida, perdónale la vida’. Y él le disparó en frente de nosotros y no le perdonó la vida. Y ahora él viene a que nosotros lo perdonemos’. Entonces yo le digo: ‘Tú no tuviste pantalones para perdonar la vida de mi hermano. Yo sí los tengo: te perdono’. Yo creo que los procesos de reconciliación que se iniciaron con el proceso de paz iban muy bien. No sé si a este gobierno le interesa. Viendo al director del Centro de Memoria Histórica parece que no porque solo le interesa el dolor de un solo lado, pero resulta que los dos ojos lloran.
¿No cree que tanta alegría dentro de tanto dolor es hipócrita?
No, es como la risa. Nosotros le sacamos chiste a todo, es una forma de mitigar el dolor, de soportarlo, de superarlo, o también es un mecanismo metafórico para interpretarlo. Sí creo que el humor es una forma de interpretación. Yo veo más hipócrita ciertos moralismos, ciertas frases como ‘es que lo quieren todo gratis’. Los que dicen esas frases son los que han vivido gratis toda su vida a costa del erario público, a costa de nuestros impuestos. Eso es muy chistoso.
¿Cómo es la reacción del público?
El público a veces aplaude más, a veces llora, a veces sale bravo. Han sucedido casos en los que la obra se termina y el público no se va. Se quedan ahí. No sé por qué. Habían pasado cinco minutos después del aplauso y la gente no se movía ni hablaba entre ellos. Y el técnico dijo: ‘La obra ya se terminó’. Empezaron a salir muy despacio, fue una sensación de comunión. Me encanta que el teatro produzca eso porque es ficción, y si la ficción produce eso, entonces sirve.
SIMÓN GRANJA MATIAS
Redacción Domingo

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